Alessandro Dal Lago

Liberazione.it

 

No sorprende que las revueltas que han explotado en casi todas las grandes ciudades inglesas sean recibidas por el gobierno, por los tabloides y los medios principales, al menos inicialmente, con los habituales lugares comunes: además del obvio “bandas”, la instrumentalización criminal, los grupos juveniles, la habitual gente de fuera y así adelante. Es el exorcismo de siempre ante aquello que más o menos se podía prever y que tiene notabilísimos precedentes en las metrópolis occidentales, de los “riots” de Los Ángeles del 1992 a la explosión de los “balieues” parisinas en el 2005.

Un vistazo a los vídeos transmitidos por la BBC, por la web del The Guardian, Al Jazeera, etc., aclara inmediatamente que la realidad es completamente diferente. La revuelta es capital, ampliamente espontánea, pro más que ha sido facilitada por la disponibilidad de tecnologías de información de bajo coste, y sobretodo transversal. En las calles se ven jóvenes encapuchados, adolescentes que se enfrentan a la policía y gente de todas las edades que saquean los comercios. De todo origen y proveniencia, pero acomunados por el vivir en los distritos más pobres que circundan el centro privilegiado y de moda de una de las capitales de la finanza mundial.

Nada de sorprendente en el hecho de que, más allá de la policía, muy detestada, sean blanco de mira los comercios como Sony, Foot Locker y MacDonald, las joyerías y los grandes almacenes. O sea, los símbolos tangibles de una opulencia alta o media de la que, evidentemente, una gran parte de la población londinense está excluida. Exactamente como en Los Ángeles en 1992 la población del South Central ocupó los barrios occidentales y acomodados de la metrópoli y en París, en 2005, los habitantes de los “banlieues” atacaron a hierro y fuego los Campos Elíseos.

En la forma elemental y pre-política del saqueo, se trata de lucha de clases. Exactamente eso que el “establishment” inglés exorciza hablando de mero vandalismo y las primeras y tímidas voces de expertos de las varias comunidades locales o activistas sociales empiezan a definir por aquello que es, reacción a los cortes impuestos por el gobierno conservador.

Por otra parte, las manifestaciones del pasado invierto contra el aumento de las tasas universitarias eran una señal clamorosa del malestar juvenil por la proletarización de los miembros más débiles de las capas medias. El bienestar de una de las sociedades consideradas más estables del Occidente ha sido siempre aparente. O mejor, es un bienestar limitado a los que viven de finanzas y de sus desarrollos (el comercio, la información, los servicios, el lujo, etc.), pero que no alcanza al resto de la sociedad, ampliamente desindustrializada y empobrecida.

Que hoy hayan sido prohibidos hasta los partidos de fútbol, en Inglaterra un deporte tradicionalmente considerado capaz de absorber los conflictos sociales y generacionales, dice bastante. No se trata solamente de una medida de orden público. Es la señal de que la sociedad inglesa, bajo la apariencia de sus rituales de masas, está profundamente en crisis.

Lo que sorprende más es que nadie haya relacionado las revueltas inglesas con la crisis financiera que hace años está incubándose en Occidente y hoy parece que se dirige a una catástrofe. Londres en particular, como tercera plaza financiera en el mundo, es la expresión del dominio de las finanzas sobre la economía real.

En el mundo, el volumen de la prima es hoy seis veces el de su valor real. El ataque a la deuda pública, o sea a la soberanía de los estado, por parte de la especulación internacional, encuentra solamente las respuestas habituales de una política económica recesiva y sometida a los dictados de las sociedades de “rating”, o sea a los bancos estadounidenses e ingleses. Pero, ¿a dónde pueden llevar los cortes a las pensiones, a la alta formación, a la seguridad social y la asistencia médica? Exactamente a lo que está sucediendo en Inglaterra.

En este sentido, Londres y Birmingham, Bristol y Manchester anticipan lo que inevitablemente sucederá en España, Italia y probablemente Francia cuando la sociedad tenga que pagar la cuenta de una política obtusamente liberal y de las guerras insensatas que están agotando los recursos de los estados occidentales. Cierto, las sublevaciones no se pueden prever, pero una crisis social sin precedentes está en las puertas, más incluso, ya ha empezado.

Alessandro dal Lago, sociólogo, cuenta entre sus obras: La produzione della devianza, Feltrinelli, Milano, 1981; Etnometodologia (con p. p. giglioli), Il Mulino, Bologna, 1983; L’ordine infranto. Max Weber e i limiti del razionalismo, Unicopli, Milano, 1983; Il politeismo moderno, Unicopli, Milano, 1985; Oltre il metodo. Interpretazione e scienze sociali, Unicopli, Milano, 1989; Il paradosso dell’agire, Liguori, Napoli, 1990; Descrizione di una battaglia. I rituali del calcio, Il Mulino, Bologna, 1990; (con p. a. rovatti) Elogio del pudore, Feltrinelli, Milano, 1990; (con r. moscati) Regalateci un sogno. Miti e realtà del tifo calcistico in Italia, Bompiani, Milano, 1992; Per gioco. Piccolo manuale dell’esperienza ludica, R. Cortina, Milano, 1993; (con g. barile, p. galeazzo e a. marchetti) Tra due rive. La nuova immigrazione a Milano, Franco Angeli, Milano, 1994; Il conflitto della modernità. Il pensiero di Georg Simmel, Il Mulino, Bologna, 1994; I nostri riti quotidiani. Prospettive nell’ analisi della cultura, Genova, Costa & Nolan, 1995.

Attualmente impegnato in ricerche sulla costituzione del nemico nella società contemporanea: Qualcuno da odiare. Lo straniero come nemico pubblico.

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