Claudio Scabuzzo
La Terminal
Junto a mi hija pusimos nuestros pies sobre el polvo del predio que ocupa Tecnópolis, en Villa Martelli, Buenos Aires. El lugar era una unidad militar, el Batallón 601, que protagonizó uno de los alzamientos contra la democracia pero hoy luce con un paisaje distinto. Se dibuja el futuro en sus contornos con un parque temático que exhibe el desarrollo tecnológico nacional, pero también sus frustraciones y contradicciones. Tecnópolis es, además, una manera de darle publicidad a los gobernantes de turno, con una exhibición que a veces abandona el conocimiento para transformarse en propaganda sesgada. La filosofía y la semántica de Tecnópolis, más allá de la muestra.

Hay gente que está pensando el país, el futuro del país, pero corrido de la coyuntura, pensando en cinco, diez, veinte años hacia adelante. ¿Qué queremos ser? ¿Qué podemos ser? ¿Vamos solamente a seguir exportando carne o soja? ¿Quiénes hacen nanotecnología? ¿En dónde? ¿Por qué nos importa el desarrollo de esa área particular de la física? ¿Quiénes producen software? ¿Quiénes hacen biotecnología? ¿En dónde se hace? ¿Quiénes lo hacen? ¿Qué problemas abordan? ¿Qué pasa con áreas como la computación o la investigación en biología?

Adrián Paenza – Página/12

Imponentes estructuras reciben al visitante.

 

La mega muestra de ciencia, tecnología e industria argentina es una exposición que sería permanente cuando finalice esta etapa, lo que generará un parque temático único en el país. Organismos estatales vinculados a la defensa, el espacio, la biología, el transporte, las obras públicas, la energía, los servicios públicos, la información y la informática desarrollaron sitios con atractivos visuales que ofrecen información sobre su pasado, su presente y su futuro. Algunas empresas privadas adhirieron a la iniciativa, pero no son las más numerosas.

No todo es tan claro ni tan accesible para el público masivo que supera la capacidad de la muestra para atenderlo con dignidad, pero se destaca la intención de exhibir los logros científicos de la gestión del matrimonio Kirchner y de los gobiernos de Juan Domingo Perón. Ese recorte quizás impida que algunos desarrollos sean ofrecidos en su dimensión real, pero es loable poner a disposición del ciudadano una muestra de lo que el estado hace y deshace.

 

Arte, ciencia y tecnología. Tecnópolis es un desafío y un interrogante.

 

Quizás el ojo crítico se alimente con los vacíos que generan tantas pantallas de led, luces direccionales y enormes estructuras. Allí está la ciencia y la inventiva argentina, tan vapuleada y desmerecida pero que hoy encuentran un respiro ventilado por un aparato político que lo integra a su plataforma. Es una manera de exhibir al estado transformador y generador de progreso como única forma de avanzar hacia el futuro, aunque existen también otros futuros no menos magníficos.

Quedan en el olvido o reducidos a una pequeña crónica aquellos logros independientes que sin respaldo oficial han sobrevivido a los humores de los gobiernos del país a lo largo de las décadas. Hay otra Tecnópolis secreta que intenta seguir adelante, que tiene desarrollos notables y reconocidos en el mundo, pero que no están en exhibición pública, ni cuentan con respaldo oficial.

Pero más allá de ese detalle, el esfuerzo y las enormes sumas invertidas para levantar este parque en el bicentenario de la República, merece un reconocimiento. No deja de ser un intento de rescatar el conocimiento, de potenciar nuestra inventiva y de pensar en el futuro, aunque ese futuro signifique mantener la doctrina política del presente.

La Tecnópolis de Postman.

El término “Tecnópolis” nace de la filosofía.  Se ha leído hace 15 años en un texto del discípulo de Marshall McLuhan, el sociólogo Neil Postman (1921-2003) cuyo título es “Tecnópolis: La rendición de la cultura a la tecnología” (Galaxia Gutemberg, Barcelona, 1996). El libro aborda la difusión de la tecnología como herramienta para un cambio ideológico.

Postman reconoce tres estadios en el desarrollo de la tecnología:

  • La cultura de las herramientas (hasta el s. XVII en Occidente) : donde se introducen soluciones limitadas que no cambian la cosmovisión dominada por la teología o la metafísica.
  • Cultura tecnocrática: Donde se adopta una visión utilitarista del conocimiento. Se descubre y promueve a la ciencia como medio para mejorar las condiciones de vida.
  • Tecnópolis: la tecnología se vuelve totalitaria y redefine los conceptos de religión, arte, inteligencia, familia, política, verdad.

