
En 1985 el ayuntamiento de París era un antro de corrupción. Maletas llenas de dinero en efectivo iban y venían, mientras sólo el 1,5% de las licitaciones municipales se solventaban de acuerdo con las normas establecidas. Decenas de millones de francos desviados de contratos de viviendas subvencionadas pasaron a llenar las arcas del partido de la derecha, el Rassemblement pour la République (RPR). Jean-Claude Méry, un antiguo hombre de negocios de la construcción reconvertido en tesorero del RPR, confesó que había entregado una maleta con el equivalente a 650.000 euros actuales a uno de los colaboradores más cercanos del alcalde. Éste, desde luego, no era un hombre desagradecido: el personal del ayuntamiento constaba de aproximadamente 300 personas en nómina, de las cuales sólo 45 aparecían en el listín telefónico de la alcaldía. Entre ellos había amigos en situación precaria, escritores, incluso un bailarín de ballet.
En otras palabras, todo ha quedado en puros símbolos. Bajo cualquier aspecto, Chirac es un chorizo, un hombre capaz de negar lo innegable y vivir para contarlo. Incluso el actual deterioro de su estado mental está puesto en duda. Valéry Giscard d’Estaing suele decir que Chirac podía tener la boca llena de mermelada, los labios chorreando, los dedos dentro del bote abierto frente a él y, aun así, jurar que nunca la había tocado. ¿Es un pillo campechano o sólo un pillo? Eso depende de qué parte de su larga carrera política se analice (dos veces primer ministro, y el presidente francés que ocupó el cargo durante más tiempo de la historia de la República). Durante años fue inmune a la acción de la justicia. Cuando dejó el cargo de alcalde de París sus abogados pleitearon a su favor durante más de una década para evitar un juicio, mientras que otros compinches de su banda, como el actual ministro de Asuntos Exteriores Alain Juppé, caían en el saco. Su partido, el RPR, hizo un trato extrajudicial con el Partido Socialista, actual inquilino en el ayuntamiento de París, para devolver 1,6 millones de euros.
Lo importante ahora es que el plan cuidadosamente establecido para salvaguardar a Chirac ha fracasado. El largo brazo de la ley existe incluso para él y eso todavía importa en una democracia.