Homar Garcés

Las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN a Rusia debido al conflicto creado con Ucrania han desembocado en una suerte de efecto dominó donde los mercados de capitales, las instituciones financieras y las empresas de distintos tipos también se han sumado, de un modo que, más allá de estas sanciones y del apoyo que pudieran darle al gobierno ucraniano, no cabría definirlo como rusofobia.

El aislamiento de Rusia de la economía global podría interpretarse como la estrategia a utilizar por quienes controlan el sistema capitalista mundial para que todas las naciones (independientemente de cual sea su ubicación geográfica) se acoplen a sus intereses e influencia, por lo que la perspectiva de un mundo multipolar o multicéntrico sería percibida más como una amenaza que como un estado ideal de convivencia humana y de respeto a la soberanía de cada nación.  

La teoría conspiracionista respecto a que los grandes centros de poder tienen como objetivo imponer un régimen totalitario quedó, prácticamente, confirmada tras el discurso pronunciado por el presidente Jhon Biden durante la cumbre realizada con sus homólogos europeos de la OTAN. En ella expresó que éste “es el momento de que las cosas cambien. Habrá un Nuevo Orden Mundial y nosotros ‎tenemos ‎que dirigirlo. Y tenemos que unir al resto del mundo libre para hacerlo”.

De este modo, ratificó lo que siempre ha sido la convicción estadounidense de su destino manifiesto, como pueblo elegido de Dios, para que la humanidad entera adopte sin cuestionamientos de ninguna especie su modelo de democracia y sus estándares de vida.   

Esto nos conduce a la conclusión que estamos frente a un proceso de ideologización masiva, multiplicado a través de todos los medios de comunicación existentes, en el cual no hay cabida para un pensamiento disidente so pena de ser repudiado y condenado al ostracismo más extremo, sin posibilidad de concedérsele espacio a la verdad.

Agregado a ello, la advertencia yanqui respecto a que la neutralidad no será ninguna opción para aquellos países que busquen deslindarse de cualquier confrontación internacional en la que Washington tome partido pareciera enmarcarse en la irracionalidad de un Estado de sitio global que hará inútil cualquier mención a los valores que sustentaran por algo más de doscientos años el actual modelo civilizatorio.

El conflicto creado en Ucrania tiene todos los signos para creerlo así.   Lo que podría predecirse es que el viejo modelo civilizatorio que le sirvió de base de legitimación al imperialismo gringo no se sostendría sino a fuerza de causar caos en todas las latitudes, obligando a resguardarse de sus acciones bélicas a potencias rivales como Rusia y China, sin descartar a Irán, al cual no se ha dejado de incluir en lo que se dió en llamar el eje del mal.

Esto tendría lugar, de forma simultánea o no, con el auge de las luchas populares que, atenuado el efecto devastador de la pandemia del Covid-19, vuelve a sacudir los cimientos del mundo contemporáneo y, junto con él, lo que han sido por siglos el capitalismo y el Estado burgués liberal. Esto quizá no sea algo inmediato ni tenga la misma contundencia en todos los países donde los distintos sectores populares reclamen sus derechos.

Lo cierto es que -al igual que otros acontecimientos de la historia humana que, en su momento, no reflejaron inmediatamente su trascendencia- podríamos estar ya en presencia, sin percatarnos apenas de ello, de otro nuevo orden mundial, sin asegurar si éste será o no beneficioso para todos.