Nico Fuentes
Portal Rodriguista
En la carta de despedida que Ernesto Che Guevara escribió a sus hijos, les dice: “Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada”. Sus palabras cobran hondo sentido hoy cuando la humanidad despierta de un letargo de 20 años de oscurantismo neoliberal, donde el individuo es el centro de todas las cosas y lo colectivo es negado de manera absoluta.

Pero cuando uno se refiere a ese despertar es importante aclarar que la pesadilla del dominio capitalista, sin contrapeso alguno aún está lejos de terminar. Si bien, la realidad demuestra que el sistema avanza hacia una crisis terminal, es fundamental no sacar cuentas alegres y apresuradas. El fin del capitalismo sólo será una feliz realidad si la humanidad asume una lucha conciente y colectiva, que sitúe en el centro la construcción de un modo de producción alternativo al actual, que reduce al ser humano y a la naturaleza a nivel de simple mercancía.

Avanzar en ese proceso en las últimas dos décadas ha sido infructuoso debido al inmovilismo y a la profunda dispersión de la izquierda. La caída de los socialismos reales y la tesis absurda del Fin de la Historia y las Ideologías, pregonada por el totalitarismo ideológico capitalista, generaron las condiciones para imponer un proceso expansivo de explotación y acumulación de riqueza sin precedentes. El nuevo orden impulsado por el imperialismo norteamericano, fue rápidamente aceptado por amplios sectores de la izquierda en el mundo, en algunos casos por una evidente debilidad ideológica y de principios, y en muchos otros, por simple oportunismo.

La ideología capitalista en su versión neoliberal, anunció en forma hipócrita el fin de las ideologías y caló hondo en la subjetividad de los pueblos. Los medios de comunicación en manos del imperialismo, impusieron a través de un bombardeo mediático continuo la idea falaz del neoliberalismo como única alternativa. El “cacareo” permanente de los agoreros del capital, las demostraciones de fuerza de Estados Unidos en Panamá, Afganistán e Irak y la progresiva descomposición política y social en los países socialistas que abrieron de par en par sus puertas al dogma neoliberal, sumieron a vastos sectores de la humanidad en una derrota de carácter subjetiva.

No obstante, ya en la década de los 90 comenzó a emerger de manera espontánea un movimiento de resistencia que expresó en diversas partes del mundo, su rechazo al proceso de globalización neoliberal impulsado por Estados Unidos y sus aliados. El clímax de esa resistencia se vivió en Argentina en 2001, producto de la grave crisis económica, política y social a la cual condujo el recetario económico del Fondo Monetario Internacional (FMI). Si bien, la rebelión popular tumbó consecutivamente a los gobiernos de Fernando De La Rúa y de Adolfo Rodríguez, el carácter espontáneo del movimiento y la falta de conducción política, impidieron que la furia contestataria de los descontentos se transformara en una fuerza capaz de liderar un proceso revolucionario.

Diez años más tarde, en el contexto de una nueva crisis del capitalismo que estalló en 2008 en Estados Unidos con la “burbuja” inmobiliaria, asistimos a una ola de protestas que expresan un rechazo visceral al sistema en Grecia, España, Francia, Inglaterra, Japón, Israel, Estados Unidos, Chile y recientemente en Colombia, los estudiantes también han salido a la calle a luchar contra la privatización y el lucro en la educación. La diferencia con el movimiento anti globalización de los noventa radica no sólo en el carácter masivo de las protestas de los “indignados”. Esta vez la crítica va dirigida a la estructura del modelo: lucro excesivo, creciente desigualdad social, aumento de la pobreza, concentración ilimitada de la riqueza, incremento de la explotación y deterioro ambiental progresivo, entre otros aspectos.

Sin embargo, la similitud con los movimientos anti globalización y con el proceso de Argentina en 2011, es preocupante. El carácter espontáneo y reactivo, la falta de conducción política y de un proyecto de construcción alternativo al capitalismo, son el talón de Aquiles de los indignados. La rabia y la indignación son claramente insuficientes para derrotar al capitalismo, porque jamás existirá tal derrota sin un proyecto y una fuerza política que permita construir una sociedad superior desde el punto de vista productivo y moral. Mientras en la lucha contra el sistema primen el espontaneísmo y visiones individualistas propias del anarquismo, el capitalismo sobrevivirá.

El caso chileno

En Chile, el movimiento estudiantil ha liderado y sentado las bases para un cambio estructural, que sin duda requiere de la participación activa del resto del pueblo, principalmente de los trabajadores, que deben asumir el rol histórico que les corresponde. Los estudiantes en su lucha contra el lucro y por una educación pública gratuita y de calidad, han apuntado al corazón de un modelo fracasado, que hace de la ganancia y la especulación un fin en sí mismo. La realidad es elocuente: el 70 por ciento de la población no cuenta con los medios para que sus hijos accedan a la educación superior. La salud digna y de calidad es un privilegio de la minoría y la previsión de los chilenos ha sido esquilmada por las Administradoras de Fondos de Pensiones ( AFP). Sólo entre abril y septiembre de 2011, dilapidaron $ 25 mil millones, asegurando para sí millonarias ganancias con el fruto del trabajo de los chilenos. Los ingresos escandalosos de la banca ($ 1.170 millones) y de las isapres ($ 45 mil millones) en el primer semestre de 2011, completan el cuadro de descomposición profunda del modelo de acumulación impuesto por el imperialismo en 1973, legitimado y administrado por La Concertación.

