«Toda esa gente que, durante la semana, estuvo sufriendo con tareas miserables, esa gente por la que la civilización sólo pasa como una forma de doma, luego acaba con instintos de mercaderes de esclavos». La frase fue escrita en 1912 por el crítico de arte Leon Werth. Estaba horrorizado por la proliferación, en las ciudades de todo el primer mundo, de las «exposiciones universales» donde, en zoos humanos, el Norte exhibía a los «salvajes», los «negroides», los «indígenas», al lado de las mujeres barbudas, los enanos y los «contrahechos». Estaba horrorizado también por los millones y millones de trabajadores europeos que se aficionaron a ese tipo de ferias de bestias, conformando así, entre 1850 y 1939, la manera que Occidente tiene aún hoy de ver a los pueblos del Sur.
Esa frase de Werth, amigo del periodista Patrick de Saint-Exupéry, es una de las que dominan la muestra Exhibiciones: la invención del salvaje, que inaugura hoy el museo Quai Branlyde París. Una vasta exposición-concepto que, a lo largo de 600 obras, documentos de época y filmes de archivo, intenta retratar la poco encomiable locura colectiva que vivió Occidente entre mediados del siglo XIX y finales de los años treinta del XX.
Las «exposiciones universales» fueron fundamentales para la propaganda
Cuando precisamente la dominación colonial y la supremacía blanca atravesaban malos momentos, gracias a la independencia en América con Simón Bolívar y a las primeras escaramuzas de liberación nacional africana, el poder blanco logró engañar a la población de sus propias latitudes: la idea de que se era superior a algo.
Clave en esa operación de propaganda masiva fueron las exposiciones universales que, de París a Chicago, de Londres a Berlín, recorrieron el primer mundo. Ofrecían «espectáculos exóticos», «aldeas indígenas» y «jardines zoológicos». Se exponía a personas, presentadas como salvajes, como se les quería ver, y sin explicaciones sobre su cultura. Una barrera separaba al espectador, humano occidental, y a la bestia, humano no occidental, en lo que fueron las primeras formas de sociedad-espectáculo.
Uno de los aciertos de la exposición es separar claramente los diferentes periodos históricos. Al principio fue Cristóbal Colón y los Reyes Católicos: Colón vuelve de las Américas y trae con él a seis indígenas, exhibidos muy seriamente ante la Corte de los de sangre azul. «Se han hallado en todos los palacios de las familias reales europeas de la primera época colonial auténticos gabinetes de curiosidades repletos de retratos de indígenas, considerados anomalías de la naturaleza», explica la comisaria científica Nanette Jacomijn Snoep.
La auténtica novedad llega a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando, al lado de las ferias que muestran venus hotentotes, caníbales y «la reina gigante del Amazonas», al mismo tiempo se produce una ciencia racialista, que intenta clasificar las etnias por orden descendente hacia el simio. Un cóctel que produjo luego el nazismo, el fascismo y el franquismo. La muestra termina con un bello documental de creación en el que hombres y mujeres, sin distinción de razas o de discapacidad, se preguntan si son normales o racistas.