Rafael Mathus Ruiz
La Nación

El intelectual norteamericano, siempre crítico de las políticas de su país, se entusiasma con los movimientos de protesta popular en varios lugares del mundo, mientras advierte sobre un planeta en riesgo ecológico: «Podemos estar yendo a un precipicio», afirma.

Cinco estantes cargados de libros recorren una pared de punta a punta en las oficinas de Noam Chomsky en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Cada tanto, se ven etiquetas escritas a mano con un marcador, pegadas en los estantes con cinta adhesiva transparente: 1955, 1975, 1993, y así, hasta llegar casi hasta el presente. Descansan allí más de cien títulos, algunos en inglés, otros en español, japonés, hebreo o árabe. Todos llevan el nombre del mismo autor: Noam Chomsky.

Esa es la antesala a una charla con uno de los pensadores más prolíficos de la historia contemporánea, que a los 83 años mantiene incólume el fanatismo por su trabajo y su acérrima crítica a las políticas de Estados Unidos. Chomsky -considerado el padre de la lingüística moderna, filósofo y activista- repasa los eventos que sacudieron el planeta en los últimos años, reflexiona sobre el futuro y ofrece, sin sutileza, un panorama cuando menos lúgubre. «Si miro el mundo objetivamente, creo que será un milagro si los seres humanos sobreviven en un mundo decente dentro de cien años», afirma.

Crudo y punzante, Chomsky parece por momentos no dar tregua a la realidad o a la humanidad. Pero luego, cuando habla de las luchas protagonizadas por cientos de miles de jóvenes en Medio Oriente, Europa, Estados Unidos, México o Chile, suelta algo de optimismo, quizás empujado por su espíritu anarquista. No lo expresa con gestos o cambios en su tono de voz. Mantiene, siempre, la misma cordialidad. Sólo identifica progresos sutiles, y recuerda luchas del pasado, los cambios que vio como profesor en Cambridge, el movimiento por los derechos civiles o el feminismo, y repite, varias veces, dos cosas: no se puede vislumbrar el desenlace de las batallas actuales, y ese desenlace depende de la gente. Del 99%, no del 1% que el movimiento Occupy Wall Street puso en el banquillo.

La entrevista con Chomsky comenzó con una recomendación, implícita, a un libro: Falla de diseño ( Failure by design ), de Josh Bivens, economista integrante del Instituto de Política Económica, un centro de investigación que hizo varios análisis sobre la rampante desigualdad de Estados Unidos mucho antes de que cientos de jóvenes acamparan en el Parque Zuccotti, en Nueva York.

«Recorrieron las políticas de los últimos 30, 35 años, y las describieron como un fracaso, pero un fracaso clasista. Hay una falla de diseño, que surge de las clases sociales, que refleja las preocupaciones y los intereses de quienes diseñaron esas políticas. Para ellos, ha sido un gran éxito. Si se utiliza el imaginario del movimiento Occupy… , que por supuesto es sólo imaginario, para el 1% es un gran éxito; para el 99%, es un fracaso. Pero eso es lo que cabría esperar. Las políticas están determinadas por un estrecho sector de poder y privilegio. Funcionan para ellos, pero mire lo que sucede para todos los demás.»

Esa falla de diseño, sostiene Chomksy, es la que llevó a cientos de miles a rebelarse en varios rincones del planeta.

¿Está despuntando un nuevo modelo? En busca de algunos indicios en ese sentido, Chomsky menciona, primero, algunas «propuestas de políticas», como ciertas reformas al corazón de Wall Street, o medidas para atacar la corrupción corporativa, que comenzaron a surgir tras la gran recesión de 2008. Luego, habla de un cambio «profundo, mucho más profundo», que él ve como lo más significativo del movimiento Occupy Wall Street : el desarrollo de comunidades.

«Eso es bastante significativo. Este es un país altamente atomizado. Las personas están básicamente solas. Se puede odiar todo lo que está pasando, pero no se cree que se pueda hacer nada al respecto. Romper con eso, y construir comunidades de apoyo mutuo en todo el país, eso en sí mismo es un avance significativo. Si puede ser sostenido ante la represión previsible, y puede crecer, puede hacer una gran diferencia.»

