Su destino final era la Toscana, donde —en sus palabras— se reuniría “con amigos y compañeros para compartir con ellos experiencias de luchas en América Latina”. Sin embargo, la también periodista no llegó a su destino. Cuando su avión estaba por entrar al espacio aéreo norteamericano, el capitán de la aeronave avisó que éste había sido cerrado y debían volver a la ciudad de México, deteniéndose en el aeropuerto de Monterrey para cargar combustible.
Al tocar suelo mexicano —pasada la 01:00 horas del 21 de julio— una de las azafatas le pidió que le mostrara un identificación. Tras confirmar su nombre, la sobrecargo le pidió tomara sus cosas y la acompañara a la puerta del avión, separándola del resto de los pasajeros. A la salid, en el famos gusano, policías federales y funcionarios de Aeroméxico la esperaban. Le pidieron identificarse nuevamente y acompañarlos fuera del avión. Cuando ella pidió una explicación de lo que estaba ocurriendo, le “contestaron que: ‘el gobierno de Estados Unidos había negado el paso al avión porque yo iba en él’”. Una empleada de la línea aérea, a quien ella describe con “cara de absoluta extrañeza” le pidió la acompaña mientras bajaban su equipaje documentado de la aeronave.
En tierra firme, los policías federales le exigieron una copia del pasaporte, la cual el personal de Aeroméxico le facilitó prestándole una de las fotocopiadoras de sus oficinas. Con la copia en mano, los policías se retiraron. El personal de la línea aérea se entregó a la tarea de buscar una ruta alterna que no pasara sobre Estados Unidos para llevarla segura a Italia. Sin embargo, ella pidió que se le regresara a la Ciudad de México debido a la sensación de vulnerabilidad que sentía tras el suceso. La activista pasó la noche en el hotel Marriot Courtyard, donde puso por escrito los hechos y se comunicó con sus allegados. Ella, en el blog que abrió para difundir este hecho, se pregunta:
¿Cómo puede pasar esto de que te bajen de un avión en donde se les ocurra, cómo pueden estas “autoridades estadounidenses” comportarse con tal despotismo? ¿Cómo lo toleramos? ¿Cómo nos protegemos ante estas cosas que ellos pueden hacernos de manera tan impune y tan insolente?
Esta académica ha trabajado temas como la soberanía de las naciones y criticado fuertemente el intervencionismo norteamericano en la llamada lucha contra las drogas que han emprendido varios gobiernos latinoamericanos. Y no sólo habla desde la trinchera de los libros y de las bibliotecas, sino desde su propia experiencia como prisionera política en Bolivia. Apresada en abril de 1992, volvió a ser libre el 25 de abril de 1997 tras una huelga de hambre y reclamos internacionales que obligaron al gobierno boliviano a liberarla. Sus experiencias han dado fruto a numerosos artículos y ensayos donde se analizan los movimientos sociales de América Latina.
Es sorprendente la manera en que se han venido desenvolviendo los hechos. A todas luces, es un personaje incómodo para el gobierno estadounidense, como muchas y muchos otros activistas, académicos, hackers y periodistas. Sin embargo, de ser ciertas la razones que los elementos de la Policía Federal le dieron, estamos ante un Big Brother cuyos brazos son más largos de lo que en nuestras más crudas novelas de ciencia ficción imaginamos.