Agustín Fontenla
Moscú, Rusia-. A dos años de que Rusia escalara la guerra que libra con Ucrania desde el 2014, la economía del país se adaptó a las necesidades y limitaciones que impone el conflicto, mientras el Kremlin reordenó sus prioridades presupuestarias para un enfrentamiento que podría ser largo con Ucrania, o, quizás, con la OTAN.
Unos pocos meses después de que Vladímir Putin intentara tomar Kiev, Estados Unidos y la Unión Europea descargaron una batería de sanciones contra el país eslavo. La más relevante, el corte total de la compra de petróleo y gas, un disparo al corazón del aparato productivo del país.
Además, frizaron reservas del Banco Central ruso por valor de 300 mil millones de dólares y cortaron la mayoría de los canales financieros que unían a Rusia con Occidente. Por último, prohibieron la exportación de tecnologías críticas (las que se usan para equipos militares) y suspendieron todos los vuelos de compañías occidentales que llegaban a ciudades rusas. En pocas palabras, levantaron una nueva cortina de hierro.
En Washington y Bruselas creían que las medidas tendrían un costo enorme para la economía de Rusia y, sobre todo, para el proyecto militar de Putin. Sin embargo, dos años después, el Producto Bruto Interno de la Federación Rusa habrá crecido en 2023 un 2,7% (según Naciones Unidas), y el país ha logrado una inesperada aunque frágil estabilidad.
Este escenario se refleja en el caso de Alekséi (cuyo nombre real prefiere preservar, al igual que el resto de ciudadanos citados), que trabaja como contador en una empresa extranjera. “Mis ingresos mensuales están ligeramente por encima de la media de Moscú. Mi principal problema económico es el miedo a que la empresa cierre. Debido a las sanciones, el contrato se renueva cada seis meses”, afirma.
La empresa de Alekséi integra el grupo de las compañías internacionales que decidieron permanecer en Rusia a pesar de las sanciones, el marketing negativo que les generaba continuar en el país, o la insistencia de los funcionarios de las potencias occidentales para marcharse. En estos casos, las empresas prefieren seguir operando en territorio ruso a ser vendidas a precio de remate o tomadas por el Estado. Igualmente, la decisión puede revertirse de un momento a otro.
Desde que la guerra escaló, se estima que unas diez mil empresas extranjeras o con dueños extranjeros se marcharon de Rusia. A su vez, otras miles se han creado pero con dueños de las exrepúblicas soviéticas, Turquía, China, y la India, entre otras naciones. En ese contexto, el Kremlin decidió instrumentar una serie de decretos para hacerse con el control de distintas compañías internacionales.
En julio de este año, por ejemplo, el Estado tomó el control de la empresa láctea francesa, Danone. Unos meses antes y con la misma dinámica, una agencia estatal se hizo cargo de Unipro, una empresa de capitales alemanes que operaba cinco plantas de energía en el país. “¿Pensaron que todo iba a colapsar (en Rusia)?, preguntó Putin retóricamente en referencia a las potencias de Occidente. ”Bueno, nada parecido ha sucedido. Las compañías rusas tomaron el control y siguieron adelante“, se jactó el presidente ruso.
El mismo derrotero de Danone y Unipro siguieron gigantes como McDonalds, la cervecera danesa Carlsberg, o la automotriz surcoreana Hyundai, cuya nave industrial en San Petersburgo reabrió el pasado diciembre tras haber sido adquirida por un empresario ruso.
Solo en el último mes, el Kremlin avanzó con la toma de control de dos empresas más. Primero, el complejo automotriz más importante del país, perteneciente al billonario y exlegislador residente en Austria, Serguéi Petrov, quien se había manifestado en contra de la guerra en Ucrania. El Gobierno explicó que la compañía había realizado un fraude por unos 43 millones de dólares. Imposible saberlo a ciencia cierta. Lo que sí está claro es que se trató del primer capital perteneciente a un ruso desde que escaló el conflicto militar.
Unos días atrás, el Gobierno decidió nacionalizar una caldera de la región de Moscú que dejó a más de veinte mil personas sin calefacción en jornadas donde el termómetro había marcado entre 20 y 30 grados bajo cero. El dueño era un ciudadano de doble ciudadanía rusa y mexicana, condenado por asesinato y asociado a negocios rancios desarrollados en los años 90 en Rusia.
