Las élites y los políticos parecen haber emprendido el camino de una huida hacia delante, a cualquier precio y sin responsabilidad alguna por el propio bienestar de las poblaciones, pero también con la propia reproducción de un modelo económico viable. La Crisis que viene, Observatorio Metropolitano
Durante el verano la economía mundial ha vuelto al precipicio económico en escenas que recuerdan a las del otoño de 2008 y la primavera de 2010. Sólo en la primera semana de agosto tres trillones de dólares “desaparecieron” en las bolsas –riqueza que viene en última instancia de nuestro trabajo pero que una minoría de especuladores ha acabado controlando y ha perdido jugando. La economía alemana, el gran motor de Europa, ha dejado de crecer. Los economistas hablan de nuevos colapsos en “el mercado interbancario” (la prestación de dinero de banco a banco, algo central para el funcionamiento de las economías grandes). Muestra del caos global es que el yen japonés se convierte en moneda “refugio” cuando este país está en recesión y acaba de sufrir un tsunami y un desastre nuclear.
Pero la respuesta a la crisis también representa un tsunami: en EEUU demócratas y republicanos han acordado llevar a cabo recortes sociales de 1,8 trillones de dólares y el Gobierno italiano ha aprobado reducir su presupuesto de manera salvaje. Es más que probable, visto todo esto, que los grandes disturbios de este verano en Gran Bretaña –o en Grecia en 2008– no serán un caso aislado.
En el Estado español el acto más dramático de este nuevo capítulo de la crisis ha sido a principios de agosto cuando se dispararon los intereses que tiene que pagar el Estado (y el italiano) para seguir endeudándose. La prima de riesgo, o la diferencia entre los intereses de ambos países y los de Alemania (el país valorado como “el más seguro”), tocó niveles muy cercanos a los que resultaron ser el “punto de no retorno” para Grecia, Irlanda y Portugal. Más tarde, estos últimos países cayeron en manos de la “troika” del FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE), que a cambio de préstamos de alto interés obligaron a intervenir directamente en la política de los países afectados supervisando procesos de privatización y de recaudación de impuestos –una clara pérdida de soberanía. Sólo la compra por parte del BCE de 19.000 millones de bonos italianos y españoles pudo contener el declive, al menos de momento.
Aunque algunos ven este tipo de intervención “europea” la clave para superar la crisis de la “periferia”, el rumbo de la economía europea y mundial no cambiará –no hay que olvidar que nosotros, los y las trabajadoras, pagamos la cuenta con nuestros impuestos. Sus limitaciones se han mostrado en las recientes grandes turbulencias de los mercados, que a pesar de ser de dimensiones históricas ya no son una novedad. Tampoco han frenado estas turbulencias las nuevas medidas para prohibir la especulación más salvaje en los mercados de bonos (deuda pública). Lo único que pueden conseguir es ralentizar un poco el avance de la recesión y repartir más su carga entre los diferentes estados europeos, ayudando así a globalizar la crisis y creando malestar en los países donde la crisis no ha golpeado tan fuerte.
De hecho Europa ha sido parte del problema. Tal y como se ha configurado hasta ahora, la UE tiene potestad sobre la política monetaria (el BCE determina las tasas de interés y el valor del Euro), pero no sobre la política fiscal (recaudación de impuestos y poderes presupuestarios). En la práctica esto ha comportado tener un euro fuerte y tasas de interés bajas, cuyo efecto ha sido desvirtuar las economías “periféricas” –menos desarrolladas– sin ofrecer un ‘cojín’ presupuestario a cambio –como pasa a nivel estatal con las regiones más desfavorecidas. Todo este proceso ha ayudado a crear la burbuja inmobiliaria. Primero, porque las bajas tasas de interés animaron la entrada en la periferia de mucho crédito centroeuropeo. Segundo, porque el valor de la moneda desincentivó la producción para la exportación –haciendo más caros los productos en el extranjero– e incentivó la compra de importaciones extracomunitarias, que también desanima la producción local. Este proceso influyó mucho en la formación de la burbuja inmobiliaria-financiera.
Ahora el Gobierno habla de “cambiar de modelo económico” y se celebra un pequeño repunte en las exportaciones, pero la pertenencia al euro (fuerte) hace más difícil el cambio aun si el Gobierno tuviera una clara voluntad de hacerlo (cosa que el nuevo estímulo al sector inmobiliario, la rebaja en el IVA por compra de vivienda, parece desmentir).
