Los argentinos sufrimos la acción devastadora de los monopolios y bancos en 2001. También antes, porque podríamos remontarnos a esos depredadores durante la dictadura de Videla, antes con Onganía e incluso en los años ´30 con los frigoríficos y empresas eléctricas.
El monopolio quiere engañar adentro de su propia fábrica, diciendo a sus empleados que conforman una “familia”. La familia Fiat, por ejemplo, en tiempos de Sitrac, 1971. La mentira es hacia el país, que debería agradecerles la inversión, la fuente de trabajo y los impuestos.
En realidad es al revés: por cada dólar que invierten se llevan 4, copan los mercados internos y deciden los precios. La AFIP debe lidiar con su evasión fiscal. Y fugan divisas a rolete (ver Horacio Verbitsky en Página/12, 6/11).
La mayoría de las primeras 500 empresas en Argentina son extranjeras (324) y nacionales (176), según la Encuesta Nacional de Grandes Empresas, del Indec. Los foráneos se llevan gran parte del crédito nacional, caso de la Fiat, a la que Cristina le dio 552 millones de pesos del Fondo del Bicentenario.
Lamentablemente esas concesiones al capital extranjero se vuelven como bumerán contra los intereses nacionales, pues estas empresas fugan divisas a sus casas matrices. Lo hacen como pago de dividendos o con artimañas, pretextando créditos dentro del mismo grupo, sobrefacturando, etc.
Esa fuga ha sido calculada para este año en 22.000 millones de dólares, y es peligroso en un contexto de achicamiento de los famosos superávit “mellizos” (fiscal y comercial). Con los leves controles del gobierno, de los que Boudou no se haría cargo, ese problema continúa. Hay que nacionalizar y estatizar, como plantea el Partido de la LIberación. Los bancos ganaron 13.000 millones de pesos en un año: ¿cuántos millones habrán fugado a EE UU, bancos suizos y paraísos fiscales?
Telecom ganó un 39 por ciento más en los nueve meses del año: los 1.816 millones de pesos. Y sin embargo los argentinos venimos a enterarnos, por la conferencia del 2/11 de Boudou y De Vido, que recién ahora el Estado cortará subsidios a las petroleras, gasíferas, mineras, casinos y telefónicas. Mejor tarde que nunca. ¡Pero cuánta complicidad con los monopolios!
La voracidad de los monopolios se exacerba en época de crisis del imperialismo, cuando las casas matrices y las potencias claman para que envíen la mayor cantidad de dólares desde sus sucursales. Las inversiones extranjeras actúan como una verdadera bomba de succión.
Al revés, la presidenta argentina fue a Cannes a proponerles a los jefes de los monopolios volver a un “capitalismo en serio”. A sus espaldas se habrán reído los popes de Coca-Cola, Unilever, Repsol, Telefónica, Crédit Suisse. No conforme con eso, Cristina Fernández elogió a Obama y EE UU como líder político y económico mundial, a sus más de 500 empresas radicadas en Argentina. Algunas son líderes en corrupción (IBM) o en atacar a los obreros (Kraft) o en quebrar el país (Citibank) o envenenar tierras (Monsanto), o en crear déficit comercial (Ford, GM) o en apropiarse del superávit (Cargill).
La lucha antimonopolista no se debe circunscribir a las acciones políticas y legales contra Clarín, como parece entenderlo el gobierno. Es es un blanco fundamental a atacar para conquistar un espacio audiovisual más democrático.
Pero seamos claros. Los monopolios no empiezan ni terminan en Clarín. Ha pasado el Bicentenario y todavía somos un país dependiente del imperialismo, que maneja los resortes fundamentales de la economía, la industria, las finanzas, el agro y el comercio exterior.
Hay que dar la pelea antiimperialista. Si es junto con el gobierno, mejor. Pero sin él, como en este momento, también hay que darla porque los monopolios son el obstáculo más importante a la libertad, el bienestar y la soberanía de los argentinos.
Cristina en cambio elogió a Obama. No en nuestro nombre, Cristina.