En efecto, indicadores como el crédito a empresas y hogares, el número de hipotecas y de transacciones inmobiliarias… o el consumo de electricidad, vuelven a caer arrastradas por la constelación de medidas depresivas adoptadas y por la crisis del euro. Ambas están relacionadas, pues la burbuja inmobiliaria española no sólo devoró el ahorro interno, sino que se financió con cargo al exterior, haciendo que la deuda externa privada multiplique hoy por cuatro a la pública. Precisamente la consabida “sequía de créditos” viene motivada por el imperativo de la banca de atender pagos asociados a su deuda exterior. Y a estas alturas de la crisis, la reducción de la deuda privada apenas ha conseguido recortar la posición deudora del país, porque se vio compensada por el aumento de la pública, que espolea el afán de reducir el déficit presupuestario para poder pagarla, alimentando la espiral de las políticas depresivas y la actual recaída económica.
En este contexto, el teatro preelectoral de la política nos ofrece panaceas que prometen cínicamente reactivar la economía y reducir, a la vez, sus déficits y deudas… o virtuosas llamadas a la responsabilidad, la austeridad y el esfuerzo de todos, mientras se sigue soslayando irresponsablemente el contexto viciado que condujo al país al penoso estado en el que se encuentra. No es de recibo que los responsables y beneficiarios de tanta inversión especulativa, de tantas viviendas vacías, aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, amarres sin barcos y demás megaproyectos ruinosos, sigan tan ufanos dándonos virtuosas lecciones de cómo salir de la crisis que ellos mismos provocaron. Más que saneamiento económico, la situación actual pide a gritos un saneamiento político y cívico que ayude a diagnosticar sin tapujos los problemas y a iluminar democráticamente la toma de decisiones.