Alberto Piris
La Estrella Digital
Los «novios de la muerte» ya no están de moda en los modernos ejércitos y los mandos militares tampoco están por la labor de formar a los soldados para que vayan contentos a la muerte, como pide el himno de la Infantería española. Un coronel del ejército de EEUU ha declarado recientemente: «Las nuevas tecnologías militares son la forma de que el riesgo del combate pase de los soldados a las máquinas, que es lo que todos deseamos». Un jefe de batallón lo explicó así: «Si obtengo información anticipada sobre un vehículo acorazado enemigo que se acerca por la carretera, y si puedo destruirlo con un misil de alta precisión antes de que ninguno de mis soldados entre en contacto con él, ése es el modo como me gustaría combatir en todas las guerras». ¡Toma, y a mí también! -diría el madrileño Eloy Gonzalo, el «héroe de Cascorro», quien con una lata de petróleo cruzó la línea de fuego con la misión de incendiar una posición enemiga durante la Guerra de Cuba.

Los nuevos conceptos son consecuencia, por un lado, de las bajas sufridas por el ejército estadounidense en Irak y Afganistán; y, por otro, de un antiguo plan a largo plazo, ahora revisado a causa de la crisis económica, cuya finalidad consistía en descargar en sistemas robotizados la mayor parte del esfuerzo bélico de la guerra. El pasado mes de junio sufrió una revisión este plan de modernización de los ejércitos que, con el nombre de «Futuros sistemas de combate», suponía, al menos sobre el papel, una gran revolución en las técnicas de la guerra. A la necesidad de revisión contribuyó no solo su elevado coste, que rebasó pronto los 160.000 millones de dólares, sino también su carácter visionario de una guerra casi totalmente automatizada, conducida a distancia, donde robots de todo tipo observan, vigilan, atacan, dirigen y a veces también toman decisiones. Nada se dice en los documentos del plan sobre si esos robots podrán ser también condecorados al concluir la batalla.

El caso es que se están probando algunos de estos aparatos en el polígono de tiro y experiencias de Fort Bliss, en pleno desierto tejano. Se erigieron en él unas imitaciones de poblados, parecidos a los que constituyen el campo de batalla en Irak o Afganistán, donde se ensayan los sistemas que, si todo transcurre como está previsto, podrán equipar a siete brigadas de Infantería dentro de dos años, con un coste de unos 2000 millones de dólares. Se espera que para el año 2025 estén armadas con los «futuros sistemas de combate» las 73 brigadas del Ejército de Tierra de EEUU.

En una exhibición ante los medios de comunicación, el asalto a un poblado comenzó con el vuelo de unos autómatas aéreos que observaban a través de las ventanas el interior de los edificios que habían de ser neutralizados. Otros robots terrestres se asomaban a las puertas y transmitían lo que veían en el interior de las viviendas (también son capaces de explorar cuevas y examinar vehículos aparcados). Unos sensores electrónicos desplegados alrededor de la zona de acción avisarían en caso de que el enemigo enviara refuerzos para ayudar a los atacados. Algo más lejos, unas baterías de misiles de gran precisión estaban listas para disparar contra cualquier vehículo enemigo que se aproximara a menos de unos 30 km. Todo ello era dirigido y controlado desde puestos de mando situados en el interior de vehículos acorazados, y las unidades desplegadas para la acción recibían en los ordenadores portátiles de sus mandos toda clase de información sobre el enemigo y las órdenes pertinentes para su actuación.

Un veterano suboficial comentó: «En Irak no podíamos ver qué había dentro de los edificios que asaltábamos. Con esto, al menos podemos echar una ojeada previa». Otro soldado alababa las habilidades de un robot de observación, de unos 15 kilos de peso, que arrojado a través de una ventana podría enderezarse por sí mismo, si caía boca abajo, y empezar a transmitir en el acto todo lo que veía dentro del recinto. Ningún periodista le preguntó lo que pasaría si un combatiente talibán se limitaba a arrojar una manta sobre el artefacto, cegando sus ojos electrónicos.

Pero el principal problema está en que todos estos instrumentos se comunican entre sí mediante ondas electromagnéticas, como cualquier sistema Wi-Fi, y es tal la complejidad de las señales que se intercambian, incluyendo fotografías y datos de vídeo, que todavía no se ha construido una red radioeléctrica capaz de soportar esas exigencias, aunque se asegura que estará lista para el año 2011. Esto ha alarmado al Congreso, que debe controlar los gastos del programa, donde se ha sugerido que más valía disponer primero de la red de radio y después empezar a probar los artefactos por ella controlados.

La idea tan común en la sociedad estadounidense de que para cualquier problema hay siempre una solución tecnológica puede sufrir un duro golpe cuando sus ultramodernos combatientes robotizados tengan que enfrentarse a fanáticos guerrilleros que, además del estímulo de luchar contra un invasor, en defensa de su tierra y de su pueblo, crean que la muerte les lleva al Paraíso y que eso es la gloriosa culminación de sus vidas. Sin contar con su capacidad para combatir tenazmente hasta la inmolación, sin apenas otra cosa que su Kalashnikov, un paquete de explosivos y algún mortero.

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