Wolfgang Freisleben

International III/2007


Contrariamente a la creencia general, el «Banco Central» norteamericano es en realidad una máquina de imprimir dinero para un cartel privado de bancos, cuyas ganancias aumentan en la medida que aumentan los intereses. Al margen, además, imprime dólares baratos y los revende caros.
El mundo financiero internacional centra su interés en la «Federal Reserve», es decir la Reserva Federal norteamericana – llamada generalmente FED – cada vez que está a la expectativa si ésta hace un cambio en las tasas de interés o no.

La abreviación resulta de «Board of Governors of the Federal Reserve System» – Conferencia de Gobernadores del «Federal Reserve Systems» norteamericano – el cual existe desde hace 93 años. No se trata de un habitual banco nacional del estado, sino de una fusión de cinco, entre tanto, doce bancos privados regionales. Estos bancos privados están repartidos por todos los EE.UU., llevan el nombre de Federal Reserve Bank y sólo un núcleo muy reducido de iniciados sabe a quiénes pertenecen. Lo que sí es seguro es que no pertenecen al estado. Sin embargo, cumplen las funciones de un Banco nacional estatal. Sus propósitos se configuran en la Federal Reserve Board, hacia afuera encabezada por el presidente, cuyas reuniones se llevan a cabo en un imponente edificio histórico propio en Washington. Dentro de este círculo exclusivo de bancos privados, el más importante es el Federal Reserve Bank of New York que controla el centro financiero de Nueva York.

Privilegios para una máquina de imprimir dinero

Este cartel privado de bancos goza de increíbles privilegios.
Tres de ellos se destacan especialmente:

•    Al imprimir billetes de banco, la FED transforma, con un mínimo gasto, papel sin valor en dólares americanos y con ellos hace préstamos a cambio de obligaciones de pago a EE.UU., (entre tanto también a otros países) y a otros bancos. De esta manera, en el trayecto de su historia, el cartel ha logrado, desde la nada, billones de obligaciones por las que cobra permanentemente intereses, que le aseguran a su vez miles de millones de ganancia anual. Por eso, ningún gobierno americano debe preocuparse por el déficit estatal mientras los señores en trajes elegantes estén del lado del gobierno, y, siempre que sea necesario, pongan en marcha las impresoras de dinero, como actualmente en la era Bush, para financiar las guerras.

•    Con el privilegio de los intereses, la FED estipula ella misma el monto de éstos, y es comprensible que ésta tenga especial interés en obtener altos réditos. Por eso, frecuentemente, sube extremadamente las tasas de interés produciendo crisis periódicas – como en el caso presente – para después aparecer como su tabla de salvación. Con los intereses, se absorbe permanentemente la potencia adquisitiva de los ciudadanos norteamericanos y se la redistribuye a los banqueros de la FED, tanto a través de los intereses por los créditos, como por los impuestos que son derivados a la FED como intereses por la enorme deuda estatal. Con el cambio constante de las tasas de interés, la FED cambia las condiciones de la política económica más grande del planeta y de sus accionarios en la bolsa de Wall Street en Nueva York, la cual como bolsa dirigente internacional, resulta una señal para el resto de las bolsas en todo el mundo.

•    Para poder estabilizar nuevamente las crisis bancarias, la FED administra reservas de dinero de sus bancos asociados (con un recargo anual de 6% de intereses) que pone a disposición del sistema bancario cuando éste lo necesita para superar una crisis. En este momento, a raíz de la quiebra en el financiamiento inmobiliario norteamericano, la FED trata de evitar una crisis financiera mundial a través de un suministro de dinero líquido a los bancos. Como muchos bancos inmobiliarios de EE.UU., inteligentemente, convirtieron sus créditos en valores bursátiles, transpusieron de esta manera sus problemas a bancos en Europa, los cuales a su vez también entraron en barrena.

Pero la FED, es decir su anterior presidente Alan Greenspan, produjo él mismo la crisis. Con la rápida y dramática baja de las tasas de interés (después del extremado 6% de interés básico) con una resultante liquidez excesiva de la economía norteamericana, a partir del 3 de enero de 2001, Greenspan intentó estabilizar el crack más grande en las bolsas desde hace 50 años. Hacia el 25 de junio de 2003, el interés básico había llegado a su más bajo nivel con el 1&%, lo que permitió a los bancos otorgar créditos con intereses a precios ínfimos. Así, muchas familias cayeron en una «trampa» y se animaron a comprar casas a crédito, que solamente podían financiarlo contando con bajos intereses.