En este marco, el apoyo a las demandas estudiantiles ha sido masivo. Los chilenos comprenden progresivamente que no se trata de un problema de carácter sectorial. El lucro, la explotación y la especulación son consustanciales a un sistema fracasado que ya no resiste soluciones de parche. Los estudiantes tienen clara la profundidad y proyección que puede tener un movimiento, que a diferencia de otros procesos similares en el mundo, no es espontáneo. La dirigenta Camila Vallejos lo expresó claramente en Europa al señalar que “el movimiento estudiantil chileno no es espontáneo, sino un proceso largo basado en un análisis profundo de lo que sucede en Chile, de la injusticia, indicó. “Ahora, hay que mirar enfrente, construir una alternativa para el país y proyectar políticamente este movimiento, porque por primera vez, una demanda sectorial pasó a ser un movimiento social que incluye a muchos sectores”, concluyó.

Por ello, resulta central comprender que la derecha pinochetista y la Concertación, que en forma oportunista radicaliza sus posturas y hace denodados esfuerzos de último momento para subirse al carro del descontento popular, nada tienen que ofrecer al país. Son el águila bicéfala que gobernó el país los últimos 38 años, a través del genocidio, la traición, la apropiación indiscriminada de los recursos naturales de los chilenos y de una sumisión pusilánime a los intereses del imperialismo. Es de esperar, que los estudiantes profundicen el movimiento y efectivamente, junto a otros sectores sociales como los trabajadores, lo proyecten políticamente. Para lograrlo, deberán actuar con firmeza frente a las presiones del Partido Comunista que pretende bajar la intensidad del movimiento para negociar migajas electorales de corto plazo y continuar actuando en el marco de un sistema espurio.

Hoy es importante dar un salto cualitativo en la lucha. Pasar de la resistencia contestataria a la construcción de un proyecto socialista, que asuma el desafío de representar los intereses del pueblo, sin ambigüedades de ninguna índole. Una democracia popular de carácter participativa que nos permita avanzar en la nacionalización de los recursos natulares, empresas de servicios básicos y la banca. Es fundamental estatizar las Isapres y las AFPs, para terminar con el robo institucionalizado a millones de trabajadores chilenos. La Presidenta Cristina Kirchner estatizó las AFPs en Argentina, entre muchas otras medidas que contravienen el ideario neoliberal, y ha sido reelegida por abrumadora mayoría.

También es esencial realizar un cambio estructural en las fuerzas armadas y expulsar a los golpistas, a quienes participaron directa o indirectamente en violaciones a los derechos humanos. La misma suerte deben correr los miembros de Carabineros que reprimen de manera brutal las movilizaciones estudiantiles y del pueblo mapuche. Es fundamental eliminar la Doctrina de Seguridad Nacional impuesta por Estados Unidos durante la Guerra Fría, que organiza y prepara a los ejércitos latinoamericanos, entre ellos al chileno, para reprimir al pueblo y cautelar los intereses del imperialismo. El carácter de la seguridad nacional debe supeditarse directamente a los intereses del pueblo y de la región, donde los países hermanos avanzan en la construcción de una alternativa al neoliberalismo y hacia una integración plena.

Lo anterior, involucra necesariamente el fin de la constitución pinochetista y la redacción de una nueva carta fundamental que exprese y al mismo tiempo sea resultado de un cambio estructural real. Quienes pretenden modificar la constitución para luego cambiar la realidad, no comprenden que toda constitución es síntesis y expresión de los cambios materiales concretos que imponen las clases en pugna, organizadas como fuerzas políticas, en un determinado momento histórico. Esta imposición puede ser a través de elecciones o por la vía violenta. El imperialismo, de acuerdo a sus intereses, utiliza ambas de manera permanente con la destreza del mejor de los prestidigitadores.

Lo importante es entender que en Chile están dadas las condiciones para avanzar en la conformación de una fuerza de izquierda capaz de acometer los desafíos antes señalados. Para ello, es esencial contar con un proyecto político que aglutine a una mayoría amplia y perfilar un liderazgo que represente a quienes apostamos por construir una alternativa al capitalismo. Ello nos permitirá acumular fuerza y actuar en distintos ámbitos del quehacer político nacional, incluidas las elecciones presidenciales.

Si por el contrario, permanecemos aferrados a los límites estrechos de la lucha reivindicativa, apostando al logro de prebendas económicas específicas de carácter sectorial, prevalecerá el sistema aún en crisis. El individualismo instalado a nivel social – además del poder de fuego del imperialismo, que en plena crisis se prepara para la guerra – ha jugado un rol central en la reproducción del modelo. De la superación de ese individualismo consustancial al capitalismo, que hasta ahora también predomina en el accionar de la izquierda, dependerá la construcción de una alternativa.

Tal como planteó el Che a sus hijos, no hay que olvidar que lo importante es el proceso colectivo a construir y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada.

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