Amador F. Rocamora
El Mercado Común del SUR más conocido como MERCOSUR, nació como un proyecto impulsado por el neoliberalismo y sus empresas transnacionales, quienes utilizaron la estructura política y jurídica de los Estados para ampliar sus mercados, aumentar sus ganancias y reducir sus costos de exportación e importación de bienes y servicios comercializados entre países. Fue uno de los ensayos del capitalismo impuesto a los Pueblos de Sudamérica desde los países centrales con los Estados Unidos a la vanguardia colonial.
La magnitud de cada uno de los mercados conformados en los territorios de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay se traduce en asimetrías estructurales de difícil resolución, pues la influencia cuantitativa de los medios de producción instalados por las casas matrices de la economía global en Brasil -y en menor magnitud Argentina-, crean en el resto de las economías un saldo negativo en términos de balanza comercial que genera frecuentes tensiones entre los gobiernos, quienes se ven presionados por los sectores industriales de cada uno de los países del mercado común.
La estructura monopólica y oligopólica inmanente en la que está basada la matriz del MERCOSUR dificulta el desarrollo de un bloque que incorpore valores de intercambio no mercantiles como la educación, la salud o la cultura: bienes de elevado “valor agregado social”. Así, la incorporación de nuevos factores sociales aparece como una necesidad de los pueblos que, a través de sus organizaciones políticas y movimientos sociales, deberán confluir desde abajo eludiendo la cooptación que proponen los gobiernos para reducir las asimetrías sociales existentes.
Si bien a partir de la Cumbre anti ALCA de Mar del Plata en 2005, comenzó un desarrollo de espacios de debate y participación de movimientos y organizaciones sociales de los Países Miembro, no se ha consolidado una estructura institucional adecuada dentro del organigrama del MERCOSUR, realizándose las denominadas Cumbres Sociales del Mercosur y algunas reuniones periódicas preparatorias en las que participan aquellos grupos que son convocados por los gobiernos a este espacio de intercambio y debate.
Cada país le ha dado un formato propio y diverso a la participación social caracterizándose por ser de “baja intensidad” con casi nulo impacto sobre las decisiones de los mandatarios en el ámbito de las Cumbres Sociales del MERCOSUR y se están transformando en plataformas de acción política de los presidentes quienes desean mostrar el «lado social» del MERCOSUR. Al mismo tiempo, el espacio de las Cumbres Sociales evoluciona como referencia política de organizaciones que el gobierno de cada país a cargo de la Pro Tempore desea visibilizar.
La creación de la figura de Alto Representante General del MERCOSUR (propuesta de Brasil) intentará contribuir al desarrollo y funcionamiento del proceso de integración, a través de la elaboración de propuestas políticas regionales y de gestión comunitaria en diversos temas, además de financiar las cumbres sociales y representar al MERCOSUR en foros y reuniones internacionales; aunque no parece aún funcionar en la práctica. De hecho, las Cumbres Sociales son en parte financiadas por ONGs europeas.
Para disminuir las asimetrías, un nuevo mecanismo real de participación y protagonismo social tendrá que irrumpir en el MERCOSUR hacia una verdadera apropiación social de las Cumbres.
Los gobiernos progresistas deben poner la voluntad política en abrir el espacio que genere suficiente masa crítica social para conmover las estructuras transnacionalizadas del sub-bloque e impulsar políticas direccionadas a reducir las declamadas asimetrías.
La incorporación de la República Bolivariana de Venezuela al MERCOSUR catalizaría el proceso de participación social, al incorporar desde sus organizaciones, sus experiencias e idearios un verdadero proyecto de unión e integración regional que modifique no solo la denominada “ecuación energética”, sino, y por sobre todo, la necesaria y revolucionaria “ecuación social”.