por Fernando Ramos M.
En septiembre del año 2014, cuando era presidenta, Cristina Fernández alertó sobre los responsables de llevar a cabo un atentado contra su vida, de suceder alguna vez: «si me pasa algo, que nadie mire hacia el oriente, miren hacia el norte». La mandataria argentina aseguró que «después de ver las cosas que se están haciendo desde determinadas representaciones diplomáticas, después de escuchar declaraciones que parecen un ejercicio de cinismo, que vengan a crearnos una historieta de que el ISIS me está buscando para matarme».
En forma de presagio, la actual vicepresidenta mencionaba a los altamente probables responsables de un ataque contra su integridad física, tal como ocurrió el pasado 1 de septiembre de 2022 frente a su propio domicilio en la ciudad de Buenos Aires.
Las afirmaciones de entonces adquieren hoy más vigencia que nunca, cuando los diferentes bloques de poder mundial se encuentran enfrentados en una guerra global a la salida de la peor pandemia por la que atravesara la humanidad, y cuando la Argentina se encuentra a las vísperas de un año electoral que definirá quien presidirá el país por otros 4 años.
Así, el poder real (Embajada, sectores judiciales, medios concentrados y oposición política) creó las condiciones necesarias y suficientes para eliminar físicamente a la actual vicepresidenta, quien habiendo descifrado en el pasado a los verdaderos enemigos y potenciales atacantes, no logró establecer mecanismos defensivos adecuados ante un posible atentado proveniente del Norte.
El intento de magnicidio como parte de un golpe de Estado perpetrado por la mafia internacional con intereses en el país, desnudó además la tibieza y falta de aptitud de todos los funcionarios del área de seguridad e inteligencia del gobierno de Alberto Fernández, quien no ha estado nunca a la altura de las circunstancias.
Los asesores de Cristina (ella no tiene porque ser experta en seguridad personal) la expusieron físicamente y colocaron a la Argentina al borde de una «guerra civil» en uno de los peores momentos económicos, luego del feroz endeudamiento de Macri con acreedores privados y el FMI, y la implementación de un plan impuesto por ese organismo de crédito internacional y aceptado por el gobierno y el Congreso.
Con funcionarios y aliados -líderes sindicales y de organizaciones sociales, referentes políticos, ministros y secretarios- dedicados a flotar en sus cargos, «engordar» y twittear fotos de reuniones intrascendentes, han llevado a la sociedad a un verdadero «estado de indefensión» ante los poderes de facto económicos y financieros que empobrecen y degradan la vida de millones de argentinos.
Un gobierno que entregó en bandeja la cabeza de la principal lidereza política de los útimos 70 años y que el Norte intentó eliminar, aunque no pudo, ni podrá.
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