Homar Garcés

Las tensiones entre Estados Unidos y sus rivales de China y Rusia parecieran encaminarse al estallido de una nueva conflagración que precipitaría al mundo entero a una destrucción mayor a las sufridas por Europa y Asia durante la primera mitad del siglo pasado. Así, los focos serían Taiwán y Ucrania, regiones desde donde los estadounidenses buscan extender su dominio geoestratégico, lo que ha sido registrado por los medios de su país como centros de la agresión militar china y rusa contra quienes sencillamente querrían vivir bajo los parámetros de una democracia representativa que sería pisoteada y coartada por los que califican de regímenes dictatoriales, autoritarios y antidemocráticos; lo cual ha sido replicado sistemáticamente, recordando lo hecho mediáticamente en su momento contra Iraq, con los resultados ya consabidos.

La OTAN y la Unión Europea, capitaneados por Estados Unidos, estarían exponiendo la vida de millares de ciudadanos europeos en una eventual guerra con los rusos, más que la de ciudadanos estadounidenses, cuyos hogares estarían -como sucedió durante la Segunda Guerra Mundial- fuera del radio de acción de los combates que habrían, esto al modo convencional, lo que sería peor si se utilizan armas termonucleares que podrían traspasar fácilmente cualquier frontera. Sin embargo, esto no pareciera preocuparles mucho, quizá confiando en que si se le muestra fuerza a Rusia, ésta desistiría de toda respuesta de autodefensa y ataque.

Como lo resume el escritor uruguayo Jorge Majfud en uno de sus artículos recientes: «Antes de una aventura mayor con China, la opción es clara: continuar violando los tratados de no expansión armamentístico de la OTAN hacia el Este, presionar a Rusia para que reaccione desplegando su ejército en la frontera con Ucrania y, acto seguido, acusarla de intentar invadir el país vecino. ¿No ha sido exactamente esta la historia de los tratados firmados con los indígenas estadounidenses desde finales del siglo XVIII? ¿No ha sido exactamente este el orden y el método de actuación sobre la Frontera salvaje? Los tratados con otros pueblos han servido para ganar tiempo, para consolidar una posición (fuerte, base). Una vez convertidos en un escollo para una nueva expansión, se los viola acusando a la otra parte de agresión o de incumplimiento». Esta tradición, puesta en práctica cada vez que le conviene a sus intereses, recalca el carácter o la condición de excepcionalismo que Estados Unidos se ha atribuido a sí mismo desde largo tiempo, pasando por alto los mismos principios que dice defender y aquellos que enarbola la Organización de las Naciones Unidas que son puntales del Derecho internacional. Muestra de ello es la legislación extraterritorial aplicada por más de cincuenta años de sanciones unilaterales a Cuba y, en años más recientes, a Venezuela; aparte de sus intervenciones militares en diversas regiones del planeta. Su postura de superioridad moral frente al resto de naciones le sirve a la clase política, militar e plutocrática gringa para estigmatizar a quienes no acatan sus directrices imperiales y, una vez sembrada la matriz de opinión, desplegar abiertamente su estrategia de dominación.

Para la clase política, militar y plutocrática gringa lo que establece y determina Estados Unidos es algo que está por encima del Derecho Internacional, cuestión que pone de manifiesto mediante su negativa a firmar o a ratificar algunas leyes y tratados internacionales que se consideran fundamentales para la seguridad y la preservación de las soberanías nacionales y de la vida en general sobre la Tierra. En contra de esta pretensión estadounidense, el gobierno de Rusia ha propuesto -como garantías de seguridad mutua- a Washington que no se deben emprender acciones que afecten a la seguridad del otro, además que las organizaciones internacionales y alianzas militares de las que cada uno forma parte, «se adhieran a los principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas» y de abstenerse «de desplegar armas nucleares fuera de sus territorios nacionales y repatriar a su territorio las que ya tengan desplegadas»; cosa que ha sido ignorada, insistiendo en presentar a Rusia dispuesta a apoderarse de Ucrania por la fuerza. Quizás a Estados Unidos le convenga más agitar el miedo de los europeos a una expansión rusa sobre su territorio, reeditando una Guerra Fría que le haría ganar tiempo de mantenerse firme su disposición de enfrentar también a China.