por Fernando Ramos M.
La crisis política, económica y social por la que atraviesa de forma crónica la Argentina y su pueblo, tiene un nuevo capítulo luego de la intempestiva renuncia a su cargo del ministro de economía, Martín Guzmán, que hace tambalear al gobierno de Alberto Fernández.
En un anterior artículo, «La pandemia del FMI irradia sobre Argentina» expuse los tres últimos golpes que azotaron a la sociedad de ese país (las pandemias de Macri, del covid y del FMI) generando efectos devastadores en la realidad económica y psico-social de los argentinos.
Hasta la fecha de redacción (12 de febrero de 2022) no se había producido la operación militar iniciada por el gobierno de la Federación Rusa ante el avance de la OTAN sobre el territorio de Ucrania, en el que se asienta el gobierno de Zelenski: la reacción de las corporaciones y gobiernos desarrollados del mundo occidental fue aumentar los precios de los productos commodities (en especial energía y alimentos), sumiendo al resto de los seres humanos del planeta -y a sus propios ciudadanos- a una disminución de la calidad de vida, o directamente a la pobreza y/o miseria.
De esta forma, el capitalismo en su actual fase postpandémica de guerra, está adquiriendo una nueva forma metabólica que aumenta la desigualdad entre ricos y pobres, concentrado las ganancias de las empresas en cada vez menos corporaciones, hundiendo a grandes masas poblacionales a situaciones de extrema vulnerabilidad.
En Argentina, un país atípico por su inflación crónica a lo largo de su historia, la situación ha empeorado a partir de su acuerdo con el FMI establecido con el gobierno de Mauricio Macri y refrendado por el actual gobierno de Alberto Fernández. El acuerdo produjo una crisis en la coalición gobernante que ha desencadenado peleas palaciegas ocasionadas por choques de intereses entre las fuerzas políticas que la integran.
Con 370.000 millones de dólares de deuda externa y 40% de pobreza por ingresos, sin reservas en el Banco Central, con fuga de capitales permitidas por los gobiernos, sin control de precios y en plena crisis política, se avecinan tiempos de zozobra ante un poder real que utiliza a sus medios de comunicación para lanzar una verdadera guerra psicológica y convencer a la población que más neoliberalismo es la solución de los problemas que padece desde hace décadas este país.
La disyuntiva de la vicepresidenta Cristina Kirchner es mantenerse coexistiendo con el actual presidente hasta el final del mandato (diciembre del 2023) o realizar movimientos para desplazar a los intereses políticos que Alberto Fernández representa en esta coalición, evidentemente alineados con sectores del gobierno de los Estados Unidos y algunas corporaciones multinacionales que operan en la Argentina.
En esta dinámica, los factores de poder van envolviendo la autoridad presidencial, quien no pareció advertir del peligro de gobernar sin negociar con la vicepresidenta, a su vez presionada por sus bases para asestar un golpe de timón que obligue al presidente a ceder en su posicionamiento en favor del acuerdo con el FMI y sus principales accionistas.
Con un futuro cercano incierto, las cúpulas dirigenciales deberán enderezar el rumbo de colisión de la realidad o sucumbir ante la ola de protestas y reclamos que comenzarán a surgir masivamente desde las calles de Argentina.