un acto revolucionario”, George Orwell
“Nuestra fuerza armada gana prestigio si va a Afganistán”, aseguró el presidente salvadoreño, Mauricio Funes, poco antes de enviar este domingo a ese país un contingente militar ante la unánime protesta e indignación del pueblo.
Y es que ese grupo de soldados no es más que un cargamento de “carne de cañón” para alimentar la insaciable sed de muerte y destrucción de Estados Unidos (EEUU) y sus aliados europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) que desde hace casi 10 años asesinan impunemente a los hijos de la nación centroasiática.
La decisión de Funes es un flagrante acto de traición a las normas y principios éticos y morales que condenan la violencia de la guerra, así como un abierto desafío a la posición del Frente Democrático Revolucionario, coalición política liderada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Olvidó que el FMLN, la organización que en nombre del pueblo lo llevó a la primera magistratura del país, se opuso al envío de ese contingente militar.
Pero el mandatario salvadoreño se ha pasado a las filas de la contrarrevolución, alejándose de lo que significa rechazo y condena a los crímenes de lesa humanidad que comete EEUU en el mundo.
Ahora prefiere ser cómplice del genocidio que el imperio desata en Afganistán al mandar a esos jóvenes, campesinos en su mayoría, que podrían sumarse a los miles de soldados extranjeros que allí han muerto en una guerra que no es suya.
Con su sumisión a la política guerrerista de Washington, Funes acabó con las esperanzas de su pueblo, renacidas luego de su triunfo en los comicios de 2009. Ilusionados, los salvadoreños veían en él al líder progresista y revolucionario que se sumaría a las filas de quienes hoy libran la batalla por la independencia definitiva y la integración de la gran patria latinoamericana y caribeña.
Antonio Martínez, analista político salvadoreño, destaca que “el triunfo de Funes generó grandes expectativas. La izquierda ortodoxa y sectores conservadores lo veían como el avance del llamado socialismo del siglo XXI que promueve el presidente venezolano, Hugo Chávez».
Pero se equivocaron, porque no ha hecho más que seguir los pasos de sus predecesores, los presidentes Francisco Flores y Elías Antonio Saca, monumentos vivientes al vasallaje y lacayismo más bajo y vergonzoso al servicio de su amo imperial.
Funes hizo el domingo lo mismo que ellos, quienes mandaron once contingentes del Batallón Cusclatán a Irak en apoyo del imperio estadounidense.
Flores fue el más servil, pues fue el primero en mandar a la avanzada de los 3.000 soldados salvadoreños enviados al país del Medio Oriente en seis años, de los que perecieron cinco y otros 25 resultaron heridos en 2004 y en 2006 durante enfrentamientos con los combatientes iraquíes. También fue “Caballo de Troya” del imperio en su cobarde agresión contra la Revolución Bolivariana.
El profesor de filosofía convertido en presidente títere de Washington fue el único gobernante centroamericano en apoyar el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra el presidente Chávez. Así pagaba ese moderno Judas al mandatario que sólo meses antes había enviado alimentos, frazadas, medicamentos y un contingente de obreros, técnicos e ingenieros para levantar un poblado sobre las ruinas que dejó el terremoto de 2001 en su país.
Las tropas que ha enviado Funes tienen la misma triste misión de otros miles de jóvenes latinoamericanos que han ido a luchar y a morir a Irak y Afganistán. Unos son mercenarios, otros indocumentados y residentes legales, pero muy pobres que viven en EEUU, mientras los primeros se han alistado en el ejército con la promesa de que obtendrán la nacionalidad estadounidense y algunos para obtener becas de estudio.
Porque es un secreto muy mal guardado el reclutamiento que EEUU hace desde hace varios años a través de un grupo de empresas privadas dedicadas a esa macabra actividad. Sus agentes contratan a esa valiosa e irremplazable reserva juvenil constituida por muchachos citadinos sin empleo y campesinos pobres, ofreciéndoles vivienda, comida y salario en dólares a cambio de sus servicios como represores del pueblo afgano.
Se trata de una nueva y macabra visión de los gobernantes yanquis, quienes han visto en la privatización de la guerra, mediante el uso de la “carne de cañón” extranjera, la solución al grave y cada vez más acuciante problema que está minando seriamente la falsa imagen de democracia y libertad de un sistema perverso que ellos venden al pueblo estadounidense como el más idóneo y legítimo del mundo.
Con la privatización de la guerra EEUU persigue varios objetivos, entre ellos silenciar la ira y el descontento de millones de madres, padres, esposas e hijos que protestan todos los días en las calles del país por la muerte de sus seres queridos, los soldados que caen por miles en los campos de batalla que el imperio ha desatado en varias regiones del planeta.
Es un abominable y demencial proyecto que no resiste el más mínimo examen ético y moral, pues lo único que busca es un siniestro trueque. Se pretende canjear la vida de los hijos de las madres estadounidenses por la muerte de los hijos de las madres extranjeras, lógica que sólo cabe en las torcidas mentes de los gobernantes yanquis, cuyos hijos jamás van a la guerra.
Asimismo, la contratación de las empresas privadas que suministran el material humano para ser usado por EEUU en los conflictos bélicos está orientada a lograr un significativo ahorro en tiempo y en dinero a pesar de que muchos de esos mercenarios perciben salarios superiores a los de los militares estadounidenses.
Ello se debe a que son veteranos de guerra que no requieren ser entrenados como sucede con la mayoría de los combatientes bisoños reclutados en la ciudad y en el campo latinoamericano y caribeño. Estos tienen la desventaja de recibir un salario muy inferior al de aquellos y no disfrutan de los beneficios y comodidades de alojamiento que disfrutan los curtidos ex combatientes que, en su mayoría, son europeos.
Pero, aún más cruel y triste es el destino que les espera a muchos de los jóvenes latinoamericanos indocumentados o residentes legales de Estados Unidos, quienes sueñan con la ciudadanía yanqui o la beca para ingresar a la universidad.
Cientos de ellos han caído en el campo de batalla y lo único que reciben es una medalla y un entierro con el féretro envuelto en la bandera de las barras y las estrellas, ya que se les otorga post mórtem la ciudadanía gringa.
A la misma suerte están expuestos los integrantes del contingente enviados a Afganistán por Funes. Regresar en un ataúd como regresaron los soldados del Batallón Cusclatán, cuyas madres recibieron como único consuelo la condecoración póstuma que les fue concedida por luchar por una causa que no era suya y por un país que no era su patria salvadoreña, para morir sin honor ni gloria.
Ese triste y trágico espectáculo debe servir de reflexión a Funes, quien este domingo envió a Afganistán un nuevo contingente de soldados ante la indignada protesta de un pueblo que vio en él la esperanza de paz y el rechazo a la guerra, sueño que traicionó el mandatario, lo mismo que su lealtad al FMLN, el movimiento revolucionario que lo llevó a la presidencia.