Sobre esa idea, agrega que hay nuevos modelos que han ganado atención: el desarrollo de empresas en manos de trabajadores, de tipo cooperativo. «Eso parece estar aún en una etapa muy temprana, pero podría desarrollarse. Y no es una utopía. Podría ocurrir», afirma.

-¿Cómo cree que será el desenlace de este conflicto entre la sociedad civil y el poder tradicional que se ve en las protestas en distintos lugares del mundo?

-Nunca se pueden predecir esas cosas. Si alguien hubiera preguntado hace un año qué pasaría si un par de jóvenes ocupaban el Parque Zuccotti, la predicción racional, lo que yo hubiera dicho, es que iban a ser expulsados por la policía al día siguiente y que todo habría terminado. Bueno, eso no sucedió. Se encendió. Acabo de reunirme con un grupo de activistas de Chile. Si alguien hubiera preguntado un año y medio atrás qué pasaría si un grupo de estudiantes marchara en las calles para oponerse al grotesco costo de la educación y su sistema educativo clasista, hubiera recibido la misma predicción. No pasará nada. Pero resulta que sí pasó, lleva años, atrajo a otras personas, y está desafiando las bases del régimen que dejó Pinochet por primera vez. Y lo mismo en la Plaza Tahir. ¿Quién puede hacer predicciones? El desenlace dependerá de lo que haga la gente.

-¿Cuál es el cambio más significativo que provocaron las protestas?

-Hay varias diferencias entre Egipto, España, Chile, Estados Unidos y los demás. Pero hay algunos elementos comunes. En su mayor parte, es una rebelión contra el neoliberalismo, que fue un fracaso por su diseño. Es un sistema diseñado para el beneficio de un pequeño sector de privilegio y poder. Ha sido un desastre en casi todas partes. Después de un par de décadas de graves, graves desastres, finalmente, hace unos diez años, América latina ha ido levantándose. La Argentina fue uno de los primeros, de hecho. Pero Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, han estado saliendo. En Africa del Norte, en la «primavera árabe», una gran parte de las revueltas fueron en contra del neoliberalismo. Las medidas neoliberales han sido impuestas por los culpables de siempre: el FMI, el Banco Mundial, el Departamento del Tesoro, y así sucesivamente. Los países fueron muy elogiados por las instituciones internacionales, como la Argentina, que fue alabada por su economía magnífica justo el día antes de que se derrumbara totalmente. Eso es normal. Y, de hecho, el sistema fue bueno para algunos. Hubo crecimiento, y el crecimiento fue, como de costumbre, muy concentrado. Para la mayoría de la población, significó el estancamiento, y la disminución o eliminación de los sistemas de apoyo, las consecuencias habituales. También la corrupción, tremenda, que siempre viene aparejada. Y la población simplemente se levantó contra eso. En Túnez, y lo mismo en España y Grecia, y los Estados Unidos y Chile. Hay variantes diferentes, pero la misma falla de diseño.

-En América latina muchos ven dos modelos, uno vinculado a Venezuela y el otro a Brasil, ¿cuál cree que puede prevalecer?

-Depende de dónde estén las presiones y de lo que haga la gente. Otro modelo es la Argentina. Canceló, en efecto, su deuda, ante el rechazo de las instituciones internacionales y la denuncia de los economistas que advertían que iba a ser un desastre total. Pero la diferencia más extrema que yo veo es entre Bolivia y Colombia. En Colombia, por primera vez hay una voluntad seria de condenar las atrocidades de los paramilitares. Washington está siendo expulsado de todas sus bases militares en América latina, aunque está tratando de mantenerse en Colombia. Brasil es un caso interesante. En el discurso contemporáneo de Estados Unidos, es el buen ejemplo. Pero si uno echa un vistazo a las políticas de Lula, no son muy diferentes de las del gobierno de [João] Goulart en la década del 60. Bueno, la reacción de los Estados Unidos en ese momento fue organizar un golpe que estableció el primer Estado de seguridad nacional al estilo neonazi en la región, y se extendió como una plaga. Ahora la reacción es darle una palmada en la cabeza y decir «ustedes son los chicos buenos». Eso es un signo de los cambios. El poder de Estados Unidos para intervenir no es cero, pero ha declinado, y la conciencia es cada vez mayor en América del Sur, y, en cierta medida, en América Central, de que no se tiene que aceptar esa dominación.

