Por eso, la población estadounidense protesta para que la mayoría de la cosecha sea para fines alimentarios.
Un proceso que tiene su precio y no solo de la granja hacia el producto alimenticio, sino también de la granja al combustible. Durante 33 años el gobierno de EE. UU. subsidió a los productores de maíz para aumentar la producción y el consumo de etanol. Esa situación cambió parcialmente y algunos efectos se dejan ver.
Este senador de Oklahoma encabezó la campaña para eliminar el subsidio y logró hacerlo. Pero el encargo del Gobierno a las empresas de usar alcohol etílico sigue en pie. Así que ahora, en cualquier gasolinera de EE. UU. un 10% del combustible es etanol.
“El 40% de la cosecha de maíz del año pasado fue usado para producir etanol. Esto deja el 60% restante para la comida, para la gente y los animales”, añade Coburn.
La celulosa, las proteínas, la grasa y el aceite de maíz quedan y luego se usan para productos que alimentan a los animales, aseguró uno de los funcionarios de la compañía Lincolnway Energy.
Con el precio de etanol elevado dos veces en los últimos cinco años, no es nada sorprendente que los precios de la comida también vayan creciendo. Y esto no solo ocurre en EE. UU. En otros países donde el maíz es uno de los ingredientes principales de la comida, el aumento de los precios resultó devastador.
“Cuando crece la demanda de etanol, los granjeros plantan más maíz para producirlo y no pueden plantar una cantidad suficiente de otros cultivos”, explica Tim Searchinger, científico de Universidad de Princeton.
Una sexta parte del suministro de maíz mundial es utilizado en los coches estadounidenses. Es una cantidad suficiente para alimentar a 350 millones de personas durante un año entero. ¿Cuán justa es la competición entre lo comestible y el combustible? Una pregunta que aún no ha sido respondida.