Crisis provocada por la FED

Al finalizar el ciclo de la baja de intereses, Greenspan había provocado un problema que fue creciendo como una avalancha, ya que, a partir del 30 de junio de 2004, la FED aumentó doce veces las tasas de interés en un 25% hasta llegar a un 5,25%. De esta manera, éstas son ahora 525 % más altas que hace 4 años. De acuerdo a ésto, aumentaron también los intereses para los créditos inmobiliarios y alcanzaron un nivel inaccesible para muchas familias. Ya que las reservas de ahorros en EE.UU. son muy reducidas – la mayoría de la población vive a crédito – y las libretas de ahorro no juegan ningún papel, la crisis se fue expandiendo. Como a partir del año anterior cada vez más financiadoras de inmobiliarias, al igual que sus clientes, entraron en retraso de pagos en otros bancos y presentaron quiebra, la crisis fue perfecta y alcanzó en agosto 2007 un climax dramático. La FED y el banco europeo BCE sólo podían estabilizar el sistema bancario a través de inyecciones de liquidez.
La crisis de liquidez de los bancos se ha extendido automáticamente a las bolsas, que en general reaccionan de manera muy sensible a los movimientos de las tasas de interés de la FED. Ya que las tasas en aumento hacen más atractivos a los valores con intereses fijos que a las acciones, frenan la economía, son por lo tanto veneno para las bolsas y hacen bajar el curso de las acciones. Así comenzó septiembre de 2007.

Los motivos de los bancos FED

Para entender los motivos y métodos de la FED, que a veces resultan bastante dubiosos, ayuda el echar una mirada a la historia de sus inicios.
La propuesta de crear un Banco Central provino del banquero alemán Paul Warburg. La grave crisis financiera y bancaria en el otoño de 1907, provocada por la quiebra del Knickerbocker Trust Co. y la difícil situación del Trust Company of America, arrastró consigo a 243 bancos por no haber una institución que les suministrara dinero temporariamente hasta superar su insolvencia. Casualmente, esa crisis había sido anunciada unos meses antes por el banquero ­John Pierpont Morgan en una conferencia en la Cámara de Comercio de Nueva York, en conección con un llamamiento para un banco central. La crisis resultó ser un buen apoyo para esta petición. Morgan tendrá más tarde, indirectamente, una influencia decisiva en su realización.

En una visita a EE.UU. en 1893, Paul Warburg, dueño asociado del banco Warburg en Hamburgo, se casó con la hija de Salomon Loeb del banco Kuhn, Loeb & Co. en Nueva York quién, en 1902, lo asoció a su banco junto a su hermano Felix (en 1977 fusionado en Lehman Brothers).

Después de la crisis bancaria y contando con un generoso sueldo anual de 500 000 dólares del banco Kuhn, Loeb & Co., Paul Warburg se ocupó durante seis años, exclusivamente, en preparar y propagar una reforma bancaria con la creación de un banco central siguiendo el modelo del Bank of England (en aquel entonces en manos de banqueros privados). Para ello, contaba con el apoyo del senador Nelson D. Aldrich, suegro del heredero multimillonario John D. Rockefeller ­junior, quien a su vez, en el congreso americano, fue conocido como el apoyo político del banquero J. P. Morgan.

