Prensa de Frente
Sin sorpresas, sin reales alternativas, la segunda vuelta electoral porteña consumó en términos políticos, sociales e incluso culturales una derrota para los intereses populares de una contundencia y una dimensión que las organizaciones que quieren expresar esos intereses no pueden mirar desde afuera.

El casi 65 por ciento de los votos con el que la compulsión del balotaje adorna la reelección de Mauricio Macri como jefe de Gobierno de la ciudad implican un trágico aval a un proyecto privatizador de los bienes y los servicios esenciales de la población, a una administración dedicada al servicio de los negocios privados de amigos y socios del poder político. También a una visión elitista, racista y xenófoba sobre la composición que debe tener la sociedad porteña.

El resultado electoral propone dramáticamente un apoyo masivo a la profundización de un modelo de sociedad sometido a los sistemas de control social, las escuchas, las cámaras espías, los asedios policiales, la delación, los grupos parapoliciales como el de la Unidad de Control del Espacio Público, o la creación de una nueva policía según los diseños de “profesionales” procesistas como el Fino Palacios. Y, como sus instrumentos de sanción, la represión y criminalización de la protesta social y la regimentación de la organización popular.

Supone, en principio, la aprobación, o por lo menos la indiferencia, respecto de políticas activas como las del deterioro de la educación pública y los edificios escolares, o la equivalente hacia la salud y los pacientes del sistema con ejemplos insultantes como el de la falta de gas y calefacción en el Borda. El aval a decisiones estratégicas como la de la sub ejecución de programas destinados a los sectores populares. De esas decisiones surgió el drama de la falta de viviendas que generó los sucesos del Parque Indoamericano, sus muertos y sus heridos.

Ya había quedado claro tras la primera vuelta electoral, el 10 de julio, que las opciones electorales planteadas al macrismo, la del kirchnerismo en primer lugar, no habían sido capaces de mostrar alternativas políticas sólidas y creíbles. No lo habían podido hacer a partir de sus actividades superestructurales, en los espacios institucionales en los que funcionaron en muchos casos como valedores de las iniciativas de la gestión machista. Ni, menos todavía, desde una tarea que nunca asumieron de construcción cotidiana en los barrios y las organizaciones de base de los vecinos.

En todo caso, la evidencia más seria que salta de las dos vueltas del proceso electoral porteño es el muy embrionario estado de desarrollo de la construcción de una alternativa popular y cultural, capaz de romper con las lógicas políticas que vienen encorsetando las coyunturas electorales en la ciudad.