I
Los telediarios pululan desde la burda competencia -a la hora de costumbre- por dar la noticia. Los periódicos de tirada nacional se afanan por “acertar” el mejor de los titulares. Los analistas de turno salen de sus claustros académicos para esgrimir el adjetivo adecuado, la palabra políticamente correcta, que se “aliña mejor” con el tono pausado y milimétrico. La radio desata minutos de información entremezclando lo noticioso del tema con la “imprescindible” lista de éxitos de fin de año de la música nacional e internacional, “esa que debemos de aprender pues toca examen”.
“Plomo Fundido”, nombre de la operación militar que organiza el régimen genocida del estado Israelí ha dado los primeros avisos guerreristas. Las cifras “adornan” árboles de navidad en vísperas de un nuevo año. Trescientos cuarenta y cinco muertos y más de mil seiscientos heridos palestinos son esos primeros apuntes. Un pueblo heroico que vive troquelado bajo un muro en forma de mampara, impuesta como nación extrajera en su propio territorio.
La diminuta ropa desgarrada. La furia de las balas ensimismada sobre su cuerpo. La mirada ausente, el gesto desesperado de los que corren en su auxilio. Expresan la impotencia y el horror de actos criminales y belicistas. La imagen se cierra, -en cuadro apretado- rompiendo el sentido del límite.
La “danza de las balas” aún no ha mostrado su verdadero esplendor. Los tanques se posicionan en filas que son difíciles de cuantificar en cantidades numéricas. Aviones apertrechados con tecnología de “última generación” detonan sus cargas en los espacios públicos en busca de “almas suicidas”. Van “convoyando” civiles inocentes que forman parte de los “daños colaterales” de la ofensiva, que nos anuncian como la fase inicial de este engendro.
La humanidad esta presa en el pasto del abismo diluido, en el goce de la neblina programada. La muerte no significa nada. La verdad está construida desde una óptica infinitamente superior a la palabra, al sentido común. El humanismo y “la solidaridad internacional están de vacaciones”. Tenemos una cita impostergable junto a ese niño desgarrado. Debemos hacer todos “un cuadro apretado”.
II
Un largo y duradero “atajo de aguijones” se destapan de sus habituales andamios. La barbarie de los dinosaurios sionistas israelíes asoma sus feroces lanzas. La travesía de la muerte ha comenzado a desembuchar plomos que acopian muerte ensordecedora y brutal. Se alinean como máquinas entrecruzadas en esas carreteras de polvo curtido, donde la ceniza es hilo molido de sangre fértil ante enredaderas sin nombre.
Van tomando kilómetros de carreteras y pedregales polvorientos, apurando su marcha de vértigo. Mientras acortan distancia, escupen esa muerte de balas nacidas en fábricas del “primer mundo” donde el dolor es una “palabra ausente”. Boquetes de ensordecedoras miradas. Grietas de oberturas iluminadas por “ese dios” que tiene sordera ante el caos de las antorchas, de los ladrillos pulverizados que se destrozan en escurridizas formas.
Las balas son cientos de niños mutilados. Pequeños transeúntes que desde su nacimiento solo saben del horror de “vivir”, entre muros de huesos que han desvanecido sus colores nuevos, para cercenar el origen y la naturaleza de los sueños.
Las legiones de cadáveres se amontonan en patios traseros. La esperanza está de fiesta. Pernocta en otro lugar que es imposible de localizar.
Guernica se vuelve a pintar en todo su esplendor con trazos de carne quemada, con rostros que figuran como legumbres descompuestas. Se desnudan –por esta vez- junto a la cal de los edificios derruidos.
El pánico no tiene ruta marcada. Es tan solo una multitud que busca refugio en el pecho más cercano. En la mano tendida y fría por el miedo ante el protagonismo de la barbarie. La palabra está ausente a esta cita de metrallas. Las respuestas no han llegado a la hora prevista pues no hay preguntas.
El silencio es la mordaza que agolpa este universo sombrío en esta humanidad de lloviznas sísmicas teñidas de balas. ¿Es que no sabemos leer los libros de la historia?
Las palabras surgen como gotas truncadas de crudos inviernos, de este invierno. El genocidio sigue consumando “su labor” de destruir el sentido de la vida. La humanidad –casi toda-, está recluida en un balcón viendo cómo se desarrolla esta “puesta en escena”, en la que somos espectadores cautivos. El plomo es la tinta de este relato ante la metáfora de la vida.
III
La barbarie israelí despliega artefactos desnudos de paz. El terror es la clave de esta guerra que ha dejado de ser anunciada. Como botas carroñeras van pisando los sueños de hombres y mujeres que han decidido convertir la resistencia en el centro de su vida.
Las calles de Gaza son verdaderas trampas del horror. La cacería va multiplicándose milímetro a milímetro. Las cifras de muertos y heridos siguen aflorando en todos los espacios de noticias.
La tarea, cercenar los hogares de los últimos alientos de sueños. Las primitivas alcantarillas han dejado de canalizar las aguas turbias de pastizales urbanos para drenar la sangre de los que aún soñaban. El aliento de vivir se viste de un negro amargo y salobre.
El aire se va tornando de un color lánguido de polvaredas por la metralla. El tropel de personas mutiladas es una gigantesca suma de cadáveres, que nada tiene que ver con la farsa y el divertimento. La realidad lo puebla todo. Brazos atados por cuerdas huecas, tratan de sostener la sangre de los que piden auxilio. Escombros de concreto “toman” las calles que se interponen como trampas ante el curso de las ambulancias ausentes.
La dimensión real de esta masacre está en la ausencia, en la palabra que se maquilla con aires de navidad. La humanidad tiene una cita contra la barbarie israelí que anda haciendo y desasiendo contra miles de hombres y mujeres de una gran nación.