Introfilosofia’s Blog aborda un análisis de ese trabajo, en el que encuentro algunas conclusiones que me enfrentaron a mi experiencia en la Tecnópolis del gobierno de Cristina Kirchner. Allí se habla de que manera la “Tecnópolis” busca dominarnos:

a) Con burocracia (multiplicación de los formularios y de los funcionarios para procesar los formularios);

b) con los expertos, cuya función es examinar toda la información disponible, eliminar la irrelevante y usar el resto para resolver los problemas, lo cual puede resultar desastroso, especialmente cuando el «objeto» es humano (medicina) y la eficiencia no es un criterio pertinente (educación); y

c) con «maquinaria blanda» (tests, encuestas, taxonomías…) y más tecnología: los expertos son los «sacerdotes» de la maquinaria… ¡A pesar de lo cual el control no funciona!.

Frente a la rendición de la cultura por la tecnología, Postman propone no aceptar sus criterios valorativos y no creer que la ciencia es la única fuente de la verdad. Tampoco confundir información con compresión ni dejarnos seducir por la idea de “progreso”.

 

Pasado, presente y futuro.

 

La Tecnópolis de Kirchner tiene  mucha información, cuyo efecto sobre las multitudes que asisten es una intriga. Sus mas vistosos stands no llegan a ser visitados por todos y muchos de sus procesos son acompañados por explicaciones poco claras. La transmisión de tanto conocimiento no encontró a interlocutores válidos y las pantallas y letreros llenan el vacío con contenidos informativos teñidos del discurso gobernante, lejos de la ciencia. Los organismos públicos han tratado de llevar al ciudadano su trabajo y su historia de manera desigual, quizás porque no todos tienen demasiado para exhibir de su presente y allí aparece el pasado recordando lo que fue y a veces, lo que no volverá.

De cualquier forma, es loable la intención y comprensible cuando el gobierno intenta marcar el presente a fuego, con políticas que desarman el llamado  Modelo Agroexportador (al que califican como de privilegios, destructor de las ventajas naturales nacionales y que beneficia a los dueños de los factores de producción, herederos de una distribución arbitraria e injusta de hace más de un siglo y medio), para dar lugar a lo que llaman el Modelo Industrialista o de Desarrollo Autónomo con Justicia Social (centrado, según argumentan, en las capacidades del pueblo, en la fuerza de trabajo, en la inteligencia, con movilidad social ascendente, para todas y todos).

De la utopía y la eutopía  a Tecnópolis.

Nuestra imagen expuesta a transformaciones y efectos. Todo para sorprender.

 

En el discurso oficial esta mega-exposición plantea el fin de la utopía, como expresión de deseo para transformarse en topía, un sueño realizado. El ideal seductor que alimentó los pensamientos de la década del 60 y 70, queda concretado con este ambicioso proyecto   inspirado en los jóvenes peronistas rebeldes de esas épocas. Es la consagración de su plataforma política, de sus enunciados polémicos y medidas cuestionables.

El término Tecnópolis me llevó a terrenos que desconocía. En el renacimiento alguien pensó en una ciudad llamada Eutopía, el buen lugar, con una economía autárquica, colectivista e igualitaria. En ella, todos los aspectos de la vida estaban estrictamente planificados. Esa comunidad ideal chocó contra las debilidades humanas. Para los filósofos la contrapartida es Tecnópolis, una organización social basada en la abundancia,  a diferencia de Eutopía que se asentaba en la frugalidad.

En el plano de la filosofía, Pablo Capanna publicó en 1997 en la revista “Criterio”:

Libros en una imponente instalación de Tecnópolis.

 

Eutopía y Tecnópolis son dos paradigmas, en gran medida complementarios, que han inspirado muchas de las ideas de la Modernidad. Es sabido que Bacon engendró a la Royal Society, que engendró a Watt, quien engendró a Edison, a Ford y a Bill Gates. A la Eutopía le debemos el urbanismo, la escuela y el hospital públicos, pero también sus perversiones: la guillotina, los falansterios, y el Gulag. De Tecnópolis nos vinieron la energía, las comunicaciones y los hipermercados, pero también la polución, la Bomba y los ajustes económicos.

Los infiernos totalitarios del siglo XX surgieron de la dialéctica entre el control “eutópico” y los instrumentos de Tecnópolis. Venciendo la profunda desconfianza que los obreros sentían hacia las máquinas, el comunismo ruso nació bajo el lema leninista “los soviets más la electricidad”; esto es, Eutopía con revolución industrial. Precisamente, el régimen llegó a extinguirse cuando su inercia le impidió adecuarse a la revolución informática, puesta en marcha por un capitalismo de otro orden.