Algunos miembros de la clase dirigente mundial esperaban que Francia y Alemania, los dos motores centrales de la UE, se hicieran cargo de las deudas de los países más afectados y que se creara un auténtico “Gobierno europeo” en una cumbre bilateral este agosto. No obstante, se negaron a crear un sistema de “eurobonos” (centralización de la financiación de la deuda pública en Europa) y hasta el ex-presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, calificó las promesas que se hicieron en la reunión como “vagas e insuficientes”.
Para George Soros, el famoso especulador multimillonario que hizo su aprendizaje sobre la economía mundial destruyendo la libra esterlina en los 90, las instituciones de la UE se limitan “a resolver los problemas de liquidez y no de solvencia de los estados” e insiste en crear un Gobierno europeo con poderes fiscales y presupuestarios para evitar “una crisis bancaria totalmente fuera de control.” Sabe cuándo los buitres detectan su carroña.
No obstante, el problema no es sólo europeo. De hecho la volatilidad de este verano empezó a raíz de una serie de anuncios que pusieron en cuestión la recuperación de la economía estadounidense –falta de crecimiento en el empleo, por ejemplo– y por la parálisis temporal en el Congreso norteamericano sobre cómo hacer frente a este problema. Parece que los famosos “brotes verdes”, resultaron ser hierbajos.
El “tirón” económico que se suponía que debían llevar acabo los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) también está en entredicho. China y Brasil tienen ahora sus propias burbujas inmobiliarias, y en todos los BRICS hay una inflación de entre 5,3 y 9,6%, la cual, no olvidemos, fue una de las causas de las revueltas en el Norte de África. Además, todos los BRIC, pero China en especial, dependen muchísimo de sus ventas a los países más desarrollados y no podrán esquivar el fuerte impacto de una nueva recesión en Europa o Norteamérica. Precisamente por esta razón el Gobierno chino ha pedido más “austeridad” a EEUU para reducir el déficit. Lo que más ha mostrado la crisis es cómo las élites se unen para hacérnosla pagar a nosotros, sea cual sea su ideología oficial.
La explicación revolucionaria
El capitalismo significa la apropiación de la riqueza que producimos todas y todos por parte de una pequeña minoría. Y esta misma minoría puede decidir invertir en producción o ahorrar o especular con este dinero. Desde hace décadas, el reembolso que se consigue por el capital invertido en la producción ha disminuido –tal vez la excepción importante a esta regla es China, donde los salarios son especialmente bajos y los beneficios más altos.
No es que en general los capitalistas no consiguieran beneficios –como podemos ver en sus sueldos y vidas ostentosas– sino que más bien la competencia les obliga a invertir en maquinaria y equipos cada vez más sofisticados, haciendo que se emplee una porción menor del capital en contratar a trabajadores. Pero, como Marx demostró en El Capital, es la explotación de personas –no de máquinas– la que genera los beneficios. Este hecho se reconoce indirectamente cuando los capitalistas piden “contención salarial” para hacer las empresas “más rentables”. Cuando la tasa de ganancias –el beneficio conseguido en comparación al capital invertido– baja a un cierto nivel, los capitalistas deciden, porque son avaros y porque compiten entre sí, hacer una “huelga de inversión”, prefiriendo ahorrar o especular. Aunque siempre dicen que los y las trabajadoras debemos ser “responsables” por el bien de la economía, ellos en cambio nunca se sienten responsables por la salud de la economía y constantemente hacen estas “huelgas”.
Para hacer frente a esta caída de las ganancias la respuesta de la clase dirigente del Estado español ha sido apretar más las tuercas a los y las trabajadoras. El gobierno de Felipe González consiguió una amplia precarización de los contratos laborales y desde entonces se ha conseguido controlar los salarios –de todos menos los de la minoría más rica. Como consecuencia, entre 1995 y 2007 los salarios reales decrecieron un 10% de media, con un 40% de los trabajadores ganando menos de 800 euros mensuales (!). Pero esta política liberal es totalmente miope, ya que solo se venden productos y servicios si los consumidores pueden comprarlos y los principales consumidores son los y las trabajadoras.
La medida no ayudó a que los capitalistas invirtieran masivamente en la producción –es decir, cumplir con su supuesto papel histórico. Muchísimos optaron por otro papel, prefiriendo invertir en vivienda o en su cuenta bancaria –que luego el banco prestará a constructoras o inmobiliarias.
