La venta está consumada. El Brasil se encuentra en la fase final de secuestro de sus recursos materiales y anímicos por oligarcas hereditarios, deudas impagables y países ladrones.
Paralelamente al escenario de este “país pacífico” –y por supuesto genuflexo– Siria vive la eminencia de la destitución del estadista Bashar Al Assad. Los atentados a las embajadas de EE.UU y Francia son sólo el detonador de un proceso de invasión perpetrado por dos potencias con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El propósito de este proyecto es claro, basta que el país que sea su objetivo tenga gobiernos que perduren y que exista la menor oposición, para que se desate la nueva Guerra Santa de la Democracia. Se encubre sin embargo que el destinatario violó alguna norma de conducta que lo mantenía a remolque –o probablemente en desventaja– frente al sistema productivo internacional.
Sabemos bien quien comanda este engranaje, un vez que el mundo es mundo, solamente mientras comparte los valores de las potencias dominantes y vigorosamente pujantes. África Septentrional y Oriente Medio lo hicieron –Arabia Saudita e Israel todavía lo hacen– con el petróleo y la geopolítica, hasta cierto punto. Las tentativas de derrumbar a dictadores son selectivas.
Con esta introducción contextual, se argumenta que el Brasil está distante de constituir una amenaza al juego de las grandes potencias porque su economía alimenta al sistema financiero internacional (Bancos, capitales evasivos y especulativos), proporciona alimentos a las bocas hambrientas de ultramar y mantiene a su pueblo trabajador en la bestialidad y la ignorancia de que su mano de obra mueve toda esa patraña con un mínimo de remuneración por las horas trabajadas.
En algún momento he mencionado que Brasil optó por la economía agroexportadora latifundista, que solamente baja los precios internos cuando nuestros productos no son aceptados en otro país por cuestiones de vigilancia sanitaria. En algún otro alerté que a este ritmo el idioma inglés sustituirá al portugués en Brasil, o que juntos compondrán un híbrido estéril, capricho del lenguaje coloquial.
Esta vez, digo que el sistema productivo está presente con naturalidad en casi todos lo períodos de las veinticuatro horas del día.
Se trabaja arduamente para mover las ruedas del sistema, y cuando alguien se cree libre de él, esa creencia no pasa de ser una ilusión inexcusable. Se produce, se distribuye y se consume hasta en las pocas y fugaces horas de esparcimiento, como en la publicidad de la televisión o en las indeseadas llamadas telefónicas que nos ofrecen servicios bajo la amenaza de que “estamos siendo grabados para su seguridad”.
La periodista canadiense Noemí Klein, en su libro “Sin Logo” hostiliza a las marcas comerciales debido a la transición de venta de productos e ideas. Hoy se venden conceptos, concepciones, cosmovisiones, que se vinculan evidentemente a la venta exponencial de pantalones, perfumes, zapatos, lanchas.
El alma brasilera ha sido entregada a la hegemonía prácticamente irreversible del sector comercial, a la dictadura de las empresas más o menos instituidas, entre otras decisiones que tomaron nuestros políticos, con la anuencia de un pueblo apático.
El exorcismo en esta etapa del proceso es dispendioso, doloroso y tardío, porque el país ya alcanzó la etapa avanzada de post-venta, en la que los vendedores insisten en la eficacia de sus productos y en el mantenimiento de los modelos de consumo.
El cliente Brasil recibe un tratamiento especial.
Una parte de él es la que fomenta la extraña predilección por los términos foráneos en nuestros empaques. Se usa “pizza-delivery” en vez de “entrega de pizza”, “hair cutting” en lugar de “corte de pelo”, el término “performance” sustituyó a “desempeño” e irrumpen los entrenamientos motivacionales basados en el más-de´lo-mismo, “coaching”. Se busca en el almuerzo el sistema de “self-service” en lugar de “auto-servicio”, o más simplemente “comida por kilo”. El proceso descrito por Noemí Klein encuentra en Brasil a un alumno ejemplar.
De allí es que entiendo que hayan tantos tramposos en este país: “coleados” (o “colados”), evasores de impuestos, intercambio de favores involucrando a funcionarios públicos, tráfico de influencias (sus crímenes: peculado, malversación de fondos, soborno)
La visita del estadounidense Obama al Brasil en marzo de 2011 fue apenas una expresión de la post-venta de la constelación de productos que orbitan la vida de cada brasilero.
Todo se convierte en negocio en el país de los negocios. No demora la condecoración a Brasil por lo hecho a favor de la economía de mercado, que crea pocos ricos y tantos marginales.