Rubèn Ramos*
El presidente Humala inauguró el día lunes 25 y martes 26 de junio último, dos de esas consabidas reuniones que sirven para el encuentro de viejos amigos, hacer nuevos y, sobre todo, hacer lobbies de la mano de las instituciones financieras que están detrás de este tipo de eventos para “consolidar la democracia”. En el primer caso se trató de la reunión de cancilleres y “zares y especialistas” de países productores, distribuidores y consumidores de coca y otras drogas. En el segundo caso de una reunión de entendidos con el tema de las “industrias” extractivas (como si su pudiera hablar de tal cosa).
En ambas circunstancias, aparte de repetir, una vez más, el libreto del “crecimiento económico con inclusión social” escrito por el Banco Mundial, Humala habló de “generar confianza”, tanto en lo externo como en lo interno. Saltó a mi mente algo que aprendí tempranamente de un tío político, de origen campesino, con el que aprendí a leer y a entender la realidad: para ganar la confianza del pueblo, no hay que mentirle. Los andinos, tenemos como sustento de nuestro quehacer político (que es el quehacer por la existencia digna), la moral que se enraíza con el “ama llulla” (no seas mentiroso). Esta máxima, que tradujeron los incas de sus antepasados y que marca una diferencia, no sólo histórica sino ética y política respecto de la moral judeo-cristiana que nos impuso la invasión española, es la que vertebra la resistencia campesina en Cajamarca y en otros lugares del Perú pobre pero digno, frente a la palabra desdeñada del ahora presidente. La moral judeo cristiana vino con la espada, la cruz y la pluma, para quedarse entre nosotros, y hacernos mentirosos, traidores, felones. Pero a quienes les corre por las venas la sangre de Atahualpa, que confió en la palabra del invasor y le entregó los cuartos llenos de oro y plata a cambio de su libertad, no se les puede ofrecer el agua y luego decirle, que en nombre del Estado que “cumple lo que firma”, lo “sensato” es ahora, el oro y el agua. Es posible que para quien miente, le sea igualmente fácil el afán reificatorio del Estado. Pero para un campesino, las leyes o los contratos las firman los hombres. En el caso del proyecto minero Conga y de cuanta concesión minero-extractiva existe en el país, su firma la hicieron los gobernantes de turno a quienes el candidato Humala fustigó. Esos gobernantes firmaron los contratos y concesiones mineras en nombre de una Constitución hecha para arrogarse la representación del pueblo, y que sirve para entregar las riquezas naturales del país al capital extranjero a través del Banco Mundial, del BID, de la USAID. Ahora, esos gobernantes ya no están en el poder, pero está la Constitución que la hicieron para asegurar los intereses de la gran minería. La pregunta es ¿por qué alguien que se levantó en armas contra esa Constitución y que no juramentó su cargo de Presidente electo por ella, dice ahora que debe respetar los contratos lesivos a nuestra soberanía e independencia económica, que otro presidente y otras autoridades firmaron en nombre de esa Constitución? No nos confundamos, la expresión legal del Estado es la Constitución. Decir, por tanto, que se cumple con lo que el Estado firma, es decir que se respeta lo que dice su instrumento legal. Esto es, con un instrumento legal hecho para favorecer los intereses de la inversión extranjera, la propiedad privada, el control de nuestros recursos naturales por las transnacionales convocadas por los organismos internacionales, tal como fue establecido en el Consenso de Washington a fines de los 80’ y que estas instituciones impusieron al pueblo peruano a través de Fujimori en 1990 con el Programa de Ajuste Estructural (PAE) que todos recuerdan como el Fujishock.
En el mismo sentido de “generar confianza, el presidente habló de la “inclusión social” y dijo que ésta consistía en convertir al hombre en ciudadano. Si bien así no está escrito en los manualitos del BM a propósito de la “nueva era” en el Perú, para el presidente la inclusión social no sería otra cosa que el DNI. Ya lo saben los que alguna otra ilusión se hicieron, o insisten en hacerse.
Hizo igualmente una sabia definición de lo que es “la desigualdad” con un ejemplo en dólares en su primera inauguración y otro en soles (en la segunda), porque alguien debió advertirle que no es el dólar sino el sol la moneda peruana. Dijo que la desigualdad no era otra cosa que el diferente acceso a los servicios que tiene alguien que dispone de cien dólares (o cien soles) en la sierra o en la costa. En cualquiera de las comunidades campesinas del sur andino, donde la gente votó por usted, señor Humala, la gente nunca vio un billete ni de diez y mucho menos de cien soles. Tampoco se imagina qué puede ser uno de cien dólares ni sabe que cosa es dólar. Tampoco hay “servicios” porque el Estado, en nombre del cual usted defiende la entrega de nuestros recursos naturales a la voracidad de los Newmont, los Barrick, los Yanacocha, los Buenaventura, los Xstrassa, nunca llegó, y cuando lo hace es para hacer ese pernicioso asistencialismo que su gobierno continúa y que resulta inhabilitante para cualquier alternativa de desarrollo.
Se refirió al impuesto a las sobreganancias o “gravamen minero” para las comunidades que no tienen cánon. Resultaría interesante saber, para no seguir pensando que se trata de un cuento, cuáles y con cuánto son las comunidades beneficiadas, y para qué.
Habló también del imperativo de su gobierno de hacer del Perú un país industrial. Y aquí al igual que en el caso de la minería, de la desigualdad o de las políticas sociales, acuñó otro aporte nada desdeñable no sólo para “generar confianza”, sino para la economía y la política del continente. Se permitió, en este sentido, hacer un llamado a la América latina para sumarse al esfuerzo de industrialización. Me pregunté, ¿sabrá este señor que no hay nada más opuesto a la posibilidad industrializadora de un país de los nuestros, que los tratados de libre comercio. ¿Se habrá olvidado de lo que decía sobre los TLC durante sus campañas? Nada que ver. La respuesta está en lo que dijo durante su viaje por Europa ante los representantes de la Unión Europea: que siempre había tenido una posición crítica sobre los TLC, pero que ahora, como presidente, tenía que cumplir con las “políticas de Estado”. Otra vez, el Estado reificado, como justificación. Aclaremos, de una vez por todas, señor Humala: en este país nunca hubo política alguna de Estado, ni siquiera de gobierno. Las únicas políticas existentes son las que imponen el Banco Mundial, el BID, la USAID, la Embajada norteamericana. Esas son las políticas que usted defiende. El resto es pura mentira y afán torpe de reificación.
*sociólogo y educador peruano