-¿Quién cree que puede sustituir a los Estados Unidos?

-En un escenario óptimo, lo reemplazarán los propios países. Es como preguntar quién debe sustituir a una dictadura. Bueno, no otra dictadura. La democracia y la libertad deben sustituir la hegemonía de Estados Unidos. No hay necesidad de una hegemonía mundial. Y no hay nadie en el horizonte. El poder de los Estados Unidos está disminuyendo, pero Estados Unidos es abrumadoramente más poderoso que cualquier otro país del mundo.

-Pero, ¿cree que es esperable que el multilateralismo tenga éxito? Vemos estancamiento en Siria, la cumbre de Río fracasó, y en Europa, los líderes no parecen atinar a dar una respuesta contundente…

-En Europa hay más fallas de diseño. Las políticas de austeridad en la recesión casi con garantía dañarán a las economías, aunque el Banco Central Europeo está empezando a reconocer eso. Es una falla clasista que perjudica a la población y está desmantelando el contrato social. Los derechos laborales están siendo destruidos. El poder privado ha aumentado. No tiene que ser así, hay otras opciones. De hecho, Estados Unidos tuvo una política más progresista que Europa continental para responder a la crisis. Eso no es muy bueno, pero al menos es algo. Hubo medidas aquí para evitar la depresión. Y hay un crecimiento muy, muy lento. Europa es lo contrario, se dirige hacia una depresión. Ahora está cambiando, y se está hablando de hacer lo que debería haber hecho en primer lugar. Pero éstas son opciones. No son leyes de la naturaleza.

-¿Es optimista respecto del futuro?

-Si miro el mundo objetivamente, creo que será un milagro si los seres humanos sobreviven en un mundo decente dentro de cien años. No por lo que estamos hablando. Estas son cosas que se pueden solucionar. Creo que con mejores políticas se podrían mitigar algunos de estos problemas, tal vez cambiarlos radicalmente si hay, por ejemplo, un movimiento serio que se proponga trabajar en empresas que estén en manos de comunidades. Pero hay otros problemas que no son fáciles de solucionar. Podemos estar yendo hacia un precipicio. La cumbre de Río es un buen ejemplo. No pasó nada. Había aspiraciones muy bajas, y los resultados fueron irrisorios. Somos como lemmings caminando a un precipicio. Es un problema muy serio.

-¿Cómo se puede evitar eso?

-Puede ser demasiado tarde para evitarlo. Pero una cosa es clara: cuanto más esperemos, más duro será. Y vamos en la dirección equivocada. Hay un montón de entusiasmo y euforia ahora por las nuevas fuentes de combustibles fósiles, por ejemplo en Brasil y en Estados Unidos. De hecho, Obama habló con mucho entusiasmo de que podamos tener un siglo de independencia energética debido a la explotación de combustibles fósiles. The Financial Times publicó un informe sobre las grandes perspectivas para el siglo de la independencia energética de los Estados Unidos. La única cosa que ninguno de ellos preguntó es ¿qué clase de mundo va a ser después de un siglo de explotación de los combustibles fósiles, que están destruyendo el medio ambiente?

-Lleva más de medio siglo en el MIT, ¿no cree que las nuevas generaciones, los jóvenes, sus alumnos actuales, puedan resolverlo?

