JM. Rodríguez
Son desvergonzados porque siempre engañan. Y cuando esto no les funciona, agreden. Para lo primero tienen poderosos medios de información, para lo otro, letales armas. Desde sus cuarteles generales, al norte de América y al centro de Europa, hacen lo que sea necesario para mantener y ampliar el control financiero y militar del mundo. Pendientes de ellos y creyendo en sus vaporosos discursos de democracia y libertad hay multitudes solitarias de necios. En ese escenario, los que, desoyendo sus odas al individualismo, se organizan para andar juntos sus propios caminos, están bajo amenaza. Más aún, oyéndolos o no, es la propia vida del planeta la que está amenazada.
Claro, de aquel lado suponen que los necios somos nosotros, ¿a quién se le puede ocurrir andar por ahí tratando de denunciar a los mercaderes del templo como vendedores de palabras engañosas? Los que lo hagan se están rifando una crucifixión. Ese es nuestro caso en Venezuela, por eso me animé a escribir los siguientes párrafos que trataré que no suenen muy escolásticos.
Verdad es sólo aquello que puede demostrarse con hechos, es decir, científicamente o a través de la evidencia empírica. Bueno, hay también verdades de fe, pero eso es un asunto metafísico que no concierne al colectivo sino a los individuos en solitario. A esos les digo que pierden el tiempo buscando afanosamente milagros que conviertan las pesadillas bélicas en sueños relamidos.
Mentira es transponer conscientemente los hechos, fabricando el engaño, ocultando deliberadamente la información o adulterándola. La usan, en los asuntos de los Estados y sus políticas: los embaucadores, fulleros, trapaceros y engañamundos. Es fácil reconocerlos, nunca hablan en nombre propio. Es bueno desconfiar siempre de aquellos que dicen cosas en nombre de los demás.
Esos que adjetivé son los presidentes, directores o portavoces del poder hegemónico. Sus declaraciones son masivamente difundidas por los medios de información privados. Declarantes y dueños de medios conforman un poder enorme y definitorio en la creación de la llamada opinión pública. De intermediarios están los periodistas, a los que el asunto ético les resulta poco relevante, pues, esta venta de embusterías ha sido legitimada por esos mismos entrevistados como “el más importante” de los derechos humanos.
Las “armas de destrucción masivas” en Irak y luego en Irán, los “luchadores por la libertad”, antes en Libia y ahora en Siria. Las imágenes trucadas de luchas y matanzas, como aquella escenografía de la plaza Verde (montada en Qatar por un productor hollywodense) o el video de los “pistoleros de Puente Llaguno” (luego favorecido con el premio Príncipe de Asturias que otorga Hola); mostraron, en sus escalas respectivas, las mortales consecuencias del engaño fabricado.
Pero, también diariamente y en las cosas más simples, se expresa este manejo torcido. Basta con mirar a través de los resquicios que, inevitablemente, dejan, porque no son muy inteligentes que se diga. ¿No vieron a Globovisión afirmar que el crecimiento de los bonos del Estado venezolano, anunciado por JP Morgan, “se debe a la convicción de los inversionistas sobre la salida inminente de Chávez”? Y fue para morirse de la risa oír a un charlatán, al que llaman profesor Carrasquero, decir que “…eso es evidente, puesto, que el país ha retrocedido en estos catorce años”.
Si no nos reímos es porque no son inofensivos tales disparates. Estas afirmaciones son los pequeños ingredientes que forman la gran masa crítica que justificará, luego, la intervención armada de los gringos para impedir que “sigamos retrocediendo”. Y no faltará en Venezuela gente que lo crea. Igual que al este de nuestro mar y al oeste del otro. Para enfrentar con éxito tal amenaza no basta con un Telesur, necesitaríamos cinco. Y en cinco idiomas diferentes.