Luis Britto García

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¿Los países hegemónicos  han tenido,  tienen, tendrán otro método  que la intervención militar para lidiar con su propia crisis y con los países periféricos? La fabricación de armamentos motoriza la industria. La recluta de mercenarios ocupa y aleja a los marginales. La destrucción de países para repartirse sus recursos anima la rebatiña financiera.
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¿Bastará la guerra infinita para salvar al imperialismo? El gasto armamentista quiebra las economías. El déficit se enjuga con recortes del gasto social que fomentan la sublevación interna. La economía de casinos bursátiles conduce de una crisis a otra. La repetida agresión externa empantana a los imperios en guerras que no pueden ganar contra culturas que no entienden. El saqueo y derroche de hidrocarburos concluirá cuando éstos se agoten. El actual estilo civilizatorio  no sobrevivirá al agotamiento de la fuente de más del 90% de su consumo energético. La rebatiña por  petróleo,  agua y  biodiversidad lleva al enfrentamiento entre grandes potencias y a la Guerra Mundial.
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¿El atentado contra Libia modifica este panorama? Bombardeos filantrópicos de la OTAN allanan el camino a una humanitaria coalición de saqueadores que comprende especuladores financieros de la autocracia petrolera de Qatar, ex funcionarios de Kadafi, fundamentalistas sunitas, yihadistas, grupos tribales bereberes y fichas de Al Qaeda. Esta benévola pandilla   se estrenó asesinando a su primer jefe, Younis. No parecen  cimientos para construir una paz duradera ni una victoria más rápida que las infinitamente postergadas en Afganistán e Irak. Estados Unidos armó en Afganistán a los talibanes, ahora  sus peores enemigos. Nueve años de demolición de Irak concluyeron en la conquista del gobierno por  chiítas partidarios de Irán, el primer rival de Estados Unidos en la región. A fuerza de bombas, la Alianza Atlántica abre el camino en Libia a gran parte de sus enemigos. Todo aliado de Estados Unidos deviene su víctima o su adversario.
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¿Bastará no hacer nada para que el Imperio se detenga? En entrevista televisiva realizada en marzo de 2007, el ex comandante de la OTAN general Wesley Clark revela que apenas semanas después del 11 de septiembre de 2001, comenzada la invasión de Afganistán, uno de los generales que trabajaban directamente con el Secretario Rumsfelt y el Subsecretario Wolfowits  le mostró papeles de la oficina del Secretario de la Defensa diciéndole: «Esto es una memoria que describe como vamos a invadir 7 paises en 5 años. Empezando por Irak, Siria, Libano, Libia, Somalia y Sudan y para terminar Iran»(“General Wesley Clark: plan de Estados Unidos en 2001 para invadir 7 países, entre ellos Libia” www.forosperu.com 13-8-2011).
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¿El latrocinio contra Libia mejorará la suerte de las autocracias petroleras de Bahrein, Arabia Saudita, Kuwait y Quatar,  de las potencias que omitieron usar el veto contra la intervención, de los consumidores de hidrocarburos? Las compañías imperiales mantendrán los altos precios, porque de ellos dependen sus ganancias exorbitantes.  Las autocracias petroleras son útiles como peones contra los países de la OPEP todavía independientes. A medida que sean sometidos, las autocracias petroleras del Golfo devendrán inútiles, se les pagará cada vez menos por el oro negro y sus pueblos hambreados las derrocarán. A Rusia y China ya se las excluyó del reparto del petróleo libio. Pronto se las excluirá  del petróleo mundial.
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¿Calmará el saqueo la agitación global? Si el botín no alcanza para las grandes potencias, menos llegará a los pueblos. La recesión incrementará  el desempleo;  éste agravará la discriminación contra los inmigrados;  la crisis alimentaria disparará el costo de la vida; la decisión  de los gobiernos de arrojar el peso de la crisis sobre los trabajadores los hambreará; éstos seguirán bajo las banderas de la  Indignación, liberándose del neoliberalismo y derrocando autocracias conservadores como las de Túnez y Egipto.
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¿Bastan una crisis terminal del capitalismo y una oleada de motines y de agitación popular para detonar una revolución internacional? Las fuerzas sociales se disipan sin  maquinarias o proyectos capaces de encauzarlas. Durante la hecatombe neoliberal, partidos e intelectuales antes revolucionarios se entregaron al Pensamiento Único y abdicaron la conducción de la poderosa conmoción que hoy sacude al planeta. Urge la constitución o reconstitución de proyectos revolucionarios y de partidos radicales dispuestos a cumplirlos. Sólo esto nos separa de la Revolución Mundial.

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