-No se puede predecir eso. Cuando llegué aquí, en los 50, era una década muy pasiva. No pasaba nada. Si usted caminaba por los pasillos del MIT cuando llegué aquí en 1955, veía hombres blancos bien vestidos, obedientes, indiferentes, haciendo su tarea, sin interés en nada. Dé un paseo por los pasillos ahora. La mitad son mujeres, un tercio son minorías, y hay una gran cantidad de activismo estudiantil en todo tipo de temas. Hay un grupo dedicado al cambio climático aquí, muy bien considerado, que disiente del consenso internacional porque lo considera demasiado conservador. Piensan que la situación es mucho peor que lo que se cree. Estos cambios son muy significativos. ¿Podría alguien haberlos previsto? No.

-Usted dijo que el progreso es lento, pero dramático en períodos largos de tiempo. Después de la crisis global, ¿qué progresos cree que ha hecho el mundo?

-Hay progresos. Por un lado, el discurso general, incluso en los medios tradicionales, y en los medios económicos, ha cambiado. Ahora hay atención en temas que estaban ocultos hace un año, temas como la desigualdad, la corrupción corporativa, el vapuleo del proceso político con la cantidad de elecciones que se compran. También el tema ambiental se ha acercado al primer lugar de la atención pública y al centro de las preocupaciones. Eso ya es un cambio. ¿Puede haber un cambio en la implementación de políticas? No en tres meses. Hay que ver. Hay ejemplos para pensar. Tome 1960. Cuatro estudiantes negros de un colegio negro en Carolina del Norte se sentaron en una cafetería y pidieron ser servidos, algo que era ilegal. Fueron arrestados, por supuesto, y tratados de manera muy dura. Eso podría haber sido el final, al igual que el Parque Zuccotti podría haber terminado el primer día. Bueno, no lo fue. Otros los reemplazaron. Muy pronto el movimiento popular se expandió y se introdujeron cambios sustanciales. Eso no se podía predecir. Más tarde, en la década de 1960, pequeños grupos de mujeres, jóvenes sobre todo, comenzaron a formar grupos para crear conciencia, en los que hablaban acerca de si la represión bajo la cual vivían era una ley de la naturaleza. Muy pronto, usted tuvo un movimiento sustancial de mujeres que probablemente cambió la cultura en todo Occidente más que cualquier otro movimiento. No se pueden predecir estas cosas. Yo estaba en Argentina en 1999, y no había forma de predecir lo que pasó en la década siguiente. Fue una sorpresa total.

-Habla sobre todo de fenómenos que pasaron en Estados Unidos. En 2003, dijo que era el mejor país del mundo. ¿Aún lo cree?

-Dije que en algunos aspectos, lo es. Hay aspectos en los que es el país más libre del mundo, con un montón de buenas características. Hay otros aspectos en los que ha hecho cosas terribles.

MANO A MANO

En su oficina, Noam Chomsky vive rodeado de libros, plantas y fotos de su mujer, sus hijos y sus nietos. Una imagen gigantesca del filósofo Bertrand Russell domina el ambiente. En la entrada, colgada al lado de la puerta, está enmarcada la portada de la revista The American Prospect de abril de 2005. «Entre Chomsky y Cheney», reza el título, acompañado de una caricatura en la que ambos se miran con furia.

El intelectual que revolucionó la lingüística moderna en los años 60 ha sido un feroz crítico de Estados Unidos, en particular, de su política exterior. «La mejor forma de evitar el terrorismo es dejar de practicarlo», atizó, luego de los atentados del 11-S. Chomsky no ha atenuado sus críticas: hace poco, dijo que el presidente Barack Obama era peor que George W. Bush, y que sólo lo votaría si Massachusetts fuera un Estado en disputa, con el fin de impedir el regreso de los republicanos a la Casa Blanca.

Vestido con pantalón y camisa de jean y zapatillas blancas, se lo ve un poco más gordo que hace unos años. Chomsky revela en seguida su cordialidad cuando interrumpe la primera pregunta para pedirle a este corresponsal que le cuente sobre su vida. Luego, generoso, deja que la charla se estire unos minutos más allá de los 20 acordados en un intercambio de correos electrónicos con su asistente, Bev Stohl, y se presta para algunas fotos mientras intenta comunicarse por Skype con una alumna en Europa para discutir su tesis.