Antonio Lorca Siero
Asociada al modelo de progreso, la fuerza bruta actualmente se viene reservando para situaciones puntuales, pero, pese al cambio del modelo de fuerza, la fuerza sigue siendo fuerza. Siempre mira hacia la expansión, y para ello precisa de armas como instrumento de conquista que permitan hacer valer un determinado modelo de superioridad frente a otro. Aunque en el mundo económico basta el arma del control del mercado con sus crisis cíclicas para arruinar a unos y enriquecer a otros, lo que sirve para poner de manifiesto la superioridad del capitalismo, al dar cuerda a la política de los Estados para que se muevan a su aire, no es extraño que traten de demostrar su superioridad y se embarquen en nuevas aventuras.
Tras las nefastas experiencias del pasado siglo y teniendo en cuenta que la realidad se modela desde la fuerza económica, más suave en sus métodos que la fuerza violenta, los Estados con aspiraciones imperialistas que le sirven de cobijo, pretenden serlo universales aprovechando el gran desarrollo de sus multinacionales, pero abordando el asunto con dosis de destreza. Hay que observar que los imperios ya no se construyen solo desde la superioridad bélica y cultural, sino que los dirige la fuerza del dinero que mueven sus empresas de bandera. Evidente que las armas tradicionales tienen mayor poder de convicción formal, cuando en buena parte las asiste la teatralidad de las imágenes, con sus efectos psicológicos, pero no hay que perder de vista otras armas modernas discretas y efectivas. Hasta ahora se ha venido hablando de arsenales armamentísticos expresivos del potencial bélico de un país, pero el riesgo de una escalada con armas nucleares ha hecho cuestionar su valor convencional como instrumentos de destrucción a gran escala por el efecto bumerán. Por tanto, la posibilidad de un cambio en el modelo armamentístico con los mismos fines destructivos no puede ser excluido.
De forma combinada con otros medios de destrucción, desde tiempo atrás ha estado presente en el escenario de la lucha por el poder entre Estados el armamento biológico. Aunque no se trata de un instrumento de destrucción nuevo y, por otra parte, limitado en su diseño inicial, hay que partir de la base de que, dados los avances científicos, se vaya perfeccionando y haciéndose más letal. Las nuevas tecnologías. que fundamentalmente han permitido animar el mercado, no excluyen que en aspectos puntuales acaben por desviarse comercialmente más allá del terreno pacífico y sus conocimientos sean aplicables a la construcción de otros modelos bélicos, tal y como sucede con las armas convencionales, pero aprovechando su relativa discreción. Tampoco hay que excluir su carácter selectivo y, por supuesto, el menor coste respecto al material convencional. Asimismo, el anonimato del que ha lanzado el producto contribuye a no provocar escaladas de tensión que pueden desembocar en efectos indeseados. Aunque su empleo ha venido asociándose a situaciones de confrontación abierta, hoy no queda descartada su utilización en cualquier momento. De ahí que en ámbito de la especulación, a falta de otro argumento más convincente, este pudiera ser el caso de la pandemia actual.
En lo referente a la paternidad de la nueva bomba hay que dejarlo en una incógnita temporal. Lo del murciélago, como el soporte de todos los virus, que parece ser el favorito para cargar con el origen de la pandemia entre las mentes científicas, es posible que sirva como punto de referencia inicial. No obstante, queda pendiente la cuestión del corta y pega genético en los laboratorios especializados que se se mueven fundamentalmente a las ordenes de los respectivos Estados-hegemónicos de tendencia imperialista. Es difícil pasar por alto que algunos quieren plantar su bandera a nivel mundial para asegurar la superioridad global de sus empresas en el mundo, siguiendo las directrices de la elite del poder capitalista, en cuyo caso todo es posible.
Cierto que la naturaleza es el gran laboratorio para la práctica de cualquier experimento y la obtención de resultados sorprendentes, pero en general no se mueve por sentimientos con trazas humanas e igualmente no está a nuestro alcance determinar si se rige por otros intereses, lo que no la hace demasiado sospechosa en el caso del coronavirus. Sin embargo, ya en el plano real, a la vista de cómo funciona el sistema dominante, lo de la pandemia ofrece demasiadas características que permiten considerarla como el resultado de la utilización de un arma biológica. Dado que un virus puede ser empleado con diversos fines sin levantar demasiadas suspicacias, a diferencia del modelo bélico tradicional que permitía hablar de guerra abierta entre países, hoy se convierte en un instrumento clave del imperialismo. En este caso serviría para dilucidar de manera pacífica qué bandera representará el nuevo poder político mundial.
Desde esta hipótesis, podría considerarse al llamado covid-19 como el instrumento perfecto a tal fin e incluso permitiría establecer los términos de las futuras guerras modernas, ya que puede ser definido como bélicamente discreto en el uso, eficaz en sus efectos y dispuesto para mantener el anonimato sobre su procedencia. Mientras que sus consecuencias vienen a ser similares a las de una contienda tradicional, donde la destrucción de personas y bienes queda garantizada. Buena parte de los países, sin llegar a percibir que han sido abiertamente atacados, están siendo económicamente arruinados. Los que ahora se declaran avanzados dejarán de serlo, porque con esta nueva arma sus economías se hundirán, afectados de manera visible por la difusión de la enfermedad entre sus ciudadanos, su coste y la parálisis productiva, con lo que tal situación acabará siendo inevitable. Como resultado, quedarán eliminados de la carrera por el poder económico, en la que resultarán beneficiados muy pocos.
Al final solo ganará el país que tenga las claves para controlar el virus y vender el producto a los demás, muy probablemente el mismo que ha lanzado la bomba. En el futuro, los Estados afectados, serán dependientes y fieles consumidores de las empresas que ya disponían de la solución antes del estado de pandemia. Su respectiva bandera acusará los beneficios políticos, de forma tal que su Estado-hegemónico pasará a ser Imperio y sus inferiores a sucursales imperiales. Mientras las correspondientes empresas capitalistas de bandera de conveniencia, tras esta última crisis, se asegurarán el monopolio mundial por cierto tiempo e incrementarán sensiblemente sus ingresos.
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