Isaac Enríquez Pérez
En su editorial del pasado 3 de enero de 2022, titulado «The world must learn to live with Covid this year» («El mundo deberá aprender a vivir con el Covid este año»), el diario británico Financial Times argumenta que la humanidad, a lo largo del presente año, está obligada a construir la resiliencia para vivir de la mano del Covid-19 sin que ello implique mayores impactos destructivos (https://on.ft.com/3KAgnyP), por supuesto en el proceso económico, que es lo que tanto interesa a un diario de este perfil.
El enunciado no es del todo superficial, pero incide en ello si a la pandemia se le reduce a un fenómeno sanitario con el cual es posible «darle vuelta a la página» así sin más y sin mayores consecuencias. De ahí que sea pertinente insistir en sus múltiples manifestaciones, impactos y a los hechos catastróficos acelerados con ella.
Si nos remitimos a las manifestaciones estrictamente epidemiológicas del colapso pandémico que experimenta el mundo desde marzo del 2020, es altamente probable que los organismos humanos se adapten a este nuevo coronavirus y sus variantes, y que el Covid-19 transite a ser una enfermedad endémica. Sin embargo, la obcecación de la pandemia, en su sentido más amplio, estará presente a lo largo de este 2022 y los años subsiguientes (https://bit.ly/3o9lvjM).
Si partimos de la noción de que la pandemia es un hecho social total que forma parte de una crisis sistémica y ecosocietal de larga gestación y duración capaz de acelerar un cambio de ciclo histórico (https://bit.ly/3l9rJfX); y que a su vez la crisis epidemiológica global es una fábrica que drena pobreza, pauperización social, desigualdades y nuevas conflictividades, entonces las posibilidades de resiliencia se tornan distantes conforme se exacerban los múltiples impactos de este colapso pandémico en ámbitos como el laboral, el patrón energético y tecnológico, el geopolítico, el geoeconómico, el educativo, el neuropsicológico, y el relativo a la intimidad y la vida en familia.
Para no ir tan lejos, la pandemia modificó la relación del ser humano con la enfermedad y la muerte, al tiempo que ambos fenómenos incrementaron el miedo, la vulnerabilidad y la incertidumbre entre los individuos y familias afectados. Escapar de esas garras será un proceso largo que estará en función del sentido que tenga la vida de esos individuos, de la cohesión social y de la capacidad para remontarlos en el corto o mediano plazos.
De igual manera, el distanciamiento social que afectó a niños y jóvenes no será fácil de revertir. Menos aún cuando dos años es un periodo de tiempo extremadamente largo en vidas que se extienden entre los 5 y los 18 años. Suprimir o reducir a mínimos dos años de la cotidianeidad de estos grupos etarios, supone suprimir aristas de su emotividad, sensibilidad, experiencia y aprendizaje, que no volverá en automático con el fin del confinamiento global. Menos cuando la fatiga pandémica y el miedo se conjugaron para inmovilizar los bríos, la curiosidad y la energía de la infancia y la juventud. Esto sin mencionar la violencia doméstica a que se expusieron la niñez y la pubertad con los confinamientos y el hacinamiento familiar.
Los trastornos neuropsicológicos son el correlato de la pandemia del Covid-19, y no pocas veces son invisibilizados o encubiertos por los intereses creados y por el mismo sentido común. Y sus secuelas pueden marcar a generaciones enteras más allá del carácter endémico que adquiera esa enfermedad infecciosa. En otro espacio (https://bit.ly/3mOKtmA) argumentamos que la verdadera pandemia de las sociedades contemporáneas es la depresión y el trastorno de ansiedad, que conducen –principalmente entre jóvenes– a la tentativa de suicidio. Un importante estudio (https://bit.ly/3fQH0Bu) reporta al respecto que tan solo en 2020, sin la enfermedad del Covid-19 entre nosotros, se esperaban 193 millones de casos de trastorno depresivo mayor en el mundo, pero con la crisis epidemiológica global se registraron 246 millones de casos. Un 28 % o 53 millones de casos más de lo esperado, de los cuales 35 millones correspondieron a mujeres. En tanto que se esperaban 298 millones de casos de trastorno de ansiedad sin la presencia del coronavirus en el 2020, pero en realidad se registraron en el mundo 374 millones de casos, o un 26 % más de lo esperado. Revertir estos trastornos post-traumáticos no será inmediato, en tanto que en el mediano plazo aumentarán los riesgos de suicidio y angustia entre mujeres y jóvenes.
