Julio C. Gambina

Esta semana se lanzó  el Plan Estratégico Industrial 2020 (PEI), con objetivos muy atractivos y que aluden a un imaginario del desarrollo en tiempos de la industrialización por sustitución de importaciones. Pero ya no estamos en la década del 60´ ó del 70´, donde la Argentina, como la mayoría de los países sustentaba una política productiva fronteras adentro, con productores y consumidores locales. Incluso, los capitales foráneos invertían en la producción local para colocar el producido en el mercado interno.

El caso paradigmático es el de la Industria Automotriz, la que sobrevivió esa época en base a fortísimas políticas proteccionistas, las que fueron eliminadas, primero transitoriamente en el año 81 y 82 bajo la administración de Martínez de Hoz y Videla y luego en los 90´, con la consolidación de la apertura económica del menemismo. El sentido de las inversiones se modificó sustancialmente con la liberalización de la economía. Ya no se invierte para satisfacer las necesidades del mercado interno, sino que la inversión externa pasó a ser concebida como un enclave de producción para el mercado regional o mundial. De nuevo nos sirve la industria del automotor, que en la actualidad destina el 50% al mercado brasileño y más del 70% al mercado mundial.

Así como crece la industria del automóvil en la Argentina, también lo hace en China, o en Corea, lo que explica la deslocalización de una de las industrias emblemáticas del capitalismo desarrollado. Es que resulta más rentable producir en los países de menor desarrollo relativo, donde los salarios son más bajo (en términos internacionales) que el capitalismo desarrollado. No en vano, en Europa y EEUU la presión es por bajar salarios y derechos sociales adquiridos, tras décadas de luchas de sus trabajadores, como forma de bajar el costo de producción.

Planes, metas y modelo productivo

El PEI sostiene el objetivo hacia el 2020 de “duplicar el PIB industrial y llegar a los 140 mil millones de dólares, con un crecimiento anual de 5%.”2 Es convergente con el reciente anunciado Plan Estratégico Agrario y Agroalimentario, que anuncia pasar de una cosecha de 100 millones de toneladas a 160 millones a fines de a presente década.

Suena adecuado hablar de plan agrario o industrial, luego de décadas de endiosamiento del mercado, como también resulta atractivo establecer metas de mediano y largo plazo. Es interesante instalar la necesidad del planeamiento estratégico en la producción, lo que nos lleva a discutir algunos interrogantes. Se trata de responder ¿qué debe producir la Argentina? ¿Cómo debe hacerlo? ¿Con quiénes y para quiénes?

Es cierto que no debe contraponerse el mercado interno al externo, o el campo a la ciudad; pero aún así  hacen falta precisiones. No alcanza con destacar ciertas ramas de la producción, sea el cuero, la marroquinería, o los automotores, la maquinaria agrícola y la siderometalúrgica.

¿Cuero para quién? Es conocido la disminución del stock ganadero, tanto como el mantenimiento de la venta al exterior de nuestros cueros, lo que significa una merma en el abastecimiento de materia prima para la industria local, en general, pequeña y mediana, con el impacto y secuelas en el empleo y el desempleo, la precariedad y flexibilidad laboral.

¿Automóviles para quiénes? De hecho, el país se convirtió en una ensambladora, con escasa participación de autopartes locales, base de la histórica cadena de valor industrial en el país de la sustitución de importaciones.

¿Maquinaria agrícola para qué modelo productivo agrario, sustentado en agricultura familiar, o bajo la dominación de las transnacionales de la biotecnología y la alimentación?

Del mismo modo vale interrogarse sobre cada una de las ramas seleccionadas en el PEI y destacadas en el discurso presidencial en Venado Tuerto: “Alimentos; Calzado, Textiles y Confecciones; Madera, Papel y Muebles; Materiales de Construcción; Bienes de capital; Maquinaria Agrícola; Autos y autopartes; Medicamentos; Software, y Productos Químicos y Petroquímicos.” Todas las cuales constituyen 11 cadenas de valor y que explican “El 80% del PIB industrial y más del 60% del empleo.”

No alcanzan con metas de producción, si no se discute el modelo productivo. En los planes estratégicos anunciados, el agrario y el industrial, existe una potenciación de lo que existe. Eso que existe está fuertemente destacado en los balances del desarrollo productivo y en el mensaje presidencial sobre el Presupuesto 2012. En todos esos instrumentos se destaca el papel del agro, especialmente de la soja (del que se destaca el peso de las retenciones y los fondos aplicados a municipios); de la minería y de la industria automotriz.

