Finalmente Venezuela es miembro pleno del Mercosur, gracias al golpe de Estado llevado a cabo en Paraguay. Un verdadero tiro por la culata al Senado paraguayo. En el sector oficial se respira un aire de euforia que es comprensible no solamente porque se le quiera dar rédito electoral a pocas semanas de las elecciones presidenciales del 7 de octubre, sino además porque se dice que se está cumpliendo con el viejo anhelo de unir latinoamericana en un solo bloque, una meta que le fue esquiva al Libertador y que hoy, después de casi 200 años, damos pasos de gigante en ese sentido. Y la oposición está picada no solamente porque tal ingreso contradice la idea según la cual Chávez estaba cada vez más aislado, sino que además un incombustible Chávez salió más “vivo” que nunca, en el sentido literal.

Pero leyendo las notas de prensa no podía dejar de pensar en uno de mis libros de cabecera: Las Venas Abiertas de América Latina, del conocidísimo gurú alter-mundialista Eduardo Galeano, que aunque es un poco Divo –en las fotos sale insufriblemente intenso-, todo lo que dice tiene mucho sentido para mí. Muchos de mis amigos lo han leído y en algunas discusiones que hemos tenido a lo largo de estos años siempre me sorprende el hecho de que algunos leen en dicho libro la historia -en clave latinoamericana- de la dicotomía capitalismo-socialismo. Es decir, se le interpreta desde el prejuicio socialista anti-imperialista del lector: el capitalismo del norte es el culpable de que estemos como estamos, y sólo el socialismo ha demostrado tener la capacidad de mejorar la condición de vida de la mayoría india, negra y parda.

Pero yo nunca lo he leído así, aunque soy rojo desde siempre. Yo lo leo más bien como un libro ameno de economía política en el que no se plantea una dicotomía capitalismo-socialismo, sino más bien una dicotomía capitalismo-capitalismo, o más claramente, libre mercado-proteccionismo. Del bando del libre mercado aparecen los ingleses y norteamericanos imperialistas, manipulando sutil o brutalmente nuestra historia para alinearla con los intereses de sus economías. Del bando del proteccionismo aparecen gobiernos latinoamericanos, capitalistas o socialistas, que han intentado desarrollar nuestras economía de forma endógena y protegida para hacerse un hueco propio en la economía mundial, o para garantizar los derechos del pueblo, o para las dos cosas, como por ejemplo José Manuel Balmaceda y Salvador Allende en Chile; Carlos Antonio López y Francisco Solano López en Paraguay; Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo en la Bolivia de los 50’; Jacobo Arbenz en Guatemala; Getúlio Vargas en Brasil; etc. Y la gran conclusión de Las Venas es que estamos como estamos porque nos imponen un libre mercado a la fuerza que no permite que se desarrolle una industria manufacturera y agrícola nacional, que genere puestos de trabajo, tecnología e impuestos para tener un desarrollo independiente de los vaivenes de los precios de las materias primas en el injusto mercado internacional manejado por el norte. Cada vez que algún presidente capitalista o socialista, da igual, ha intentado hacer algo con cabeza propia e independiente de los intereses del norte, le han hecho golpes de Estado, magnicidios, revoluciones, etc.

¿Y a qué viene todo este cuento? A que antes de entrar en un área económica común, con libre circulación de bienes, servicios y personas como es el Mercosur, deberíamos haber fortalecido endógenamente nuestra economía productiva. En el Mercosur se le da un trato preferencial en sus mercados a las empresas nacionales o extranjeras que se encuentren instaladas en los países miembros frente a las empresas localizadas fuera de sus territorios. En principio fuera perfecto si la unión también fuese política (a lo Simón Bolívar), de manera que si compráramos productos brasileños o argentinos, fortaleceríamos empresas que pagarían –mediante el pago de los impuestos- la educación pública de los caraqueños y la salud pública de los andinos y maracuchos, pero no es el caso. Se trata de países diferentes que unen sus “mercados” solamente, y para sacarle el jugo o provecho –ingresos que sostengan nuestro desarrollo social- necesitamos tener un tejido manufacturero y agroindustrial con capacidad de competir con los brasileños y argentinos, para que en dichos países compren nuestros productos. Y eso no lo tenemos. Según datos del BCV cada vez más dependemos del petróleo solamente, porque el sector manufacturero ha estado bajando su peso en la economía (pasó del 17,3% del PIB en 1998 al 14,4% del PIB en 2011). Asimismo, según el propio BCV, la capacidad exportadora venezolana ha mermado un 20% desde 1998, cuando las exportaciones no petroleras se ubicaron en 5.596 millones de dólares y para 2011 llegaron a 4.471 millones de dólares.

La integración latinoamericana siempre es una buena noticia y ese debe ser el destino natural de nuestros pueblos, pero para ello debemos estar preparados como lo quisieron hacer los visionarios que mencioné más arriba. El logro más importante para cualquier revolución de izquierdas que se respete en América Latina debe ser superar la dependencia neo-colonial de las materias primas y diversificar el aparato productivo, ya sea con empresas públicas, mixtas, privadas o sociales, pero, se insiste, hay que transformar o revolucionar la economía para dejar atrás la dependencia (del petróleo en el caso venezolano). Y tal meta luce muy lejana ante la llegada las importaciones baratas de nuestros hoy nuevos socios. Ojalá que la historia futura me calle la boca.