Fidel Martínez(*)

Compañero lector, empiezo este artículo dándote mi premisa inicial a la hora de militar: un revolucionario debe comprender que en todo momento está haciendo política, está haciendo revolución. Yo me río con mi hija y hago revolución, saludo a un vecino, abro una puerta, hago un favor, cortejo a una chica, asisto a clases, hago un chiste, me molesto, juego un partido de béisbol, veo una película, leo un libro y hago revolución. La revolución está intrínseca en ti, en todo lo que haces, forma parte de tu ser y cuando ya no estés, seguirás allí, porque habrás hecho revolución. Sin eso no hay nada, porque te rajas, te desmoralizas en el primer hueco que caigas. La revolución lo es todo, respiras con ella y así como criar a un niño es cosa difícil, así también es la revolución, no hay nada más difícil que ella, pero tampoco nada más gratificante, ella representa tus peores dificultades pero es causa de tus mayores felicidades. Si no tienes esta actitud ante la vida, si no quieres llegar a ello, si no lo experimentas cada vez que te levantas, dudo que te interese mucho este artículo…

Si decidiste seguir leyendo y entendiendo que por lo menos, aunque no la compartas, respetas esta actitud ante la vida y estás dispuesto a debatir sobre ella para que entre muchos construyamos el perfil del revolucionario, parto por decir que las características que ayudarían a definir la militancia son tantas, que bien vale detenernos en unas pocas, para luego seguir discutiendo sobre muchas otras. En el caso de este primer artículo hablaremos de la crítica, la formación, el liderazgo y unas cositas más.

Por un lado nos encontramos con la capacidad para enfrentar y asimilar la crítica de una manera revolucionaria, ésta es característica fundamental. Cuando el compañero incurre en un error o conjunto de ellos, producto de algún vicio, una carencia o sencillamente por simple descuido o indisciplina, es muy probable que en algún momento posterior se le presente algún reclamo al respecto. En ese momento, en que otros camaradas te increpan sobre ese error cierto, tienes dos posibilidades: Reconocerlo o no. En el segundo caso no nos detendremos, porque resulta evidente que la persona, que por diversas razones (que en otro momento podemos ahondar) decide tapar su acción errada, está afectando gravemente un accionar colectivo. El primer caso, cuando no se trata de un reconocimiento sincero, es más grave aún, porque encierra un hecho cuestionable que la persona trata de tapar indirectamente con una supuesta actitud correcta. Aceptar el hecho, con un asentir no es aceptar la crítica, decir que lo hizo mal pero…… y vomitas todas tus necesidades internas de aceptación social, no es ni autocrítica ni aceptar la crítica, sencillamente te estás justificando con argumentaciones que las más de las veces no convencen a nadie y que lo que hace es retrasar el proceso de aprendizaje colectivo, otras veces desmoraliza al grupo y otras tantas sencillamente permiten que se siga incurriendo en el error. La verdadera actitud autocrítica, se propone visualizar el problema, trata de ir a las causas de los mismos, las raíces que llevaron a esas causas y luego se procede a analizar minuciosamente cuales son los mecanismos para superarlas. Tal es el método para la crítica y autocrítica revolucionaria, lo demás no sirve. No sirve aceptar, darse golpes de pecho si caminando como que si nada pasara, como si nunca haya habido una reunión crítica a ese respecto, como si no se tuviera vergüenza.

Este es uno de los puntos fundamentales de la activación revolucionaria. Un militante que es crítico (sinceramente crítico) ante sus errores, los supera con relativa facilidad, pero no puede hacer nada si no tiene la voluntad de hacerlo. Esa voluntad que nace de la conciencia, del convencimiento de estar en la línea correcta y de la vergüenza interna que debe sentir cada quien cuando no aporta a su colectivo como piensa debería hacerlo. Sin crítica real y certera, no hay avance individual ni colectivo.

