La aguja del sismógrafo del instituto de Geociencias de la Universidad de Panamá, registró la explosión de la primera bomba a las 12 horas, 46 minutos y 40,3 segundos; era el 20 de diciembre de 1989 y con ella se iniciaba la invasión estadounidense. Cuatro minutos después, las explosiones registradas ascendían a 68. Trece horas estuvo funcionando el sismógrafo desde el inicio de la agresión hasta que, debido a la violencia de ésta, se averió. En todo ese tiempo, sólo en la capital panameña, llegaron a caer 422 bombas, lo que equivale a una por cada dos minutos.

El estúpido pretexto utilizado por el gobierno yanqui, para justificar la invasión a Panamá con más de 20.000 de sus soldados y derrocar a Manuel Antonio Noriega –apoyado años atrás por los propios Estados Unidos-, fue que éste estaba vinculado al narcotráfico internacional. En realidad Noriega, quien también estuvo en la nómina de la CIA –su ex director Furner dijo que lo había excluido en 1976, pero el vicepresidente Bush volvió a integrarlo y utilizarlo en 1981 para infiltrar redes de inteligencia en Cuba y Nicaragua-, se estaba volviendo demasiado independiente como para ligar sin problemas con los intereses del imperio.

La de Panamá fue una de las más de cien intervenciones armadas que el imperialismo yanqui ha llevado a cabo en América Latina y el Caribe, siempre con el perverso propósito de instalar gobiernos que les faciliten el saqueo de los recursos nacionales.

Se estima que, a resultas de la sangrienta intervención, entre 3.000 y 5.000 panameños fueron exterminados.

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