De hecho, el modelo inmobiliario-financiero fue más pronunciado aún porque para garantizar el futuro de la gente normal y corriente se volvió cada vez más importante tener una vivienda, dado que su precio en alza pudiera compensar la caída de sus sueldos. Un sector financiero recién inflado y con tasas de interés bajas estaba más que contento de prestar dinero a las familias. No es de extrañar pues, que el parque inmobiliario construido creciera un 30%.
Pero ya sabemos cómo acabó la historia: millones de personas golpeadas por el paro, altamente endeudadas –la deuda familiar se multiplicó por siete durante el boom– con una vivienda que había perdido su valor, siendo desahuciadas de sus propias casas de forma humillante y encima con una deuda con el banco. Y hay muchas más viviendo bajo un gran estrés ya que sus ingresos no dan para llegar a fin de mes. Por otro lado, la caída del ladrillo ha creado un agujero negro en el sector de las finanzas del Estado español cuyo profundidad aún no se ha revelado totalmente.
Ahora aún más capitalistas se han sumado a la “huelga de inversión productiva”, en parte debido a la combinación entre la recesión que empezó en 2008 –y que después del colapso de Lehman Brothers que creó un ‘infarto’ en el sistema bancario mundial– y el efecto muy depresivo de los salvajes recortes sociales. Sólo hay que mirar la espiral descendiente de Grecia –el país que ha sufrido los mayores recortes– para comprobarlo. Es por esta razón que hay un sector de la clase dirigente, entre ellos el mismo Soros, que aboga por no recortar tanto y tan rápido. Con eso, un sector de la clase dirigente, nos avisa de que podemos entrar en un largo periodo de recesión, como hizo Japón a principios de los 90. Un camino que parece más que probable.
La Doctrina del Shock: la suya y la nuestra
La estrategia que las élites han seguido en respuesta a la crisis hasta ahora ha sido lo que Naomi Klein llama “la doctrina del shock”. Esta doctrina, que Klein estudia en su libro del mismo nombre, fue practicada, entre otros lugares, en Chile después del golpe de estado de Pinochet. Ésta se refiere a cómo se aprovechan de la desorientación de las poblaciones provocada por un desastre para introducir políticas nefastas como privatizaciones y otras liberalizaciones. Esto es lo que estamos sufriendo en estos momentos, tanto en Catalunya con el Gobierno de CiU, como en el resto del Estado, con un último ataque a los derechos sociales por parte de Zapatero, de la mano con el PP, en forma de una reforma de la Constitución que pretende poner techo al gasto público, o lo que es lo mismo asegurar a través de la Constitución más recortes sociales.
Por supuesto la visión oficial es que hay que reducir un gasto publico galopante y para hacerlo intentan hacernos olvidar de dónde viene el déficit: de los enormes rescates a las instituciones financieras –de un valor equivalente a la mitad de los presupuestos del Estado para un año– y de las grandes subvenciones a constructoras a principios de la crisis. Es decir de hacer regalos obscenos a los que más culpa tienen de la crisis.
Y tampoco debemos caer en la trampa de aceptar reducir el déficit para “calmar los mercados” –esta horrible expresión servil que se oye cada vez más. Hasta el periódico financiero neoliberal Cinco Días reconoce que el nerviosismo en los mercados es por si el Estado tiene que rescatar más cajas o bancos, no por la dimensión del déficit, que de hecho es relativamente limitado.
En un contexto de estancamiento mundial y miedo bancario los recortes son la peor “receta”, incluso si fueran moralmente aceptables, que no lo son. Si las cosas vuelven a estallar, los estados no tendrán tanto margen de maniobra como la última vez debido a los masivos recursos que ya han dedicado a los rescates, y un crack bursátil histórico parece una posibilidad real.
No obstante, hay una diferencia importante respecto a 2008 que nos debe dar mucha esperanza. Una segunda recesión, si se produce, tendrá lugar en un contexto político cambiante y más radicalizado. Ahora, a diferencia de hace cuatro años, hay grandes resistencias desde las calles de Siria, Londres o Chile hasta la Plaza Tahrir o la Puerta del Sol –todas con la crisis como telón de fondo. Sobre estas bases –en especial la revolución que continúa en las calles, fábricas y oficinas de Egipto– es más que posible crear resistencias mayores y más potentes que paren los recortes. Solo así podremos desarrollar nuestra propia doctrina del shock, y asegurarnos de que quienes se queden al borde del precipicio no seamos nosotros sino los parásitos que nos quieren echar al vacío.
Luke Stobart es militante de En lluita / En lucha y co-coordinador del libro «Mundo S.A.: voces contra la globalización».
Artículo publicado en el Periódico En lucha / En lluita.