Perfil productivo y alternativa

En estos sectores está  la base del perfil productivo de la Argentina, que tiene antecedentes en la institucionalidad de un tipo de desarrollo concebido en los 90´, de apertura y liberalización económica.

Son tres sectores (soja, minería y automotores) mayoritariamente dominados por el capital externo, que como queda claro en los últimos meses, estos propietarios externos canalizan los excedentes económicos al exterior. Las remesas de utilidades al exterior son más importantes que los pagos de intereses, destacó la presidente en un acto reciente de la Bolsa de Comercio.3 En la lógica discursiva se trata del predominio de un modelo productivo sobre otro especulativo y financiero, que de una manera u otra fuga capitales para satisfacer necesidades en el origen de esos capitales externos.

Insistamos que resulta adecuada la planificación, pero incluyendo en el debate el propio modelo productivo. Es importante el crecimiento de las inversiones; pero repitiendo un clásico nos interrogamos sobre transporte público y masivo, caso de los ferrocarriles, o privado e individual como el automóvil. Incluso, es correcto federalizar la industria e industrializar la ruralidad; pero otra vez; ¿qué industrias en las regiones, con qué destinos y que sujetos constituir para ese desarrollo? Para que se entienda, ¿qué pasa en Villa Constitución con los 700 trabajadores despedidos de Paraná Metal? ¿Cómo se inserta una solución para ellos en el PEI?

Igual que con ellos, ¿qué  hacer con las empresas recuperadas por sus trabajadores? ¿Es posible generar un diagnóstico federal que involucre a los desocupados, a las empresas ocupadas, y que los contraste con las necesidades insatisfechas de las poblaciones en que se asientan?

En su momento dijo el ministro de Economía que los países del Mercosur producían alimentos para 1.200 millones de habitantes y que la Argentina es capaz de una producción para 400 millones, 10 veces más que la población según el último censo. ¿Es posible la industrialización rural sustentada en agricultura familiar? ¿Se puede integrar una industria rural, de maquinarias e insumos para el campo con el desarrollo pequeños productores agropecuarios, de comunidades de pueblos originarios?

Los comentados esfuerzos, de la Universidad pública para el desarrollo de tecnología productiva, industrial, agraria, o minera, destacados en el discurso presidencial, ¿pueden tener en cuenta un modelo productivo pensado en satisfacer necesidades locales, de empleo, de cuidado de los recursos naturales, más que en la provisión de tecnología y métodos de gestión para el lucro?

En fin, es bienvenido recuperar la noción de planificación, incluso participativa, integral, que articule sujeto popular. Para ello se requiere la discusión del proyecto de país, en la opción de un territorio o mercado “emergente”, tal como les gusta definir a los inversores globales a los países que generan condiciones para sus proyectos rentables; o un modelo productivo que privilegie satisfacer necesidades articuladamente con otros países de la región y del mundo.

Modelo de desarrollo e integración productiva

Es correcto planificar en el país, pero debe estimularse el acercamiento a procesos de integración productiva en la región. Es cierto que hay países vecinos renuentes a una cooperación productiva, pero es cierto también que el escaso avance en ese sentido surge de iniciativas que promueven los países integrados en el ALBA, la Alternativa Bolivariana para las Américas.

La realidad es que de lo que más se discute es sobre la nueva arquitectura financiera en la región, y por eso destacamos en su momento la aprobación parlamentaria en Argentina del Banco del Sur y otras iniciativas de orden financiero enunciadas, aunque remotas en su aplicación. Pero en la coyuntura lo que avanza son integraciones energéticas entre los países centroamericanos y caribeños con Venezuela.

¿Es posible planificar un acercamiento a esos procesos de integración productiva?

No solo es posible, sino que es necesario, es más, imprescindible, si se quiere avanzar en un proceso de independencia a las transnacionales que subordinan nuestro desarrollo a sus apetencias de ganancias y acumulación.

El marco de la crisis mundial impone rupturas con modelos productivos que surgieron del paradigma neoliberal, hegemónico en los 90´. Los sectores más dinámicos de la producción argentina remiten a la institucionalidad de aquellos tiempos, y en la región hoy se procesan nuevas experiencias que bien vale la pena protagonizar. El interrogante sería entonces, ¿porqué no pensar en planes estratégicos de articulación productiva en nuestra América?