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Una estaría tentada a considerar el documento del premier ruso Vladimir Putin “Nuevo Proyecto de Integración para Eurasia: Construyendo el Futuro” que apareció publicado en Izvestia el pasado 3 de octubre, como un bosquejo de programa del candidato favorito a la presidencia, pero al examinarlo de cerca aparece solo como una parte de un cuadro mucho más amplio. Momentáneamente, esta pieza de opinión, encendió una controversia en gran escala dentro y fuera de Rusia e hizo notar el actual choque de posiciones acerca del desarrollo global.
Al margen de los detalles de interpretación, la reacción de los medios occidentales al proyecto de integración develado por el premier ruso fue uniformemente negativa y reflejó con la meridiana claridad una hostilidad a priori hacia Rusia y hacia cualquier iniciativa que provenga de ella. Mao Zedong solía decir que enfrentar la presión del enemigo es mejor que hallarse en tal situación que el enemigo no tenga que molestarse en tenernos bajo presión.
Ayuda a comprender por qué en este momento, titulares tipo Guerra Fría están constantemente apareciendo en los medios occidentales y qué esbozo de amenaza percibe el Occidente en el reciente proyecto de integración euroasiático.
La explicación obvia es que si el plan se implementa sería como un desafío al nuevo orden mundial, al dominio de la OTAN, del Fondo Monetario Internacional, IMF a la Unión Europea y a otros organismos supranacionales y a la desembozada primacía norteamericana. La creciente asertividad de Rusia sugiere que está lista para iniciar la construcción de una alianza incluyente basada en principios que brindan una alternativa viable al Atlanticismo y al neoliberalismo. Se trata de un secreto a voces que en estos días Occidente está poniendo en práctica una gama de proyectos geopolíticos de largo alcance, reconfigurando Europa luego de los conflictos de los Balcanes con el telón de fondo de las crisis provocadas en Grecia y Chipre, ensamblando el Gran Medio Oriente basándose en los cambios en serie de regímenes a través del mundo árabe y además como un relativamente nuevo designio, implementar el proyecto asiático dentro del cual el reciente desastre nuclear de Japón constituyó una fase activa.
Durante este año, la intensidad de la dinámica geopolítica no ha tenido precedentes desde el colapso de la Unión Soviética y del Bloque Oriental con todos los grandes países y organismos internacionales involucrados. Además, la impresión actual es que el poderío militar de algún modo se convirtió en un elemento legítimo en la política internacional. Hace unos pocos días, Moscú recibió una avalancha de críticas después de haber vetado en el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que pudo haber autorizado una nueva puesta en escena del drama libio esta vez en Siria. En consecuencia, la enviada permanente norteamericana ante la ONU, Susan Rice, fustigó a Rusia y China por el veto, mientras que el ministro de relaciones exteriores francés, Alain Juppé declaró “es un día triste para el pueblo el pueblo sirio. Es un día triste para el Consejo de Seguridad.” Durante los caldeados debates en el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de septiembre pasado, el representante sirio fustigó a Francia y Alemania y acusó a Estados Unidos de perpetrar un genocidio en el Medio Oriente. Después de esto, Susan Rice acusó a Rusia y China de pretender venderle armamento al régimen sirio en vez de apoyar a su pueblo y se retiró airadamente de la reunión. Luego, el enviado francés, Gérard Araud, dijo que “ningún veto pueblo exonerar de sus responsabilidades a estas autoridades sirias que han perdido toda legitimidad asesinando a su propio pueblo”, dando así la impresión que asesinar gente en Yugoslavia, Afganistán, Irak y Libia es un privilegio solo de la OTAN.
