Hasta hace un tiempo las cosas estaban claras. La multinacional Monsanto era considerada por la izquierda y las organizaciones campesinas como una plaga ecológica. Sus semillas genéticamente modificadas creaban una gravosa dependencia tecnológica, condenaban a la desaparición a las variedades nativas y podrían ser dañinas para la salud. En cambio, la derecha y los productores sojeros endiosaban a la empresa y minimizaban estas críticas.
Un día las cosas cambiaron. Me desconcierta leer que los exportadores de soja hayan iniciado una furiosa rebelión contra la Monsanto, acusándola de abusiva.
Resulta que la soja que fabrica Monsanto está modificada de modo a resistir a un poderoso herbicida -el glifosato fabricado por la propia empresa-, que arrasa con todas las demás plantas. Pero todos quienes usen esta soja tienen que pagar royalties por los derechos de autor y comprar año a año las mismas semillas. Semillas que, además, infiltran plantaciones vecinas. Y aquí radica el gran negocio de la Monsanto. Las regalías a pagar son de 4,4 dólares por tonelada de soja. Con una producción de ocho millones de toneladas por zafra, son unos 35 millones de dólares. Por el cobro de royalties en el producto final, Monsanto gana diez veces más de lo que obtiene con la venta de semillas.
Los sojeros descubrieron ahora es que la patente feneció hace dos años y, por lo tanto, ya no hay nada que pagarle a la empresa. Al contrario, es ella la que debe devolver un montón de dinero cobrado indebidamente. El antecedente inmediato es un histórico juicio en el Brasil, en el que un grupo de productores de Río Grande do Sul logró que Monsanto devuelva pagos efectuados a la empresa durante los últimos años. Hablamos de miles de millones de dólares.
La Justicia brasileña dictaminó que la tasa cobrada era ilegal e injusta, y que las patentes de la semilla de soja «Roundup Ready» ya habían expirado. Nada más natural, pues, que los sojeros paraguayos imiten el camino y los argumentos de sus colegas brasileños. Más de un centenar de productores han anunciado que en esta zafra ya no pagarán a la Monsanto y que recurrirían a las instancias judiciales. No todos están de acuerdo en esto, pues hay una compleja trama de intereses y privilegios que gremios y cooperativas tienen en la cadena de agroexportación. Pero queda claro que la Monsanto ya no puede confiar en nadie. Hasta los sojeros la atacan.
Supongo que la multinacional hubiera preferido enfrentar a los de siempre. Al fin y al cabo, con los campesinos no había arreglo, eran enemigos ideológicos. Pero estos traidores de ahora costarán más caro. Tienen bufetes de abogados e influencias en las cámaras, en los despachos judiciales, en las redacciones.
¿Terminará Monsanto añorando los viejos buenos tiempos, en que solo era atacada por los campesinos y sus rotosos amigos?