La publicación independiente The Bell asegura que esta dinámica puede acelerarse de cara a las elecciones presidenciales de marzo, sobre todo cuando se trata de empresas problemáticas o conectadas con el submundo criminal. “Es más fácil nacionalizar y hacerse con el control de la empresa que resolver los problemas a una escala mayor, como sucede con la infraestructura de la calefacción doméstica, que en muchos casos está vieja u obsoleta”, apunta el medio ruso.
La dinámica no parece traerle problemas al Gobierno ruso, al contrario. El New York Times publicó un reportaje titulado “Cómo Putin convirtió el boicot internacional en una bonanza”, en el que detalla los negocios millonarios que consiguió el Estado o la élite bendecida por el Kremlin tras los decretos de nacionalización o toma de control que firmó el mandatario.
En estos días, Estados Unidos y la Unión Europea debaten si utilizar parte de los fondos que pertenecen al Banco Central de Rusia pero están en control de Occidente. El Gobierno ruso dice que sería un antecedente nefasto para el mundo financiero internacional, pero, ante la eventualidad, ya afirmó que no dudará en responder con la nacionalización de otros activos occidentales en su territorio.
Rusia pone los ojos en Asia
Este giro copernicano que realizó la economía rusa de cara a las empresas, se produjo también en la exportación de hidrocarburos. Sin acceso a los mercados europeos, Rusia logró que China y la India se convirtieran en sus inmediatos reemplazantes. Andréi Pertsev, analista político del medio ruso independiente Meduza, sostiene que esa es la razón que explica que la economía rusa no haya colapsado por las sanciones de Occidente.
Sin embargo, advierte que el cambio no está exento de riesgos. “China está empezando a fijar los precios de los materiales raros que Rusia exporta a ese país”, y eso tiene un costo, afirma Pertsev. “No es que las sanciones de Occidente no sean efectivas, sino que su impacto no se ve tan rápido. En efecto, ese impacto continuará creciendo”.
Entre los principales desafíos que enfrenta la economía rusa para el 2024, Pertsev señala el acceso a tecnología de punta, el costo de los alimentos, y el gasto progresivo del dinero acumulado en el Fondo Nacional de Bienestar, un millonario fondo creado por el Estado para hacer frente a los años en que el precio del petróleo y el gas se derrumba.
Además de financiar los salarios de los militares y la industria militar, el Gobierno ha utilizado parte del dinero público para fomentar la demanda y brindar créditos y ayudas para grandes, medianas y pequeñas empresas en el contexto de las sanciones. Una de las razones que organismos como el FMI apuntan para explicar la sorpresiva resiliencia de la economía rusa.
Daria, dueña de un pequeño gimnasio en la región de Moscú, es una de las emprendedoras que recibió ayudas del Estado durante el último año.“El 2023 ha sido un año de contrastes. Por un lado, algunos clientes se mudaron al extranjero debido a factores externos (la guerra con Ucrania), los precios de diferentes bienes y servicios crecieron, y la incertidumbre en la planificación de decisiones comerciales planteó un desafío. Pero, por otro, la tendencia a un estilo de vida saludable y deportivo se ha vuelto mucho más popular en Rusia”, explica esta joven emprendedora, que confía en que su negocio siga creciendo el año en curso.
El presidente Putin aseguró días atrás que la economía rusa crecerá en 2024 por encima de lo que se expandió en el 2023. Sin embargo, es indudable que el estado de fragilidad seguirá presente. Más aún, cabe preguntarse si el país eslavo podrá sostener el mismo nivel de ayudas e inversión en el sector militar, y, también, en el productivo y comercial.
El presupuesto del Estado para 2024 muestra que los gastos para la defensa escalarán hasta el 6 por ciento de PBI. Una cifra que casi duplica la de Estados Unidos, y quintuplica la de países como Alemania o Francia. Con esa enorme masa de dinero direccionada a sostener la maquinaria militar, algunos analistas políticos sostienen que se verán afectadas las partidas sociales como la educación, la salud y las jubilaciones.
Vitaly, administrador en una universidad en Moscú, puede dar testimonio de que eso ya está ocurriendo. “Mi situación financiera no es estable. Mi salario es catastróficamente corto para un mes. Mi principal problema son los niños. Tengo tres hijos, que necesitan educación, alimentación y vestimenta”, señale este padre de familia. “La pensión de mi madre es dramáticamente baja. Le resulta imposible vivir sin mi ayuda”.
AF/DTC