Es fácil confiar en las capacidades de la Historia para aclarar el presente, si quien ilumina es Josep Fontana (Barcelona, 1931). Desde la primera página de Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (que acaba de publicar la editorial Pasado y Presente) su autor reconoce que la obra, a la que se ha dedicado en los últimos 15 años, tiene su origen en la frustración de no haber alcanzado un mundo mejor, en las falsas promesas que a sus 14 años, con la II Guerra Mundial finalizada, les habían lanzado. «Nos garantizaban, entre otras cosas, a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza. Cuando se han cumplido ya 70 años de aquellas promesas, la frustración no puede ser mayor», advierte este historiador maestro de historiadores, referencia esencial para entender el siglo XIX y, ahora, el XX.
Seis décadas después, Alemania vuelve a dominar Europa, y Estados Unidos ve cómo China amenaza su hegemonía. ¿Por qué un historiador del siglo XIX analiza los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX e incluye, en este espectacular estudio de casi 1.300 páginas, la última hora de esta crisis económica?. «Porque un historiador lo primero que tiene que hacer es estar abierto, y a mí me interesan muchas más cosas que el siglo XIX. Cuando empecé a escribir el libro, la enseñanza del mundo contemporáneo en la Universidad era escasísima y más bien pobre. Me pregunté qué había pasado para que lo que entonces prometía ser un futuro espléndido no haya cuajado», cuenta a este periódico.
Reconoce que la crisis de 2008 abrió los ojos a muchos, porque entendieron que «era un fenómeno de una dimensión mucho mayor». Por eso añade que leer varios periódicos al día es necesario para entender el mundo que vives. «¿Cómo vas a entender el siglo XIX si no entiendes el mundo actual?». «Desde los años setenta hemos vivido una involución, que rompió con la evolución iniciada con la crisis de los treinta», dice. «Buena parte de las concesiones sociales se lograron por el miedo de los grupos dominantes a que un descontento popular masivo provocara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema», describe Fontana.
“A partir de los años setenta, los ricos pierden el miedo. Y hoy, ¿a qué revolución van a temer los banqueros? Han perdido el miedo, y desencadenan el empobrecimiento global y el enriquecimiento de su grupo. Porque es una crisis desigual, que afecta sólo a los más pobres», cuenta. Para demostrarlo señala a los beneficios alcanzados por grupos como Citigroup o el conglomerado de lujo LVMH (Louis Vuitton y Moët Hennessy).
«Las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas. Temían unas fuerzas oscuras que medraban para un día cambiar el mundo y quitarles todo. Eran amenazas fantasmales, pero los miedos eran reales», explica. Con esos miedos los trabajadores obtenían de los gobiernos concesiones, y las clases dominantes mantener el orden social. El primero en introducir medidas de seguros sociales en Europa fue, justamente, Bismarck, con el objetivo de calmar los ánimos.
Siglo y medio de logros
Así que, para el profesor, el factor que desencadena la fase crítica, que atraviesa en estos momentos el Estado del bienestar, es la pérdida del miedo de las clases dominantes a una revuelta popular. Hasta los setenta se vivió el impulso que «permitió el reparto equitativo de sus frutos y un cierto avance de libertades». «El modelo construido en Europa como fruto de siglo y medio de luchas sociales era destruido. Ni siquiera el fascismo logró lo que ha conseguido el capitalismo», sentencia.
La prueba está en que «hay un momento en que la amenaza de una revolución subversiva del comunismo ya no existe y los poderosos entienden que ya no tienen amenazas». Esas intimidaciones, para Fontana, han permitido transformar la sociedad europea desde la Revolución Francesa hasta los años setenta del siglo XX. Justamente, una de las ideas claves de la obra de una ambición inédita en la historiografía española es la creación del aparato económico de organizaciones empresariales que se aúnan para plantarle cara a la agitación.
El presidente demócrata Jimmy Carter logra las primeras victorias para los ricos: evita la creación de una agencia de protección de los consumidores, «una de las cosas que más temen», e impide que los sindicatos vivan con la independencia con la que hasta ese momento habían trabajado. «Los demócratas empiezan a recibir ayudas de los empresarios, hasta entonces recibían dinero sobre todo de los sindicatos», explica. «Con Reagan llega el primer corte de impuestos y las primeras batallas contra los sindicatos. La señora Margaret Thatcher dará la batalla contra el sindicato de los mineros», relata.