Los “socios” occidentales de Moscú se indignan cuando Rusia en concierto con China pone obstáculos en la vía del nuevo orden mundial. Siria a pesar de ser un país regional importante, encabeza la agenda solo momentáneamente, pero el ambicioso proyecto de Putin de “alcanzar un mayor nivel de integración, una Unión Euro-Asiática” era de esperar que produjera hondas y duraderas preocupaciones en Occidente. Moscú de manera abierta desafía el dominio global occidental al sugerir “un modelo de poderosa unión supranacional que pueda convertirse en uno de los polos del mundo actual al ser un eficiente vínculo que conecte a Europa y a la dinámica Región Asia-Pacífico.” Sin duda que los mensajes de Putin “la combinación de recursos naturales, capitales y un fuerte potencial humano harán de la Unión Euro-Asiática competitiva en la carrera industrial y tecnológica y en la carrera por el capital de inversión, nuevos puestos de trabajo y avanzadas instalaciones productivas” y esto “junto a otros actores claves tales como la Unión Europea, Estados Unidos, China y la Asociación de Cooperación Económica Asia-Pacífico, APEC (sigla en inglés) asegurará la sustentabilidad del desarrollo global”, resultó alarmante para los líderes occidentales.
Ni el colapso de la Unión Soviética y el mundo bipolar, ni la consiguiente proliferación de “democracias” pro-occidentales marcó el punto final de la lucha por la primacía global. Lo que siguió fue un período de intervenciones militares y desplazamientos de regímenes desafiantes mediante la guerra informativa y el omnipresente poderío persuasivo occidental. En este juego, Eurasia sigue siendo la presa principal de acuerdo con el imperativo geopolítico de John McKinder que dice “Quien domine la Europa Oriental, domina el corazón del continente; quien domine el continente, domina la Isla-Mundo y quien domine la Isla-Mundo, domina la Tierra.”
A fines del siglo XX, Estados Unidos se convirtió en el primer país no euroasiático en combinar los roles de primera potencia mundial y el de árbitro final de los asuntos euroasiáticos. En el marco de la doctrina del nuevo orden mundial, Estados Unidos y Occidente como un todo ven a Eurasia como una zona de importancia clave para su desarrollo económico. La dominación mundial es una meta abiertamente declarada y persistentemente perseguida de la Comunidad Euro-Atlántica y sus instituciones militares y financieras, la OTAN, el Fondo Monetario Internacional, FMI junto con los medios occidentales de difusión masiva e incontables organizaciones no gubernamentales, ONGs. En este proceso, el establecimiento occidental sigue estando plenamente consciente de las palabras de Zbignew Brzezinsky “la supremacía global de Estados Unidos depende directamente de cuanto tiempo se sostiene efectivamente su preponderancia en el continente Euroasiático.” A su vez, al sostener su “preponderancia” asume el control de Europa, Rusia, China, el Medio Oriente y Asia Central.
La incontrolable hegemonía occidental en Europa, Asia Central y hasta cierto punto en el Medio Oriente y aun hasta Rusia, solía contarse como algo incuestionable durante las últimas dos décadas, pero en el momento actual la situación aparece fluida. Observadores occidentales, chinos y rusos de manera similar pronostican el inminente fracaso del modelo neoliberal de globalización asimilado al nuevo orden mundial y ha llegado el momento que la clase política adopte este enfoque.
Al brindar oportunidades con el objeto de proteger los modelos originales de desarrollo nacional de la presión atlanticista y mantener una verdadera seguridad internacional, el nuevo proyecto de integración de Putin encierra una gran promesa para Rusia y sus aliados y en consecuencia plantea a los rivales de Rusia un grave problema. Ni Rusia ni ninguna otra república pos-soviética puede sobrevivir en el mundo actual por si sola, y Rusia como factor geopolítico clave con su potencial económico, político y militar sin comparación en el espacio pos-soviético, puede y debe jugarse por una arquitectura global alternativa.
La alergia occidental al plan de Putin es por lo tanto comprensible, pero no obstante, la oposición que encontrará el proyecto y la debilidad de algunos de sus elementos y la potencial dificultad para llevarlo a la práctica, el proyecto de integración euroasiático emergió de la vida del espacio cultural y geopolítico pos-soviético y es cónsono con las actuales tendencias globales.
La supervivencia y la preservación de las bases económicas y materiales de la existencia nacional, manteniendo vivas las tradiciones y edificando un futuro seguro para los descendientes, son los objetivos que las naciones euro-asiáticas pueden alcanzar solo si ellas permanecen alineadas con Rusia. De otra manera, el aislamiento, las sanciones y las intervenciones militares harán presa de ellas.
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