Marcos González Barroso / Aporrea
¿Qué territorio más fértil sino ése donde se engendra una nueva realidad social? Por esta razón el estado comunal es una propuesta indispensable. Se trata del espacio originario concebido para innovar la realidad. Una comarca próxima, sin límite alguno, sin otra demarcación que la búsqueda incesante de construir una sociedad donde prevalezca la conciencia fraterna frente a la abrumadora hegemonía de los opresores.
Ahí donde la vida corre habremos de improvisar respuestas – divina palabra improvisar- cuando se trata de inventar lo desconocido. En el corazón de las comunidades activaremos el poderoso poder de las mayorías, y desclavaremos las palabras para hablar distinto. Es la única oportunidad de hacerlo. Mejor dicho, de aprender a escucharnos, de pensar distinto y de inventar el mejor nosotros.
Dicen los amos del mundo que lo comunal es un fracaso. Pero, el verdadero traspié es la vida chambona con la cual han logrado distraernos, esa vida de injusticias remachadas, de hinchadas vanidades y de siliconas etéreas. Una vida cuyo valor mayor es el egoísmo. Esa decadente vida burguesa, con sus formas jurídicas y sociales que deben ser aniquiladas y sustituidas.
Por eso se horrorizan los señores imperiales y sus compinches de la oposición nacional. Y se afincan exacerbando las neuróticas costumbres del individualismo. Saben que allí somos frágiles, y entonces utilizan la egolatría, y el miedo, y la vulgar mentira – María Corina dixit – para intentar perpetuarse, para garantizar la sobrevivencia de sus execrables mayorazgos
A ellos les incomoda el autogobierno de la gente. Entonces manipulan, y sugestionan con falsas amenazas al progreso individual. Intentando ocultar la desigualdad, y la explotación, y las muchas infamias implícitas en el modelo económico y político que defienden fervorosamente.
Pero, conviene no olvidar que somos parte medular de una trama cultural globalizada que nos divide y nos aleja del prójimo. Convenciéndonos de ser mejores que los otros y, en consecuencia, persuadiéndonos de transitar el destino individual apartado de cualquier iniciativa colectiva.
Lo descrito evidencia que no será tarea fácil cambiar esa falseada ciudadanía. Será difícil reivindicar el derecho a una vida diferente, con otros valores y perspectivas. Una vida que derive en una economía justa y una política centrada en el bien común y en la felicidad colectiva.
Sobretodo porque cambiar no es una ruta cómoda. Se necesita mucho valor para hacerlo, el valor de aceptar que la vida social elegida estuvo equivocada. Admitir que estamos hechos de conmovedora imperfección, de humana imperfección, y que, para cambiar el sistema, éste sistema de la infamia, se necesita una convicción profunda, y se requiere una certeza visceral.
Impulsar esta sensibilidad, este flanco humano opuesto a la injusticia, es complicado, ya que estamos influidos por un modelo civilizatorio: el capitalismo, que nos vendieron como eterno e inalterable, pero que, realmente, está inmerso en irrevocable declive y arrastrando, los modos de ser y las formas de vida que le son propias.
Entonces lo comunal debe ser curioso, generoso y complejo, No hay otra, lo comunal debe ser capaz de entender las crisis económicas, políticas y culturales. Debe además ser apto para comprender la imperfección de todas las formulaciones político-sociales, pero, asimismo capaz de advertir cómo el socialismo es preferible a la voracidad neoliberal.
Lo comunal debe hacer hincapié, como lo plantea Eduardo Galeano, en los siglos de conquistas obreras que ahora mismo se van al foso por la infame voracidad de los tahúres neoliberales. Y en los muchos desafíos que plantea la destrucción irracional de recursos naturales y la enajenación de la vida de enormes conglomerados humanos.
Solo en lo comunal podremos vencer las cabezas huecas que generan el marketing televisivo y los tapices de la moda. Sólo allí podremos refrenar los desmanes de la élite burocrática que merodea la revolución. Sólo allí podremos inventar una cohesión social distinta, capaz de oponerse a la lógica de explotación y acumulación desaforada de riqueza. Una cohesión social que rebase el engañoso esquema de triunfadores y perdedores con el cual nos aturden los libros de autoayuda.
Así estaremos inventando una nueva manera de ver y pensar. Estaremos creando espacios a una nueva realidad social, donde la mayoría participe activamente en la resolución de sus problemas de seguridad, de servicios públicos, de educación, y tantos otros. Sin dejar de tener claridad acerca de dónde y cuándo se originan realmente los problemas.
La irradiación comunal llega con su ofrecimiento de tiempo nuevo. Es cuestión de verla, de distinguirla, de saberla aceptar y comprender el poder que representa. Pero, si nos equivocamos y convertimos la experiencia comunal, en torpe burocracia partidista a la orden de reyezuelos regionales, estaremos sofocando, miserablemente, una excepcional oportunidad histórica. Estaremos envolviendo la promesa de cambio en la más absoluta oscuridad.
Por eso, como dice la sabiduría colectiva, es tiempo de hablar, y hacerlo con fuerza. Es tiempo de vencer el silencio de las complicidades, es tiempo de construir en la calle, en las fábricas, en las comunas, el luminoso rugido popular capaz de salvarse a sí mismo.
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Frente Antimperialista Zona sur de Anzoátegui