Por Pablo Pinto Moreno

Las condiciones de vida creadas por el actual sistema económico-político-social-cultural regulan la vida de las personas humanas y demás especies, siendo las causantes de la actual Pandemia que azota a nuestro planeta Tierra.

El virus emergente irradiado se propaga de manera bestial entre la población de la misma forma que los parásitos de la economía global acumulan ganancias extraordinarias a partir del fabuloso negocio financiero que representa el mecanismo de control epidemiológico denominado vacunas.

Las grandes corporaciones farmacéuticas en cabeza de Pfizer y Astrazéneca realizan increibles negocios y capitalizan sus acciones en Wall Street como hace mucho tiempo no sucedía, mientras grandes franjas poblacionales se hunden material y espiritualmente hacia peores condiciones de vida según demuestran los principales indicadores globales de pobreza e indigencia.

La guerra psicológica lanzada por los centros de poder contra las poblaciones utilizando el miedo atávico aumenta la vulnerabilidad psíquica de buena parte de los huéspedes del coronavirus que de manera inteligente muta para sobrevivir y propagarse más rápidamente por el mundo, aniquilando a su paso a las personas con sistema inmunológico (natural o adquirido) más débil.

Al transcurrir de las semanas los especialistas científicos tutelados por la OMS y modulados por las castas pólíticas nativas incrementan la zozobra social al emitir sugerencias contradictorias para el pleno desarrollo de la vida y emiten consignas sin sentido en medio de segundas y terceras olas de virus que no ha sido detenido por ningún medicamento conocido.

Los gobiernos que comienzan a sufrir las consecuencias de su falta de interés por el mejoramiento de las condiciones de vida muestran su dependencia de las corporaciones que financiaron su llegada al poder político y deben responder por sus acciones ante ellos, y no ante los electores, quienes ven estupefactos como se diluyen sus salarios e ingresos familiares por el aumento descomunal de los precios de alimentos y medicamentos (que los mismos fabricantes de vacunas estipulan).

La dependencia tecnológica y científica de los países de ingresos medios y bajos profundiza dramáticamente la distancia entre la supervivencia y el fin de la vida, y pone en crisis a un sistema capitalista único incapaz de ofrecer condiciones de existencia mínima para el pleno fluir de la vida en sociedad en medio de una Pandemia plagada de respiradores y oxigenadores escasos para poder respirar y seguir viviendo en un mundo de injusticias.

La esencia depredadora del sistema-mundo pone en vilo la propia existencia de la especie humana que ha quedado a la suerte de definiciones científico-corporativas, aún de dudosa eficacia para la vuelta a la nueva e incierta “normalidad”.