Aunque los Estados insulares del Caribe Oriental han mantenido una relación política, económica y cultural relacionada con la vieja metrópoli imperial británica, posteriormente sustituida por la presencia hegemónica de lo Estados Unidos de América sobre la región; en los últimos 50 años se han producido diversos procesos y eventos políticos que expresan un resquebrajamiento de tales lazos de la vieja dependencia colonial, reforzados por el desarrollo de un inacabado proceso de integración a través de la Comunidad y Mercado Común del Caribe, CARICOM y la Organización de Estados del Caribe Oriental, OECO, así como el surgimiento de corrientes políticas progresistas que, influenciadas por el nacionalismo anticolonial de Lumumba, Ben Bella, Khruma, Nhyerere, Neto, Mandela y tantos otros líderes africanos y el impacto de la revolución cubana, ha venido desarrollando un proceso de acumulación histórica de fuerzas que, sin la radicalidad rupturista de los procesos políticos que caracterizan a América Latina, apuntan al rompimiento político con el viejo sistema neocolonial heredado de la “Pérfida Albión”.
Si bien es cierto que la influencia cultural del viejo imperio y sus potencia sustituta, unido a procesos de migración forzada de su fuerza de trabajo y sus talentos profesionales, vienen reforzando la dependencia de los países del Caribe Oriental; El “Nudo Gordiano” de ésta dependencia lo constituye la inviabilidad económica individual de cada uno de estos países insulares y las dificultades de unificación política y económica a causa del modelo mono y bi-productor agrícola y turístico que le fue impuesto y por las posiciones hegemonías de las burguesías dominantes en sus tres principales países: la República de Trinidad y Tobago y los Estados independientes con soberanías compartidas británicas, de Jamaica y Barbados, las cuales refuerzan su relación económica con el Reino Unido y los Estados Unidos de América, – situados a miles de kilómetros -, despreciando su asociación estratégica con mercados limítrofes de las dimensiones de los países integrantes de MERCOSUR y de América Latina, en su conjunto.
Sin embargo, las realidades económicas y los cambios políticos que las mismas viene produciendo, hacen hoy, no solo posible sino necesario e inaplazable que los Estados insulares del Caribe Oriental, de la misma manera que asumen de manera conjunto su incorporación al proceso de construcción de un nuevo polo de Poder Mundial, con la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELEAC, miran con creciente interés su inserción en el proceso económico de América del Sur, que representaría la posibilidad más cierta de la superación de los estructurales problemas de sus economías y, en el corto plazo, los problemas generados por la crisis del sistema Capitalista mundial, al abrirse la posibilidad de flujos de capitales de inversión directa (no especulativo) y de inversión pública, corrientes turísticas que refloten su disminuida industria turística, espacios abiertos a la sustitución de los lejanos y en crisis mercados europeos para sus productos agrícolas y, la importación de bienes y servicios de elevada cantidad y mejores precios que los ofrecidos en las economías capitalistas europeas y de los Estados Unidos de América
En esa nueva visión, la presencia venezolana, con el liderazgo del comandante Hugo Chávez Frías, juega un papel fundamental, no solo por su especial ubicación geoestratégica al norte de la América del Sur y a sus actuales programas de suministro energéticos con PETROCARIBE, sino a la más larga relación diplomática y consular de país latinoamericano alguno con el Caribe Oriental, la cual se remonta a más de 130 años y se consolida con la presencia de Embajadas en todos y cada uno de los Estados insulares de la región, lo que le da un conocimiento del la región y una importante infraestructura política y administrativa que permitiría avanzar en este proceso de conexión con las economías de Suramérica.
Ya Lula y Chávez lo avizoraron al acordar la construcción del tercer puente sobre el río Orinoco, entre los Estados Bolívar y Monagas, incorporándole una línea férrea que, conectada con el proyecto de ferrocarril binacional y la carretera Boa Vista (Brasil) y Santa Elena de Uairen, vincularía las economías de Brasil y Venezuela y, sus aliados de MERCOSUR, con las economías del Caribe Oriental, a través de los puertos comerciales de Carúpano y Guiria, en la Costa Oriental de Venezuela, lo cual se complementaria con una flota de buques de mercancías y pasajeros que uniría los puertos caribeños desde Surinam, en la costa este de Suramérica hasta la República de Cuba, en el norte, pasando por Trinidad y Tobago, Barbados, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Martinica, Dominica, Guadalupe, Monserrat, Antigua y Barbudas, San Cristóbal y Nieves, Puerto Rico, Jamaica, Haití, Bahamas República Dominicana y las pequeñas entidades coloniales del centro y norte del Mar Caribe.
Construir esta arquitectura de futuro no será fácil, dada los intereses coloniales y neocoloniales presentes en el área y las inercias de uno y otro lado del espectro regional, pero se trata de la única posibilidad real y efectiva que tiene el Caribe Oriental para superar los problemas estructurales y coyunturales de su economía y, con ello, dejar su papel de rezago político del colonialismo euro-usamericano y culmine su proceso de integración económica, con prosperidad para sus pueblos.
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