Luis Fuenmayor Toro

Sin lugar a dudas que lo ocurrido en Libia nada tiene que ver con la “primavera árabe” de Túnez y Egipto. Se trató de un cataclismo desencadenado a sangre y fuego por la OTAN, disfrazado ante el mundo como defensa de los derechos humanos y de la libertad del pueblo libio. En ese sentido, apoyo totalmente el comunicado del Gobierno venezolano de condena de la barbarie cometida contra la nación libia, que llevó al asesinato de Muammar Al Gaddafi, luego de 9 meses de una ilegal y brutal intervención de las potencias neocolonialistas del mundo y de la producción de decenas de miles de víctimas, en clara violación de los derechos humanos más elementales. Independientemente de la opinión que podamos tener de la gestión gubernamental y política de Gaddafi, el hombre no murió huyendo como algunos han dicho, sino enfrentando a un enemigo que lo sobrepasaba ampliamente en su poderío militar.

Esta agresión contra un país que no había efectuado ningún acto de guerra, por una organización militar de países que mantenían relaciones diplomáticas con la nación agredida, yendo mucho más allá de lo que permitía la decisión de las Naciones Unidas, es una clara continuación de la política de destrucción de los estados nacionales de la región, que tuvo en Irán y Afganistán sus primeras víctimas, que se opone a la creación de la patria de los palestinos y que hoy dirige sus miradas amenazantes y financia acciones desestabilizadoras contra Irán, Siria y Paquistán, sin olvidar a Venezuela en nuestro continente, donde, como en otras partes, existen grupos trastornados por sus odios políticos e ideológicos, que dispuestos a recuperar los privilegios y las riquezas del poder disfrutado durante décadas, ven en lo sucedido en Libia y en el asesinato de Gaddafi ejemplos a imitar en nuestra patria.

Gaddafi ciertamente cumplió una etapa revolucionaria al derrocar a la monarquía heredera de la colonia, expulsar las bases extranjeras de su territorio e iniciar la construcción de una república popular. Con posterioridad, como ocurre muchas veces, se fue alejando de los objetivos iniciales y asumió conductas cuestionables en lo interno, con los países árabes y con la causa palestina. Termina en asociación manifiesta con las potencias occidentales que había combatido, en muchos de cuyos países fue recibido con honores, abrazos y besos. Entre este grupo de grandes hipócritas internacionales está el actual presidente francés, el español Aznar, el premier italiano Berlusconi, el primer ministro inglés y hasta al presidente Obama, digno miembro de la afrodescendencia universal, quienes fueron luego sus grandes verdugos.

Independientemente de la “occidentalización” de Gaddafi y de su alianza con el estado sionista de Israel, para el imperialismo era preferible su derrocamiento por fuerzas totalmente controladas y por futuros títeres, que la ambivalencia de su gobierno y lo impredecible de algunas de sus actuaciones. Era mejor asesinarlo que juzgarlo, pues conocía una serie de acuerdos escabrosos, que podrían salir a la luz pública y generar incomodidad en muchos países, además de conservar un liderazgo que podía mantener vivas las llamas nacionalistas y antiimperialistas del pueblo libio y servir de acicate al resto del mundo, dominado y subyugado por el gran capital transnacional, sobre todo en un momento de extendidas protestas contra el capital financiero en decenas de países.

Ante el asesinato del líder libio, la ONU, irónicamente, ha decidido investigar la forma en que murió, pues supuestamente ha debido ser mantenido vivo y llevado a la Corte Internacional para ser juzgado. Produce realmente asco este tipo de declaraciones, sobre todo de un organismo responsable de los crímenes en masa cometidos por los bombardeos de la OTAN en Libia y de todos los crímenes ejecutados por Israel contra el pueblo palestino. Es realmente una vergüenza hablar de la existencia de una Corte Internacional totalmente al servicio de los intereses neocoloniales.

¿Cuál ha sido la actitud de la Corte en cuestión contra George W. Bush por los crímenes de guerra cometidos durante su gobierno? Allí están sus declaraciones sobre la autorización del uso de torturas contra prisioneros de guerra en distintas partes del mundo. ¿Cómo permite este tribunal internacional la existencia de las cárceles clandestinas estadounidenses en países de Europa oriental y en Guantánamo? ¿Tiene esos jueces ética y moral para juzgar a alguien? ¿Por qué quienes quieren juzgar al presidente Chávez en esa Corte, no dicen absolutamente nada al respecto? En mi opinión, Venezuela debería denunciar el acuerdo o tratado firmado, que nos hace cómplices de los delictivos y grotescos procederes de la Corte Internacional.

Y esta posición no es para recibir aplausos de un determinado sector, ni para congraciarme con nadie, como inmediatamente dirá la oposición acéfala venezolana y sus periodistas tarifados.

Los hemos visto muy activos a raíz de las declaraciones de un médico venezolano sobre la salud del Presidente. No. Las situaciones políticas internacionales no son en blanco y negro, como tampoco lo es la política venezolana. Existe afortunadamente un sinnúmero de grises. Nuestro pueblo no debe ser víctima de la propaganda de las grandes agencias de la comunicación, para quienes la muerte de Gaddafi significa el final del oprobio y el comienzo de la libertad en Libia. Por otro lado, tampoco se trata del asesinato del revolucionario integral, que iluminará el sendero de la dignificación de los pobres del mundo. Las cosas en su sitio, como debe ser.

La Razón, pp A-4, 30-10-2011, Caracas

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