Alberto Quiñónez
El mundo de hoy es una encrucijada que tira desde tres vectores: Estados Unidos, que desde la segunda guerra mundial se hizo con el poder hegemónico en términos económicos y militares; la Unión Europea, con economías, hasta hace poco,con relativa estabilidad, alto grado de desarrollo social y una posición estratégica en el tráfico de mercancías; y las economías asiáticas, principalmente Japón y China, que tienen altas tasas de crecimiento y una industrialización pesada y diversificada ya hacia las tecnologías de punta.
Estos son los centros dominantes en términos económicos y políticos. Lo demás sigue siendo periferia a pesar del auge de algunas economías como los BRICS; tal carácter está determinado por el rol que juega cada región en la estructura política a nivel mundial. Ello no desdice, sin embargo, el papel que éstos puedan jugar en un futuro más o menos próximo, dadas las posibilidades que se rescatan de la coyuntura de crisis en la que están sumidos los centros dominantes1.
Si bien la crisis sistémica del capitalismo ha impactado a todas las economías del mundo, la forma en que se ha manifestado en el caso de la Unión Europea es particularmente dramática, principalmente debido a la desestructuración del Estado benefactor, que en el caso gringose roturó desde la entrada del modelo neoliberaly que en las economías asiáticas aún no cae o aún no asciende puesto que el paradigma del Estado de Bienestar es más occidental que Jesucristo.
Las elecciones en Francia marcaron un hito sustantivo. Con la llegada de Hollande a la presidencia y la consolidación del poder del partido socialista en las elecciones legislativas, se han comenzado a cabildear un paquete de medidas fuera de la órbita de las recomendaciones obligadas del FMI. Precisamente, a mediados de junio, la cuarteta Francia, Italia, Alemania y España (Hollande, Monti, Merkel, Rajoy: todos protagonistas de una novela más o menos trágica), se reunieron para llegar a acuerdos generales sobre la política regional que debería seguir la UE en materia económica. Es el camino del filo de la navaja, con Keynes a la izquierda y Friedman a la derecha de la derecha.
Lo que destaca es que de la mano de Hollande van abriéndose paso medidas más de corte keynesiano y, por tanto, de contradicción abierta frente al enfoque del FMI, es decir, frente al enfoque más perrunamente neoliberal que la historia conoce. Gravar las transacciones financieras, apostarle a la regulación de los bancos, poner en primer plano la inversión productiva, entre otras políticas, suenan un poco distinto al discurso neoliberal de recortar el gasto público o morir en el intento de resistirse.
El debate entre Keynes y el FMI puede abrir brechas importantes. Por un lado, el doble discurso de Rajoy y el maelstrom que empieza a tragarse a España –a Grecia le falta poco por sucumbir entièrement-, el parpadeo macroeconómico de Hollande, la persistencia de Merkel en hipotecar a los países pequeños, la generalización del paro y la forma en que los diferentes movimientos sociales asuman esta crisis, puede propiciar que la UE se fragmente en sub-bloques o que simplemente se desmorone poco a poco hasta no dejar más que el individualismo de los proyectos nacionales.
La deconstrucción del modelo integracionista de la UE comenzando con el quiebre centro/periferia de la región misma (Francia, Alemania / España, Grecia, Portugal), es el quiebre entre políticas keynesianas y políticas neoliberales (especialmente, el enfoque del FMI); en este sentido, los países perdedores, amarrados al problema de la deuda y de la escasez presupuestaria parecen fatalmente destinados a venderse al Fondo, a asumir una agenda de ajuste estructural y a servir de válvulas para la acumulación capitalista de los países centrales (¿diremos en este paréntesis que parecen fatalmente destinados a ser una América Latina más vieja y más dramática, con el duelo interno de haber sido y de no ser?).
Sin embargo, el ciclo de la integración redunda en asumir políticas de compensación para los países menos favorecidos. A ello hay que añadir que regionalmente puede asumirse una reasignación del valor total generado y apropiado; pero eso parece no estar en ninguna de las agendas de los países centrales. Es más, las obligaciones y las agendas se han propuesto de forma diferencial para cada una de las partes, tan diferencial que los países centrales parecen estar blindándose frente a los nuevos embates que traerá la crisis, mientras que se exige que los países de la periferia se desnuden a partir de la reasignación del gasto público.
En el fondo es la aplicación, en el seno de la propia familia, de la ley del más fuerte. Las políticas que el centro europeo está aplicando es lo que deberían, pero no pueden, y no pueden porque no los dejan, los países de la Europa periférica. Como en el pasado, lo que puede salvar el modelo integracionista de la UE son las políticas de corte keynesiano. Pero ojalá y no se salve; a costa de la crisis capitalista en todo el mundo, con el desbarajuste sistémico en todo el globo, es que América Latina puede encontrar algunos caminos que desde hace algún tiempo parecen haberse perdido.
¿Qué pasa si la UE se desarma?En términos generales, si la UE se desploma como modelo económico y político, lo cual podría suceder en un mediano plazo si se aplica sistemáticamente la receta del FMI, podrían perderse las posibilidades para que Alemania o Francia echaran a andar sus proyectos de hegemonía regional y mundial; ello significaría el distanciamiento que la UE, como región, tiene con América Latina.
Caso contrario sucedería con Asia. En este contexto, si el hegemón surge de oriente se reestructura el sistema de relaciones de influencia económica y política a nivel mundial. Ahí podrán verse afectados positiva o negativamente los países que han entablado yarelaciones con los países dominantes del área asiática; no obstante, la intromisión imperialista puede ser menor dentro de los proyectos nacionales de los países de América Latina, con ello puede lograrse soberanía en ámbitos relevantes como el desarrollo rural, la integración y seguridad regional, las políticas de transformación estructural y la incidencia institucional en amplio sentido.
Para América Latina, salvo excepciones, la caída de la UE podría ser beneficiosa si se mantiene la tendencia reciente a la pérdida de hegemonía de Estados Unidos. Pero hay algo que aclarar: Estados Unidos perderá la hegemonía pero mantendrá una alta influencia en la región; de ello se encargarán las embajadas norteamericanas en cada país del continente, a la usanza de los años setentas y ochentas. Esa influencia será relativa y dependerá en no poco grado de la respuesta y la cohesión nacional en cada uno de los países, así como del auge que puedan alcanzar economías emergentes como la de Brasil.
Habrá que ver a la UE como un modelo para desarmar; un escaño que hay que ganarle a la historia y donde la crisis sistémica está sirviendo de cuña. Por el contrario, un proyecto contrahegemónico, enraizado en las necesidades concretas y especificidades de América Latina, deberá ser el primer punto en las agendas de nuestros países. No es posible diferir la planificación de nuestra autonomía; mucho menos es posible en este momento de la historia, hoy que como nunca antes es tan vigente la paradoja entre “socialismo o barbarie”. Pero ese socialismo tendrá que ser auténtico o no ser. Y al decir auténtico, apuntamos al carácter multidimensional del proyecto, a un nuevo paradigma que ponga al sujeto humano como ápice de su construcción socio-política, como finalidad pero también como principio y origen.
Los paradigmas que vio morir el siglo XX se fundamentaron precisamente en la eliminación del sujeto, en la contradicción irresoluble que se presenta en forma de individuo o de masa. Hay que caminar, necesaria y urgentemente, en otra dirección.
1 Un caso interesante es la negociación de Brasil con el FMI para rescatar algunos Estados europeos.