Por Leandro Renou
Tarifas, Prepagas, transporte, naftas y colegios, el corazón de la canasta del sector, subieron hasta tres veces más que el IPC. Por eso, los supermercados avisan que «no hay piso para la caída de ventas» y admiten que las familias priorizan sostener los servicios, que no paran de aumentar desde que el Gobierno liberó los precios. En paralelo, aunque la AUH mejoró, los pobres tampoco gastan en alimentos porque la luz y el gas no les dejan margen. «Es un terror a gastar pocas veces visto», admiten los comerciantes.
Hasta hace no tanto tiempo, la postal de Buenos Aires era la de una capital distinta a la de casi todos los países de la región. Cruzada por deficiencias económicas más que nada en su parte sur, se sostenía con indicadores muy relacionados a la potencia de los sectores medios. En el resto del país, con algunas particularidades, ocurría lo mismo. Si bien el proceso de apagado paulatino se viene dando hace años, la política económica del Javier Milei consagra el fin de ese emblema nacional: el sueño de la clase media argentina.
Una primera aproximación al tema resume una problemática que se instaló, tarde, como debate en la política y los medios: con una inflación apenas por encima del 150 por ciento desde que Milei es gobierno, la canasta de servicios de una familia tipo hasta se cuadriplicó. Y no sólo eso: aún con el Gobierno aumentando la AUH por sobre la inflación, los sectores bajos sigue sin volcar ese dinero al consumo masivo porque, también, tienen que costear tarifas de servicios.
Todo esto precipitó la salida de Marco Lavagna, el titular del INDEC, a cubrirse del debate sobre si la desinflación que Milei festeja, se ve efectivamente reflejada en los bolsillos de la población. No casualmente, y a pesar de que la idea ya existe desde que Sergio Massa era ministro y su jefe político, Lavagna eligió este momento preciso para adelantar que se estará presentando una canasta del IPC más representativa. De yapa, no pudo precisar cuánto de la desinflación es producto de la recesión y cuánto de una política real y sostenible. Un desmarque elegante.
En este marco, los proveedores de alimentos explican que «hay un terror a gastar pocas veces visto». El asunto es que entre los segmentos bajo, medio bajo y medio se llevan el 80 por ciento del total del consumo nacional, por eso la foto de la calle es diametralmente opuesta a la que vende el gobierno de Milei. Esta semana, en una encuesta que molestó mucho al oficialismo, la consultora Analogías encuestó sobre principales preocupaciones: la primera, con el 47 por ciento, fue el desempleo, la segunda, sólo tres puntos abajo, la inflación. Por eso el discurso de la calle es que mientras el Gobierno dice que la inflación baja, la plata sigue sin alcanzar. La culpa, de la desregulación total de los precios y el intento oficial de planchar los ingresos.
De la media a la media baja
Así las cosas, como la clase media no puede dejar de costear sus costos fijos y éstos subieron mucho porcentualmente cuando, además, ya eran montos a pagar nominalmente elevados, el panorama es de riesgo. Algunos ejemplos: las prepagas subieron casi 200 por ciento desde diciembre a hoy; el subte más de 750 por ciento, la tarifa de colectivos 600 por ciento y los celulares 190 por ciento. En tanto que la luz y el gas oscilan, al día de hoy, en subas arriba del 500 por ciento, cuando aún el camino de los aumentos, según la perspectiva del Gobierno, no está terminado. El servicio de internet, otro relevante en la canasta de las familias pero menos ponderado por el INDEC, se incrementó arriba del 350 por ciento.
Eso derrumbó las ventas de bienes durables y de la canasta básica, lo que resintió el consumo, uno de los principales motores del crecimiento. El desconcierto de los sectores medios ante este colapso de ingresos y aumentos, no sólo sobreendeudó a las familias, sino que los atemorizó como nunca en la toma de decisiones básicas de consumo. Un ejemplo, el Gobierno, en su intento de recrear el consumo vía crédito, dispuso cuotas de 12 y 18 cuotas para comprar Electro. El resultado, el consumo cae 50 por ciento. De nuevo, la clase media, sin señal de costos para las familias, no acepta asumir pagos mensuales en cuotas de 100 mil pesos para electrodomésticos caros que no bajan del millón de pesos.
Tan serio es el tema que hasta el consumo básico, históricamente apalancado por la clase media y media baja, no encuentra respuesta al contexto. «No hay piso para la caída, los números de agosto son peores y septiembre viene igual», admiten en los grandes supermercados ante la consulta de Página I12. El mes que pasó, probablemente, refleje una caída de ventas cercana al 20 por ciento interanual, pero aclaran en los super que, a diferencia de lo que ocurre en otros rubros de la economía, «acá las comparaciones intermensuales también siguen dando mal».
Un año sin Navidad
Hace unos días, en una reunión del sector retail, un empresario mostró que, entre agosto del 23 y agosto del 24, con una inflación acumulada de 270 por ciento, la venta acumulada creció un promedio de 200 por ciento. «Esto -aclaran los empresarios- se mezcla con que las subas de los salarios y jubilaciones, que están planchados, aunque sean porcentualmente iguales o mayores que las de los servicios, corren tan de atrás que la plata cada vez alcanza menos».
Un dato interesante que adelantó a este diario un supermercadista de una multinacional con años en Argentina. El sector del consumo masivo tiene tres fechas clave en el año, la referencia es para Pascuas, Día del Niño y las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Las dos primeras, aclaran, no movieron la aguja, «y los últimos tres meses del año representan el 40 por ciento. Ya está jugado eso también, no van a crecer las ventas», aseguran.
En julio, por citar sólo un caso, el Ente Estadístico de la Ciudad publicó un detalle de canasta de consumo de hogares con formación determinada. Hoy, el salario promedio en la Argentina está apenas arriba de los 500 mil pesos. Según el ente porteño, una familia de dos adultos y dos niños menores de 10 años, que son propietarios, pagan una canasta de bienes y servicios de 1.160.000 pesos; en diciembre del 23, mes en que asumió Milei, esa canasta valía menos de 600 mil pesos. Y en abril de este año, esa misma canasta ya estaba en el millón de pesos. Allí pesan no sólo servicios, sino que la tésis oficial de que los alimentos suben menos, es estéril sin ver a qué precio estaban y a cuáles quedaron tras la devaluación de diciembre.
¿Dónde van los más pobres?
La Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar subieron, según datos del Ministerio de Capital Humano, un 138 por ciento. Eso contiene la primera necesidad de los de abajo, pero ese mayor gasto del Estado en el sector no está viéndose en ningún lugar del consumo.
El diagnóstico del sector consumo es que los más pobres no van más a comprar a grandes superficies porque no existen promociones de Precios Justos, y que todos los descuentos son vía aplicaciones y billeteras virtuales, de bajo uso en el segmento. Hoy, los que menos tienen compran en los barrios, donde la estadística es difusa y los precios son más caros.
Y hay un dato clave: los alimentos y bebidas no eran precios atrasados en la economía. Cuando Milei produjo la devaluación de 120 por ciento en diciembre, la inflación saltó al 25 por ciento y los productos básicos quedaron situados en niveles prohibitivos. Lo asume el propio Gobierno cuando promociona el desembarco de alimentos importados para equilibrar la balanza. En paralelo, como explican en el sector, aquella devaluación puso a los alimentos a valores altísimos y, luego, se actualizaron casi al mismo porcentaje que la inflación, por eso, también, esas ventas siguen resentidas.