Sobre la economía nacional, marcada actualmente por la desaceleración, hay dos visiones que se contraponen en su análisis. Pero ambas miradas son insuficientes para dar cuenta de una realidad compleja.
Mientras la economía mundial agudiza su crisis sin que se avisore una salida en lo inmediato, la economía nacional da muestras de una desaceleración pronunciada. Dos miradas se contraponen en esta coyuntura: una pone el acento en la crisis global, la otra responsabiliza al gobierno por sus desaciertos de política económica.
Durante muchos años Argentina fue caracterizada como un país con futuro pero sin presente. El futuro lo veían promisorio por ser un país cargado de recursos y por la calidad de su mano de obra, al presente se lo veía complicado por la contradicciones internas, las disputas interburguesas y las pujas distributivas.
Hoy, salvando las distancias, podría aplicarse un criterio similar en la coyuntura. Porque la situación actual aparece complicada por la inflación, la pérdida de competitividad internacional, el regreso de la restricción externa y otras variables que ya no operan positivamente como en los años pasados. Por el contrario, al futuro inmediato -pensando en 2013- se lo ve con expectativas por la evolución favorable del precio y la demanda de soja y maíz, buenas perspectivas climáticas y las posibilidades de una recuperación económica de Brasil.
Enroques de ocasión
No deja de ser llamativo que quienes ponían el acento en el llamado «viento de cola» para explicar un ciclo expansivo que, con la excepción de 2009, hizo crecer la economía a tasas chinas entre 2003 y 2011, niegan ahora toda influencia de la situación mundial en la actual desaceleración de la actividad. Por el contrario, para el oficialismo, que ha explicado ese ciclo como resultado virtuoso de sus políticas y su manejo de las variables macroeconómicas, ahora sí, «el mundo se nos cayó encima».
A juicio de quien suscribe estas líneas ambas interpretaciones son cuando menos insuficientes.
El mundo
La crisis mundial no golpea por igual a todas las regiones y tiene un carácter muy desigual y contradictorio, incluso por sectores. Es innegable que hasta ahora el impacto en nuestro país no tiene la dimensión que tuvo en 2009 cuando el PBI se contrajo 2,5 puntos -caída de los precios internacionales de las materias primas, fuerte sequía que redujo los saldos exportables-. En cambio hoy la sostenida demanda de soja y sus derivados es evidente. También lo es la caída en las exportaciones industriales -sobre todo automotriz-, por la fuerte retracción de la economía de Brasil. Por otra parte en una país con un alto grado de concentración y extranjerización de la economía no es posible estar aislado, son las corporaciones las que deciden invertir o no según las condiciones mundiales y las que exigen a sus filiales transferir a sus casas matrices utilidades, dividendos y regalías.
Desequilibrios locales
Pero la crisis mundial poco tiene que ver con la fuerte retracción que, entre otros sectores, muestra el de la construcción. Es que se trata de desequilibrios propios del modelo, como lo señalara un documento de los Economistas de Izquierda hace ya varios meses. Son los límites del modelo neodesarrollista que salen a la superficie.
Estos límites se expresan hoy en la mutación del superávit a déficit fiscal; en el achicamiento del superávit comercial -producto de las crecientes importaciones de combustible-; en el proceso inflacionario -no cede a pesar de la retracción económica- y en su contrapartida, el debilitamiento de la competitividad internacional -atraso relativo del tipo de cambio-; la insuficiencia de las inversiones reproductivas; la dependencia del sector industrial de las importaciones de insumos, partes y componentes y las dificultades para avanzar en la sustitución de importaciones.
Propuestas diferentes
La oposición derechista y los gurúes de la city porteña no proponen otra cosa que el ajuste clásico. Resolver el déficit fiscal parando el gasto público, liberar totalmente el mercado cambiario, volver a endeudarse. Se supone que así se controlará la inflación, se reordenará la macroeconomía y se atraerán inversiones. Hay demasiada experiencia entre nosotros sobre este tipo de recetas, si algo faltara conviene mirar a Europa.
Como en otras oportunidades, el kirchnerismo no parece actuar por convicción sino por necesidad, intenta arbitrar en los desequilibrios sin ningún plan preestablecido, sino con medidas que se ponen en ejecución cuando los límites se hacen presentes, pero sin medidas de fondo que tiendan a resolver los problemas estructurales de la economía argentina.
Así ha recompuesto el superávit comercial -puede llegar a los 12.000 millones de dólares a fin de año- en base al control de cambios y la regulación de las importaciones. Mientras que con la pesificación de la economía busca evitar en lo inmediato la devaluación, trata de sostener el nivel de reservas para hacer frente a los compromisos y a la propia crisis mundial. Al mismo tiempo pone en marcha programas de estímulo al mercado y la demanda doméstica con impacto en el nivel de empleo -plan de créditos para viviendas, obras en los ferrocarriles- que responden a necesidades concretas y que expresan también un esbozo de política anticíclica de corte neo-keynesiano, que acompaña con reducciones parciales de los subsidios y presiones a las provincias para que ajusten el gasto y equilibren sus finanzas.
Pareciera que se apunta a una crisis de corta duración, como en el 2009. Pero hoy no hay señales claras de que Estados Unidos y China vuelvan a dinamizar la economía con la formidable expansión monetaria de hace tres años, mientras que las medidas de ajuste en Europa no hacen más que profundizar la recesión, por lo que no se puede descartar que la situación mundial condicione la tibia recuperación de la economía brasileña. Por otra parte el gobierno ya no tiene la misma capacidad de maniobra y si bien la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central habilita a transferir casi el doble de los fondos, el Repro los necesitará, lo cierto es que se financiarían las medidas anticíclicas con expansión monetaria, con los riesgos de recalentamiento inflacionario que ello implica.
Estado y protagonismo social
Los desequilibrios intrínsecos al modelo neodesarrollista de acumulación no hacen más que exponer sus propios límites en el marco de las incertidumbres que provoca la crisis mundial.
La reestatización de los servicios de agua y saneamiento y de los de correo primero; la recuperación de los fondos jubilatorios y de la mayoría del paquete accionario de YPF después; el control de todo el negocio petrolero y la estatización de la Calcográfica Ciccone ahora y las previsibles de las distribuidoras de energía (Edenor y Edesur) e incluso de los Subterráneos de Buenos Aires, señalan una orientación impuesta por las condiciones estructurales en que se desenvuelve el capitalismo local.
La reapropiación por parte del Estado de los principales resortes económicos que hacen al desarrollo -ferrocarriles, energía, comercio exterior, finanzas-, el control de costos de las formadoras de precios y la imposición del criterio de razonabilidad en las tasas de ganancias junto a una reforma tributaria progresiva surgen como una necesidad para poder reordenar la economía y obtener recursos genuinos para la acumulación y la defensa del empleo. Pero nada de esto funcionará sino se articula una instancia democrática de fuerte protagonismo de contralor social -trabajadores, usuarios y otros sectores de la comunidad-.
Frente a las insuficiencias de la inversión privada, las limitaciones del intervensionismo regulador y el fracaso de la recreación de una burguesía nacional prebendaria no parece haber mayores alternativas.
Eduardo Lucita es integrante de EDI-Economistas de Izquierda