Ahondando en la idea del control social, aclara que «el fascismo surgió en momentos en que parecía que la capacidad del capitalismo para seguir manteniendo el orden social interno estaba fallando». Es decir, que aparece como una solución de urgencia ante el peligro de ruptura social. «Por decirlo de alguna manera: el New Deal de Roosevelt es una alternativa al fascismo». ¿El miedo al fascismo dejó campo libre al capitalismo? «Sí, pero las cosas que ha conseguido lo ha hecho pactando».
Contra la resignación
La Historia es una llamada a la acción, el despertar de las conciencias, tal y como la entiende Josep Fontana. Dice haberlo aprendido de Vicens Vives, quien creía que la Historia servía «para ayudar a que las cosas funcionaran». En ese sentido, Fontana encuentra una segunda oportunidad para los historiadores en estos momentos de desorientación. «Habiendo fallado las certezas de los modelos con los que los economistas, como Greenspan, articulaban el futuro, hay que preguntarles a los historiadores qué es lo que ha ido mal para recomponer las certezas».
Avisa: esa función sólo sucederá si aceptan su función crítica, si no se dedican a «abastecer el orden establecido con legitimaciones, que es lo que ha hecho la historiografía académica». Y se queja de la falta de responsabilidad de la ciencia: «Desde 1945 a esta parte, la historiografía se ha dedicado a convencer a la gente de que todo intento de cambiar las reglas sociales conduce al desastre, lo cual es una lección de resignación incomparable. Pero eso no es lo que la historia debe hacer, en algún momento debe mover hacia el cambio. Un gramo de sensatez puede ayudar a cambiar las cosas».
Ese gramo pasa por no crear falsas esperanzas para seguir caminando. Fontana prefiere hacer ver que la situación es irreversible para llamar al cambio. «Hay que combatir contra la hipnosis de la crisis, que induce a pensar que es un fenómeno de corto plazo, que se remediará. Pero esto ya dura más de 40 años y no tiene remedio fácil. ¡La ilusión de que siendo austeros va a pasar es un engaño! Cuando Esperanza Aguirre plantea que la educación no puede ser gratuita para todos mientras dure la crisis, no está pensando más que en el futuro la educación sólo la recibirá quien la pague. Las medidas de austeridad no lograrán que los cinco millones de parados de este país vayan a volver a encontrar ocupación», aclara.
Dibuja un panorama realmente duro para la generación que ahora tiene 20 y 30 años, «no tienen futuro». La protesta es inevitable. Pero en estas condiciones hay diferencias: «No es como en Mayo del 68. Los que protestaban entonces se terminaron integrando en la sociedad. Los que protestan hoy no tienen posibilidad de integración».
Por supuesto, también tiene palabras para los movimientos, «plenamente justificados», de indignación mundial. Aunque avisa de que estos movimientos no deben enquistarse en el ruido de los antiguos antisistema, porque «generarán miedo en la misma población». «La única posibilidad de cambio en estos momentos está en ellos, sólo ellos pueden hacer que el sistema vuelva a negociar para permitir una situación un poco más justa, como la que hubo entre los años treinta y setenta, para volver al menos a unas condiciones civilizadas», explica convencido.
Una izquierda frustrada
Empezamos a entender porqué nunca un libro de Historia fue tan actual. Él esperaba mucho más de la civilización occidental y reconoce sentir que, de alguna manera, nos han estafado. «Yo vengo de una izquierda frustrada varias veces. Frustrada en este país con la Transición, porque cuando estábamos en la clandestinidad esperábamos mucho más que el tipo de pacto que luego se produjo», dice. Entre las verdades dolorosas que sabemos gracias a él está la de que la Historia ni siquiera es un proceso continuo de progreso.
La Historia tampoco puede ser usada con fines propagandísticos, señala. ¿El Diccionario Biográfico Español entra en esa categoría? «El Diccionario es una muestra de la incompetencia de quienes trataron de montar eso y de instituciones como la Academia. Lo que ha salido es una muestra de lo que esa casa puede dar: un disparate. Para empezar, el proyecto mismo es un disparate. Hoy no tiene ningún sentido hacer eso. No hace ninguna falta. Es como hacer una enciclopedia, ¿quién hace hoy una enciclopedia? Estamos en un mundo muy distinto», y él lo sigue atentamente para analizarlo.