Conspiración en el club de caza en Jekyll-Island

En noviembre de 1910, en un vagón de ferrocarril con las cortinas cerradas, un grupo selecto se dirigía, aparentemente para una excursión, hacia el club de caza del banquero J. P. Morgan en Jekyll-Island en Georgia. A este encuentro secreto, al que después se calificaría de conspirativo, acudieron ­Paul Warburg (como representante de ­Kuhn Loeb y otros bancos) dos banqueros de J. P. Morgan (que además velaban por los intereses del grupo Rothschild) y el senador ­Aldrich del grupo Rockefeller, con el propósito de formular, en nueve días, una propuesta de ley que el orgulloso republicano quería presentar al congreso bajo su nombre. En lugar de un banco central, aquí se trataba de una sociedad privada de reservas a nivel nacional, con representantes en todos los EE.UU., a la cual podían unirse todos los bancos que quisieran depositar reservas de dinero para casos de crisis. Aldrich fracasó a causa de sus conecciones con los centros de finanzas y las bolsas en el Wall Street en Nueva York. La mayoría de los parlamentarios desconfiaron, con razón, de un plan que daba a un reducido círculo de banqueros poderosos, relacionados entre sí, una posición de dominio que les aseguraba enormes posibilidades de ganancias dentro de la economía americana.
Por supuesto que los tiburones de Wall Street no se resignaron tan rápido y utilizaron las elecciones presidenciales en 1912, para llevar con opulentas donaciones al candidato democrático Woodrow Wilson hacia la presidencia. Durante la campaña electoral éste se presentaba como contrario a los «Wall-Street Trusts» y prometía al pueblo un sistema monetario libre del dominio de los banqueros internacionales de Wall Street. De hecho, el concepto de un banco central fue iniciado por el grupo que parecía haber perdido su poderío.

Los Schiffs, Warburgs, Kahns, Rockefellers y Morgans habían apostado a caballo ganador. Bajo el nombre inofensivo «Federal Reserve Act», que aparentemente destruía el plan de un banco central de Wall Street, la propuesta de ley ligeramente modificada en Jekyll-Island pasó a votación en el congreso, a través de parlamentarios complacientes de la fracción democrática apoyados por el presidente Wilson, el 23 de diciembre de 1913. En esa fecha muchos de los parlamentarios no informados, estaban ya en vacaciones de navidad y de hecho casi nadie había leído anteriormente el proyecto de ley.

El cartel más gigante del planeta

Los pocos parlamentarios que descubrieron el juego falso no fueron escuchados. El conservador Henry Cabot Lodge sen. profetizó sabiamente «una inflación colosal de los medios de pago» y que «la moneda oro iba a ahogarse en una marea de moneda papel no cambiable». Después de la votación Charles A. Lindbergh sen., el padre del famoso aviador, dijo frente al congreso: «Esta ley establece el más gigantesco cartel del planeta […] así se legalizará el dominio invisible del poder monetario […]. Este es el proyecto de ley enmascarado de Aldrich […]. La nueva ley va a producir inflación, siempre cuando el cartel desee la inflación […].»
Lindbergh tenía razón, como se puede reconocer fácilmente, por ejemplo, a través del «privilegio de dólares». Ya antes de la creación del sistema de Reserva Federal los bancos privados habían impreso billetes. En los años 1860 había habido 8000 billetes diferentes impresos por «State Banks» privados, con especial autorización del estado. A partir de 1880 aún les estaba permitido a 2000 bancos el imprimir sus billetes, pero desde 1914 sólo a los doce privilegiados.

Cuando el presidente norteamericano Abraham Lincoln necesitó dinero para financiar la guerra civil en 1861 y los créditos de los bancos Rothschild, los tradicionales financiadores de guerras, eran demasiado caros, ignoró el privilegio de los bancos privados e hizo imprimir billetes de dólares estatales – el «Greenback». Lincoln no sobrevivió mucho tiempo esa acción osada. En 1865 fue baleado por un individuo que a la vez fue baleado. El sucesor de Lincoln, Andrew John­son, puso fin a la producción de billetes por motivos desconocidos.

El próximo presidente que quería poner el monopolio del dinero en manos del estado, fue John F. Kennedy. Ya entonces, en 1946, el Bank of England, que tendría que haber sido el modelo para el Banco Central de EE.UU., había sido estatizado.

