Autor:
La política internacional es un campo minado de estrategias que envían señales a veces claras, otras no tanto. Esto viene a colación de los encuentros del G-8 en Camp David, Estados Unidos y la cumbre del G-20 en Chicago, que tuvieron como foco la pesadilla de la recesión que sigue amenazando la posición de los países desarrollados. Seguido se realizó allí, la 25 reunión de la OTAN para tratar en agenda los compromisos militares de la coalición en Afganistán, Irak y especulando otra agenda secreta, el acercamiento de posiciones frente a Siria y la paranoia del desarrollo nuclear iraní. Al término de la Cumbre se suscribieron documentos que definen una postura común sobre Afganistán más allá del 2014, una línea conjunta ante el terrorismo y las tareas de defensa colectiva.

El propósito de restablecer la arquitectura de dominación mundial sigue su curso. Mientras una mano teje con hilos de hierro un orden global económico y financiero internacional concentrado; la otra, cierra el puño y sella a sangre y fuego una política militar hegemónica de alcance planetario.

La circunstancia que OTAN se haya reunido en suelo americano no pasa desapercibida, tampoco que la ONU participara, ya que aquella pretende legitimarse como el brazo armado del Consejo de Seguridad. Hasta ahora el escenario ha sido fundamentalmente europeo. En Estados Unidos se realizó una en 1978 que avanzó en un programa de defensa a largo plazo y, otra en 1999 que conmemoró el 50 Aniversario de la organización. Corrían entonces los tiempos del Consenso de Washington y las políticas neoliberales que muchos aplicaban por aquél entonces.

Trece años después, el escenario cambió. La UNASUR y la CELAC están modificando la geopolítica regional con enfoques de seguridad y defensa propios. Asimismo, el espectro político e ideológico se ha vuelto complejo, hay movimientos sociales fuertes y organizados en todos los países, gobiernos a la derecha como Chile; progresistas como Argentina o Ecuador y transiciones socialistas como Venezuela y Cuba. Otro tanto ocurre con las relaciones exteriores que orientadas por los principios de multipolaridad y autonomía soberana intensifican las relaciones Sur-Sur, como son los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador abriendo las puertas a China o Rusia, actores competidores de los Estados Unidos. Ni que decir del intercambio con Irán que causa escozor, al punto de pretender colocarnos en la antesala de los llamados estados terroristas. La reciente cumbre de OTAN en Chicago, aunque no contemplase en la agenda a la región, envía una señal de advertencia sobre el potencial despliegue e intervención en cualquier espacio geoestratégico del mundo. Entre los argumentos a los cuales recurren están las potenciales amenazas terroristas, calificadas como tales por ellos, y en función de las cuales actuarán justificando la defensa propia o colectiva.

Nuestra América Latina y Caribeña debe oponer frente a la diplomacia militarista de la OTAN, la conformación de la región como zona de paz, al tiempo que fortalecer la Diplomacia de los Pueblos que trasciende las burocracias de los estados y puede actuar como cortafuegos. De la misma forma ha de impulsar el desarrollo iniciado del Consejo de Defensa de UNASUR y una Doctrina regional de defensa colectiva. Asimismo promover el Consejo de Defensa de la ALBA propuesto recientemente por el Presidente Hugo Chávez. Solo mostrando una clara unidad de intereses y posiciones comunes, aún por encima de las diferencias será posible contener los nubarrones y tormentas que a lo lejos se avisoran.