Por Marcos Piña
Los llamados desesperados a suspender temporalmente los derechos exclusivos y excluyentes de los titulares (las empresas farmacéuticas) de las patentes de las vacunas contra el covd-19, son un clamor de la humanidad.
Científicos e investigadores independientes y de países en desarrollo y pobres, especialistas en producción de fármacos, en propiedad intelectual, farmacéuticos de laboratorios en todo el mundo, funcionarios de gobierno, medicos sanitaristas, asociaciones de pacientes, docentes universitarios, la OMS, El Vaticano, parlamentarios de EEUU y demás personalidades de la comunidad mundial, saben que de no liberarse el conocimiento para elaborar las vacunas no se acabará con la pandemia.
La codicia demostrada por las compañias farmacéuticas estadounidenses Pfizer, Moderna, Johnson & Johnson, la británica Astrazéneca, la alemana BionTech, como así también las chinas Sinopharm, Sinovac y Cansino, como el Instituto ruso Gamaleya o el Instituto cubano de vacunas Finlay. Ellos lucran con los resultados de la investigación que en una crisis sanitaria global retrasa la finalización rápida de la epidemia del coronavirus.
Desde el patentamiento de los productos farmacéuticos a partir del año 2000 mediante los acuerdos sobre derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercios (ADPICs), al que adhirieron todos los países que forman parte de la OMC, los Estados centrales y los periféricos sembraron las bases para la actual situación de exterminio ocasionado por el poder económico, los gobiernos y la elite mundial que acaparan vacunas a su favor, a través de sus empresas farmacéuticas.
La falta de vacunación, la expansión mutante del virus y la lentitud en el proceso de fabricación de vacunas no solo genera un sinnúmero de muertes innecesarias, sino que además profundiza los sufrimientos por causa de las enfermedades no covid, que padecen cientos de millones de personas no tratadas por los sistemas de salud de los países más pobres.
Bastaría solamente con que alguna de las mencionadas empresas privadas e instituciones públicas liberen el “know how”, para que cientos de fábricas en el mundo comiencen con la producción masiva de vacunas genéricas para toda la población mundial y así detener la irradiación del virus, iniciando un nuevo capítulo de la civilización que deberá ser escrito bajo otros criterios de existencia o mantener, como hasta ahora, esclavizada por las farmacéuticas a la mayor parte de la humanidad.