Otro flagelo que inhibirá la posibilidad inmediata de lograr la resiliencia –o la posibilidad de convivir con el Covid-19 y sus impactos– en las distintas sociedades es la desigualdad y el hambre exacerbadas con la crisis epidemiológica global y la gran reclusión. Según datos del último informe de OXFAM titulado Las desigualdades matan (https://bit.ly/3Am1FH3), la fortuna de los 10 primeros megamillonarios del mundo se duplicó en los dos años que lleva la pandemia del Covid-19; cada cuatro segundos uno de estos acaudalados incrementaba su fortuna en 52 000 euros; en tanto que en esos mismos segundos moría una persona como consecuencia de esa desigualdad (al menos 21 300 defunciones al día a causa de la carencia de servicios sanitarios, el hambre, la violencia de género, el colapso climático y la discriminación racial) y el 99 % de la población mundial miraba deteriorarse su calidad de vida y sus ingresos –en estos dos años se sumaron 160 millones de nuevo pobres según esta Organización No Gubernamental. Esos mismos 10 megamillonarios acumulan mayor riqueza que 3 100 millones de seres humanos ubicados en los estratos más pobres. A estos datos se suman otros que indican que 5,6 millones de habitantes fallecen anualmente por la falta de acceso a servicios básicos de salud y 2,1 millones mueren de hambre. La probabilidad de que una persona pobre muera de Covid-19 es entre dos y cinco veces más que una persona de altos ingresos. Mientras ello ocurre, cada 26 horas, nos indica OXFAM, surge un nuevo multimillonario en el mundo; al tiempo que cada 11 minutos muere un ser humano por hambre (https://bit.ly/3AqKVP1) e ingresaron con la pandemia 155 millones de personas a esta situación de hambruna. Esto último tiene relación con el híper-desempleo, la caída del suministro de alimentos, los conflictos bélicos, el encarecimiento de los insumos alimentarios básicos, y la inflación.
En las mismas sociedades desarrolladas la inflación alcanzó espirales que no se registraron en varias décadas. Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña con tasas de inflación que no se registraban en los últimos 40 años en el caso del primer país y en los últimos 30 años en el caso de los dos restantes. Se calcula que el 56 % de los estadounidenses, a enero de 2022, no pueden cubrir un mínimo fondo de emergencia de 1000 dólares para sobrevivir (https://cnb.cx/33CDxEf). Tanto así que el gobierno encabezado por Joe biden maneja ya la posibilidad de un control de precios de productos básicos como los alimentos y el gas. En tanto que en España se gestaron 2,5 millones de nuevos pobres en el tiempo del colapso pandémico, para llegar a un total de 11 millones (https://bit.ly/3FTjtKD); ello mientras las riquezas de los 23 milmillonarios españoles se expandió (https://bit.ly/3IxqiDh).
¿Será posible que la humanidad alcance la llamada resiliencia ante la pandemia? El mundo podrá arrinconar el carácter letal del coronavirus SARS-COV-2 en un lapso razonable conforme los organismos humanos se adapten y co-evolucionen con él; sin embargo, los flagelos sociales radicalizados con la pandemia –en tanto hecho social total– estarán presentes por varias décadas y generaciones, mientras la inducida crisis económico/financiera redunda en una híper-concentración de la riqueza en pocas manos. La era post-pandémica estará signada por nuevas desigualdades y conflictividades que dificultarán restablecer la aparente mínima certidumbre que prevalecía hasta antes de noviembre del 2019. Si no consideramos esos fenómenos exacerbados con la crisis epidemiológica global –y que remiten a la misma crisis estructural del capitalismo– el consenso pandémico se mantendrá inalterado e instaurará la noción de «darle la vuelta a la página de la emergencia sanitaria», al extremo de invisibilizarse y silenciarse los efectos negativos que son parte de esa crisis sistémica y ecosocietal que se nutre con el carácter intocable que asumen las estructuras de poder, riqueza y dominación en las sociedades contemporáneas.