A diferencia del “progreso” moral e institucional, el “cambio” tecnológico encuentra su corroboración en los hechos. Nadie sería tan optimista como para atreverse a afirmar que somos moralmente superiores a las generaciones anteriores, pero nadie pondría en duda que el auto de este año es más veloz, económico o confortable que el modelo que usaban nuestros padres.

El secreto de Tecnópolis está en haber reemplazado el progreso social por el cambio tecnológico, el único progreso que resulta cuantificable e inevitable a la vez.

Analizar la exposición a través de su semántica nos permite interpretar un poco más de lo que se ve y tratar de comprender la dimensión política del emprendimiento y su rol en el presente argentino.

El futuro kirchnerista.

¿Que Técnópolis estamos viendo?, la de Postman, la del renacimiento o una mezcla propia que intenta reinterpretar nuestro futuro con los valores políticos de los gobernantes?.

Tecnópolis, la mega muestra, es el mundo de la ciencia y la tecnología desde la visión kirchnerista, con atractivos que nos alientan a pensar que todo será mejor, que el progreso es posible con la independencia del conocimiento y el aporte de un estado conciente de ese destino.

Pese a su entrada gratuita, su montaje costó millones, costeado por el estado nacional en su mayor parte. En la imprecisión de estas cosas se habla desde 60 millones a 200 millones de pesos, aunque algunos multiplican esa cifra. La arquitectura y tecnología utilizada habla de no reducir gastos, aunque a ninguno le interesó mayores comodidades para los asistentes, como bancos para sentarse en cantidad suficiente y baños públicos (hay unos pocos baños químicos, en condiciones lamentables).

Los precios de los stands de alimentos están lejos de los que monitorea el INDEC para su costo de vida. Una gaseosa de 600cc puede costar 10 pesos, un “hot dog” otros 10 y un almuerzo al plato no menos de 50 pesos por persona.

Semejante inversión abona a los críticos que exponen la realidad del presupuesto del estado en ciencia y técnica, el descuido en la educación y la falta de oportunidades. El gobierno anuncia que quiere destinar el 1% del PBI en investigación y desarrollo científico, y no llega a disponer del 0,52%, según los últimos datos ofrecidos. Sin embargo la inversión fue en aumento desde 2003 al presente, pero estamos lejos de muchos países.En la plaza de la Memoria de Tecnópolis se suceden imágenes sobre el pasado sangriento de los argentinos.

Recorriendo la técnica y el conocimiento del hombre. Su acceso libre y gratuito lo transformaron en uno de los eventos más visitados de nuestra historia.

Somos una nación que importa mucha tecnología, con 5 millones de de adultos de entre 18 y 25 años que no terminaron el secundario. Con egresados que estudiaron en universidad públicas y marcharon al extranjero a trabajar, aunque el gobierno asegure que 800 científicos volvieron a ser repatriados. Se habla en una industria nacional, la que también se alimenta de demasiados insumos importados, al igual que algunos desarrollos, adquiridos en el exterior y montados en el país. No tenemos créditos razonables ni al alcance de cualquier proyecto, muchos sueños chocan contra la alta presión fiscal y sindical. No es fácil crear en Argentina, y es por eso que el estado asume su rol ante la imposibilidad de que cualquier logre lo mismo. Bueno, quizás esta muestra provoque la sinergia que necesitamos para avanzar en todos los campos, sin rivalidades políticas. Pero las multitud ruidosa y la improvisación no me seduce.

Tecnópolis parece mostrarnos lo lejos que llegamos, pero siento la sensación de que jamás hemos partido. Observo pasos erráticos, exageraciones inspiradas por algún publicista y un desarrollo que no logro disfrutar. Ojalá que todo sea cierto, y si lo es, que sea para todos.

Tecnópolis nos permite estos debates. Interrogarnos sobre nuestro futuro y nuestro bienestar como nación, pensar en un país mejor más allá del gobierno que nos toque.

Algunas fuentes consultadas:

http://tecnopolis.ar/

http://www.indargentina.com.ar/

http://introfilosofia.wordpress.com/2009/10/28/critica-a-la-idea-de-

http://www.mdzol.com/mdz/nota/316784-tecnopolis-donde-el-futuro-es-hoy-y-publicitar-lo-oficial-es-el-objetivo/tecnopolis/

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-172322-2011-07-15.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Neil_Postman

http://www.lanacion.com.ar/1389622-xxxx

http://www.aporrea.org/tecno/a126258.html

http://www.revistacriterio.com.ar/cultura/de-eutopia-a-tecnopolis/