Por otro lado nos encontramos con la formación como otra característica de las consideradas fundamentales en el proceso de crecimiento personal y colectivo. Sin formación no hay nada, no hay actividad revolucionaria. Yo debo entender cómo pasan las cosas, por qué, a qué se deben, debo interpretar de la mejor manera posible la realidad para luego conseguir herramientas para transformarla. Un militante busca la formación porque tiene curiosidad de las cosas que pasan, porque le interesa saber cuál es el mejor método para conseguir la victoria, porque le interesa saber cómo va a aplicar el socialismo cuando llegue al triunfo o como aplica en lo concreto una experiencia socio-productiva, porque de repente se encontró en una discusión muy interesante y se dio cuenta que no dominaba el tema y que es muy importante manejarlo si quiere seguir en la línea de vanguardia en el combate, porque necesita saber los requerimientos mínimos técnicos (planificación, administración, etc) para seguir adelante, porque le interesa la vida, las estrellas, la poesía, que se yo, porque quiere cambiar la vida. OJO, hay distintos niveles de los procesos de formación, en este caso me refiero sólo al militante.

Todas estas son razones válidas, son las que realmente te mueven para adquirir ese indispensable saber, pero si podemos avanzar, siendo conscientes de lo que hacemos, de la necesidad de formarnos para la lucha consecuente, el camino es mucho más claro y gratificante. Un revolucionario necesita dar con la verdad, le corresponde entender la realidad en la que piensa incidir, esa es la razón número uno para la formación militante. La segunda es que el revolucionario debe poseer los mejores instrumentos para cambiar esa realidad, saber cómo cambiarla, llevar a cabo un proceso de aprendizaje colectivo sobre el cual va aumentando su formación integral. La número tres es que el revolucionario está claro que una de sus tareas fundamentales es la labor educativa, la propaganda, la transmisión de conocimientos y valores en esta cruenta guerra en contra de la burguesía. Para eso es importante adquirir capacidad de oratoria, de discurso, hablado y escrito, poder convencer, debatir, ser un propagandista del socialismo. Todo eso se resume en una sola frase: tener necesariamente ¡¡¡formación!!!. La teoría revolucionaria no es más que el aprendizaje y experiencia de otros, acumulada y sistematizada. Es aceptable que la gente aprenda por sus propios pasos, que se dé sus coñazos, que se caiga y vea, pero si puede aprender no sólo de sus tropiezos sino a través también de los compañeros que han dado la vida por tantos

en el pasado, seguro el camino será más sencillo y tal vez victorioso. La formación camaradas es vital, es teoría y práctica hechas una sola, es hacer revolución. Se reduce a esos cuatro propósitos solamente, que te los resumo de la siguiente manera: consolidar nuestra conciencia de clases, interpretar la realidad del momento acertadamente, proyectar (propagandear) de la mejor manera posible sus ideas y, finalmente, tomar las mejores decisiones a la hora de hacer política, tales son los fines de la formación para un revolucionario.

Hablando ahora un poco del liderazgo, nos conseguimos con que es necesario tratar este asunto como un hecho social (relación dialéctica entre el que ejerce el liderazgo y los liderizados), no como muchos, quienes utilizando formas simplistas de ver la vida, lo tratan como una característica individual. No hay recetas para eso porque tiene que ver con las expectativas y características de un equipo y, las cualidades de un ser individual o colectivo, para orientar y hacer que el colectivo mayor cumpla sus metas. Una persona puede encontrarse toda su vida en el anonimato y de repente, en un abrir y cerrar de cámaras (¡¡de televisión!!) convertirse en un líder de masas. Se trata pues de una relación dialéctica de las masas con el cuadro. Para los fines de la organización revolucionaria, existen ciertos valores que el militante debe tomar en cuenta a la hora de pretender ganarse cierta autoridad moral y política sobre el resto de los compañeros: primero que todo, practicar la modestia; no nos importa si se corre el riesgo de la subestimación (pierde más quien subestima), no nos importa si no llamamos en un primer momento la atención, luego vendrán muchas batallas y en la consecuencia de la actividad revolucionaria, el más constante, el más disciplinado, el mejor acertado en las orientaciones, el más desprendido en sus actos, el más serio y comprometido con sus planteamientos, se irá ganando esa condición. El liderazgo no es tarea de un día, es tarea de toda una vida. Algún compañero dice “los títulos se revalidan”, que grande esa frase, porque trata el hecho cierto de la actividad permanente y guevarista del revolucionario. Por otro lado, la modestia, a la hora de pensar, te permite tener mayor atino en el análisis y tomar las mejores decisiones.

