Homar Garcés
Es un hecho comprobado que, gracias al capitalismo neoliberal, exista actualmente una concentración extraordinaria de capitales y de rentas y riqueza en manos de un reducido grupo de magnates y empresas transnacionales. Así, el desigual reparto de la riqueza generada entre todos es su rasgo más visible pero también lo es la destrucción del equilibrio ecológico que nos afecta, igualmente, a todos; lo que ha obligado a algunos economistas destacados a pronunciarse en su contra, como lo hizo Paul Krugman, premio Nobel de Economía, al afirmar que «la concentración extrema de ingresos es incompatible con la democracia» y, si quisiéramos extremar sus palabras, con toda aquella concepción religiosa que esté basada en el amor al prójimo (lo que no impidió que el calvinismo legitimara el naciente capitalismo).
Esto se ha puesto de manifiesto con mayor apremio ante los devastadores efectos del Covid-19, los cuales hicieron colapsar los sistemas de salud pública sin que éstos funcionaran de manera adecuada. La pandemia del Covid-19 nos reveló la vulnerabilidad a que estamos expuestos de forma colectiva y la realidad innegable de una interdependencia que es negada por el sistema capitalista toda vez que privilegia los intereses de las grandes corporaciones transnacionales y su afán de controlar la economía a nivel mundial. Además de ella, otra realidad derivada del capitalismo se mantiene sin aparente solución. Esta realidad no es otra que el problema que afecta desde hace décadas a millones de personas alrededor de nuestro planeta que no pueden satisfacer sus necesidades alimentarias básicas, llegando a ocupar altos porcentajes de desnutrición y de subnutrición que debieran impulsar la toma de acciones mancomunadas por parte de instituciones públicas y sociedad civil para solventarlo. En este caso, cabe afirmar que «el hambre -según lo explican Angeles Sánchez Diez y Gemma Durán Romero- es el resultado de los problemas estructurales del sistema mundial de alimentación, ya sea en la producción, la transformación, la distribución o las pautas de consumo. Por tanto, la lucha contra el hambre se ha de abordar de manera global». Lo que impone, gústele o no a sus apologistas del capitalismo, un cambio estructural del sistema económico que cada vez más se hace urgente, si aún se quiere que la humanidad y, con ella, toda forma de vida continúe existiendo sobre la Tierra.
A lo largo de casi dos años de adoptarse la cuarentena como medida de control sanitario, el cierre de una gran mayoría de empresas y la enorme reducción de la actividad productiva golpearon de modo significativo la economía de muchas naciones y, sobre todo, a las personas de bajos ingresos, quienes solamente cuentan con su fuerza de trabajo y no pueden costearse a tiempo los tratamientos médicos recomendados. La desigualdad económica y política existente antes del brote del coronavirus se hizo más profunda con éste. Es indudable que no solamente están más expuestos quienes se hallan en los límites de la pobreza sino que aumenta la brecha entre países desarrollados y países subdesarrollados al verse estos últimos restringidos en la exportación de sus materias primas y, en más de una ocasión, sometidos a lo que decidan los primeros.
Sobra decir que el principal enemigo del capitalismo ya no es el comunismo como aún sostienen algunos con pasión fanática. Es el capital dominado por la lógica financiera y especulativa que se convirtió dueño de todo, reduciendo las redes de producción y las cadenas de valor que caracterizaran la actividad capitalista por mucho tiempo, lo que se comprueba al no haber un abastecimiento seguro de materias primas y bienes intermedios. La fuerza del dinero se ha convertido, por tanto, en regidora de un sistema que poco, o nada, tiene en cuenta la soberanía de los pueblos y, menos, sus necesidades e intereses comunes. Por consiguiente, se debe considerar que en la actualidad, como lo sostiene la catedrática emérita de la Universidad de Cornell (EE. UU), Lourdes Beneria, «los grandes protagonistas que dirigen la dinámica de las economías son las grandes empresas, los monopolios y oligopolios de la economía global, que imponen sus condiciones en lugar del mercado libre». La economía pospandémica que algunos preven debiera tener como uno de sus objetivos fundamentales truncar la carrera hacia el precipicio al cual nos conduce -como destino fatal- el capitalismo neoliberal. Aunque se perciba como algo utópico, dependerá de todos que la misma pueda concretarse bajo unos parámetros distintos a los vigentes, donde prevalezca el beneficio de los pueblos y no únicamente los intereses de una minoría privilegiada.