Darío Pignotti

Desde San Pablo

 

Lula, el vencedor político de las elecciones más allá de cuál sea el resultado del segundo turno en San Pablo, donde los sondeos muestran como favorito a su pupilo Haddad, con el 48 por ciento de intención de voto frente al 37 por ciento de Serra.

Como su voz todavía no borró las marcas de la quimioterapia, los discursos de Luiz Inácio Lula da Silva perdieron aquel timbre característico, robusto, metalúrgico. En algunos barrios pesados de San Pablo –donde se percibe la presencia del narco y los escuadrones de la muerte amparados por la policía–, los militantes del PT hacían un silencio de misa para escuchar la oratoria a veces interrumpida por la tos de Lula en los actos por la candidatura a intendente de Fernando Haddad. En tres meses de campaña el ignoto Haddad saltó del 3 por ciento de aprobación al inesperado 29 por ciento obtenido en los comicios de la semana pasada, cuando se ubicó segundo detrás del socialdemócrata José Serra, que obtuvo el 31 por ciento, con quien disputará dentro de dos semanas el segundo turno por el gobierno de la metrópoli más rica y poblada del subcontinente.

El vendaval de noticias procedentes de Venezuela por la victoria del presidente Hugo Chávez el mismo día en que eran elegidos los intendentes de 5568 ciudades brasileñas eclipsó justificadamente la magnitud de la votación obtenida por Haddad en San Pablo, reducto donde se abroquela la derecha más refractaria al PT, al lulismo y a los vientos de transformación predominantes en América del Sur.

De los comicios surge que el PT fue la fuerza que obtuvo más votos en las ciudades de todo el país y que luego de remontar una desventaja de más de 30 puntos al inicio de la campaña, el partido de Lula y la presidenta Dilma Rousseff logró la proeza de obtener un boleto en el ballottage paulista con un postulante, Haddad, que nunca había competido por cargos mayoritarios.

Una segunda lectura indica que fue Lula el vencedor político de estas elecciones, más allá de cuál sea el resultado del segundo turno en San Pablo, donde los sondeos muestran como favorito a su pupilo Haddad, con el 48 por ciento de las intenciones de voto frente al 37 por ciento de Serra. Este Lula algo avejentado y sin haber recuperado la barba después de superar un cáncer a la laringe, que el miércoles probablemente arribará a Buenos Aires para reunirse con la presidenta Cristina Fernández, confirmó su condición de líder excluyente de la escena política brasileña.

Hay que rendirse a los hechos: luego de haber catapultado a la presidencia a su ex ministra Dilma, quien hasta 2008 era nadie para el electorado, desde comienzos de 2012 Lula, incluso desde su lecho en el Hospital Sirio Libanés, se dio a la tarea de construir la candidatura de Ha-ddad, un nombre que parecía inviable y contra el cual llovieron objeciones incluso desde dentro del PT.

Haddad es cuestionado, y con razón, por la falta de desenvoltura en los debates televisados y su estilo monocorde al hablar en la tribuna, pero nadie pone en duda su condición de cuadro político sólidamente formado –autor de libros y ensayos– y el haber adquirido experiencia en la administración pública luego de comandar el Ministerio de Educación durante las administraciones de Lula y Dilma, y haber implementado el exitoso Prouni, un millonario programa de becas para jóvenes universitarios pobres.

Al escoger a Haddad, un profesor universitario de 50 años, Lula demostró que piensa al PT con visión de largo plazo, forjando referentes que podrán tomar la posta de la actual generación de sesentones como son la propia Dilma Rousseff y los ministros de su círculo áulico, Fernando Pimentel (Industria), Guido Mantega (Hacienda), Gilberto Carvalho (secretario general) y Marco Aurelio García, asesor especial para asuntos internacionales.

Lula es, además, el único ex presidente electo después de la dictadura que goza de una aprobación tal (superior al 70 por ciento) que le permitiría ser electo para un tercer gobierno, según una encuesta reciente donde aparece arriba, incluso, de su compañera Dilma. En cambio, los ex mandatarios José Sarney (1985-1990) y Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) son tan impopulares que sus propios correligionarios prácticamente los esconden en las campañas.

Fernando Collor de Mello, que gobernó entre 1990 y 1992, cuando renunció a la presidencia por corrupto, tampoco tiene ascendencia sobre el público y si alguien lo recuerda es por haber sido el Frankenstein que fabricó la cadena Globo en 1989, precisamente para impedir que Lula llegue al Palacio del Planalto (sede presidencial).

Desde entonces, 1989, la familia Marino, propietaria de Globo, padece una obsesión patológica por acabar con Lula y es de suponer que confiaba asestarle un golpe en la contienda por la municipalidad de San Pablo.

Con el fin de horadar la imagen de Lula y su conmilitón Haddad, el multimedio se montó en el proceso que el Supremo Tribunal Federal está sustanciando contra connotados dirigentes petistas acusados, aunque sin suficientes pruebas, de haber sobornado a congresistas con el fin de obtener respaldo para proyectos impulsados por la presidencia entre 2003 y 2005.

Lula es un obstinado conciliador que raramente pierde la paciencia, y hay pruebas de que más de una vez buscó acercar posiciones con la dinastía Marino.

Pero es evidente que ya está hasta la coronilla con el discurso sobreactuadamente ético de Globo y su alianza con el candidato opositor José Serra, un socialdemócrata nominal que hace tiempo milita, de facto, en la derecha, lo que se prueba en sus ataques al aborto y el Mercosur y sus guiños hacia el papa Benedicto XVI, el presidente chileno Sebastián Piñera y la oposición venezolana.

Sabiendo que en el ballottage de San Pablo se juega mucho más que una gestión municipal, Lula avisó a través de interlocutores que si la coalición Globo-Serra quiere “guerra” la tendrá y el PT informó que puede llevar al debate electoral los probables (por decir lo menos) sobornos con que se compró la reforma constitucional gracias a la cual en 1998 fue reelecto Fernando Henrique Cardoso. Una noticia que Globo siempre escamoteó.