La dirección y el liderazgo son todo un arte. Como militantes no podemos hacer todo, estamos limitados a lo que nuestras fuerzas y aprendizajes nos dan para activar y, por eso es necesario delegar, confiar en el equipo. La idea es que una vez desarrollada la planificación cada quien se despliegue en sus espacios, dispuestos a cumplir con sus responsabilidades. Éste es el deber ser, pero no podemos dejar todo a la inercia. Hacer un seguimiento constante, una presión persistente e impulsar los liderazgos menores, es tarea permanente del militante responsable de algún espacio. Esto se consigue promoviendo a los demás compañeros para que hablen en las asambleas, que se vean obligados a planificar; en toda reunión no estar sólo pendiente del tema, ir más allá, entender cuál es el impacto que se causa con las palabras, si la gente se aburre o se desanima, si se consigue el consenso para la acción. De esta manera no sólo se logra cumplir con las metas puntuales del grupo, sino que se aporta eficazmente a la formación de nuevos cuadros militantes y al fortalecimiento de la moral colectiva.

Ahora bien, un valor militante de gran importancia es siempre buscar ser frío en el análisis y apasionado   el accionar. Ésta es una actitud que debe ser consciente en nuestras filas. La burguesía está clarita de la necesidad que tiene de nublar las mentes y no sólo a través de la alienación, sino enseñándonos e inculcándonos métodos inocuos, limitados, desarmados, tanto para entender la realidad como para transformarla. Nos esconden el materialismo dialéctico, el marxismo, juegan con nuestra catarsis, buscan nuestras emociones para no dejarnos espacio para la reflexión. Ante esas intenciones, todo lo contrario, reflexionar y activar mucho, pensar con la cabeza y actuar con el corazón!! Cada compañero tiene una combinación particular de vicios pequeño burgueses (para profundizar más del tema, leer “contra el liberalismo” de Mao Tse Tung). Todos los tenemos y no debemos autoflajelarnos por eso. Entender que somos parte de las circunstancias y que venimos de esta porquería llamada capitalismo, es menester para el militante. Ahora bien, nada hacemos sólo aceptándolo, porque caeríamos en el conformismo o en el oportunismo, estaríamos dando esa argumentación falsa de muchos quienes se enorgullecen de sus vicios y dicen que como nadie cambiará, ellos no pueden hacer mucho y por eso no se amargan la vida. ¡¡NOOOOOO!! Luchar incansablemente por superar nuestros vicios pequeño burgueses, es tarea fundamental del combatiente revolucionario. Dejar atrás el egoísmo, el egocentrismo, las aspiraciones y pretensiones individualistas, el protagonismo, la indisciplina, el inmediatismo, el radicalismo infantil, el murmullo, todo eso y más, debe ser tarea de todos los días, a toda hora. Cada vez que caigamos en ellos, estará la organización a nuestro frente, para jalarnos las orejas cuando incurramos en ellos, para encarrilarnos nuevamente por el camino del revolucionario, pero hace falta también la actitud individual. Una de las más grandes cualidades de un revolucionario, es estar en esos momentos más duros, cuando cometiste alguno de tus peores errores como luchador y tener la entereza de aceptar que te equivocaste y sin ninguna vacilación proponerte mejorarlo y efectivamente hacerlo. Que grandes quienes lo hacen, porque con la constancia y consecuencia, tienen la historia ganada!!

Faltarían muchas cosas para seguir ahondando en las cualidades de un militante, como la relación militancia – centralismo democrático, vinculación con las masas y otras más; así que seguiremos, en otros artículos, tratando de descifrar (utilizando como principal fuente la experiencia colectiva) las mejores cualidades del militante revolucionario, para seguir construyendo juntos, el camino adelante…

(*)Militante de Bravo Sur.

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