Kennedy quería anular el poder de la FED

Unos meses antes de ser asesinado John F. Kennedy, según el testimonio de una persona, su padre Joseph Kennedy le habría gritado en la Oficina Oval de la Casa Blanca: «Si haces eso ¡te van a matar!». Pero el presidente no quería abandonar su plan. El 4 de junio de 1963 firmó la «Executive Order Number 111 110» con la cual dejó sin vigencia la anterior «Executive Order Number 10289». La producción de billetes de banco volvía a estar bajo el poder del estado y con ello se anulaba el poder del cartel exclusivo de los bancos privados. Cuando bajo el nombre «United States Notes» ya estaban en circulación 4000 millones de dólares americanos en billetes de bajo monto,y de la impresora ya estaban a punto de salir billetes de más alto valor, Kennedy fue asesinado: El 22 de noviembre de 1963, es decir 100 años después que Lincoln, también por un individuo que a su vez fue muerto a balazos. Su sucesor fue Lyndon B Johnson. También éste puso un fin a la producción de billetes de banco por motivos desconocidos.Los 12 bancos de la Reserva Federal sacaron inmediatamente de circulación los billetes de Kennedy y los reemplazaron por sus propios.
Con el monopolio de la producción ilimitada de dinero, el cartel de los bancos del Federal Reserve System dispone de una máquina gigante para imprimir billetes de banco con la cual año por año logra enormes ganancias. Quiénes están por detrás, es un secreto muy bien guardado. Ya que hay que diferenciar entre los bancos dueños y los bancos simplemente asociados, que ponen a disposición reservas de dinero para poder volver a ser rescatados en caso de necesidad. La Federal Reserve Bank of New York publicó hace unos años, por lo menos, los nombres de esos «modestos» bancos asociados privados de derechos. Éstos reciben un rédito del 6% anual por sus depósitos. Pero el monto de su contribución se mantiene en secreto al igual que los dueños de los Bancos de Reserva Federal regionales, que eran tres al comienzo y hoy se han sumado once más.

Recriminaciones después del crac de la bolsa en 1929

Paul Warburg, judío alemán con un fuerte acento alemán, naturalizado recién en 1910, rechazó la oferta de la presidencia del Federal Reserve Board poco antes de estallar la primera guerra mundial contra Alemania. Pero fue miembro del consejo administrativo así como del poderoso Council on Foreign Relations, que hasta hoy es la cuna de altas personalidades políticas y banqueros de la FED.
Su dedicación, durante años, para fundar la reserva federal norteamericana le trajo no sólo dinero y reconocimiento dentro del mundo de las altas finanzas, sino también la experiencia más dolorosa de su vida. En 1928 exigió sin éxito una limitación del dinero en circulación, para frenar la especulación en la bolsa con características propias de la fiebre del oro. Pero muy pocos quisieron prestarle atención y lo llamaban «la Casandra de Wall Street». Después del crac de la bolsa en octubre de 1929 se convirtió en blanco de la gente que había perdido su capital. Rumores, folletos, artículos se referían a él, que había tratado de prevenir catástrofes financieras, como el «autor no-americano» del pánico en la bolsa en aquel momento. Frases como «Paul Warburg daba prórroga con su pandilla al Federal Reserve System para entregar las finanzas de EE.UU. en manos judías y succionar Norteamérica hasta su derrumbe» estában a la órden del día y continuaron en forma de leyenda hasta mucho tiempo después de la segunda guerra mundial. Amargado por los ataques murió en 1932.

Pero también después de Warburg hubo repetidas recesiones económicas y cracs cortos en la bolsa de Nueva York (con similares efectos en todas las bolsas mundiales) precedidas éstos por una suba de las tasas de interés del Federal Reserve System: 1936-1937 el curso de las acciones bajó un 50%, 1948 un 16%, 1953 un 13%, 1956 un 13%, 1957 un 19%, 1960 un 17%, 1966 un 25%, 1970 en 25%. Posteriormente siguieron el crac de la bolsa en octubre 1987, cortas caídas 1990, 1992, 1998 y por último la importante depresión desde abril 2000 hasta marzo 2003, así como la crisis actual en agosto/septiembre 2007, cuyos efectos son inciertos.

Hoy corre el rumor – pero no está comprobado oficialmente – que el grupo Rockefeller posee en la actualidad el 22% de las acciones del Federal Reserve Bank of New York y el 53% de la prorrata del total del Federal Reserve System. El Bank of Japan, el comprador más importante de empréstitos estatales estadounidenses, supuestamente tiene el 8%.

A los bancos puramente norteamericanos se les atribuye una prorrata del 66%, a los antigüos bancos europeos del 26% (de los cuales el 10% a los bancos de Rothschild).