Por Nicanor Rodriguez
A lo largo del siglo XX la industria farmacéutica desarrolló una formidable estructura de poder económico basado en la apropiación de compuestos químicos contenidos en plantas medicinales, animales y minerales, que constituyen el acervo de conocimiento ancestral utilizado por las corporaciones para generar ganancias a partir del suministro sistemático de medicamentos al ser humano.
El poder económico acumulado por Pfizer, Gilead, Glaxo, Bayer, Abbot, Astrazéneca, etc., precisa del mantenimiento de un sistema de salud global que actue en cada uno de los territorios para extraer recursos económicos a través de las empresas farmacéuticas mediante exportaciones -desde las casas matrices o subsidiarias- o estableciendo dispositivos de ensamblado-comercialización de medicinas en los países ocupados.
La creación de cámaras industriales estadounidenses y europeas en los países intervenidos junto con el accionar de las embajadas, fortalecen el poder de lobby sobre los gobiernos y parlamentos, necesario para garantizar la extracción y envío de ganancias a los centros económicos (bancos y paraísos fiscales), aumentando el valor de las acciones farmacéuticas en Wall Street y el control de la opinión pública mediante el envío de dinero a los medios de comunicación y sus periodistas: un negocio de la salud donde los medicamentos son el bien tecnológico esencial.
Bajo una supuesta elevada inversión en I+D y marketing de ventas las empresas inflan sus gastos y justifican los altos precios aplicados a sus productos monopólicos protegidos por el sistema mundial de patentes que garantiza retornos económicos extraordinarios por más de 20 años hasta la aparición de medicamentos genéricos o biológicos más baratos.
La pandemia desatada en 2020 ha puesto a la luz el accionar de las corporaciones farmacéuticas que han tomado el control de la humanidad y están utilizado tecnología (pirateada entre ellas mismas) para lanzar al mercado vacunas contra el covid de manera apresurada poniendo presión a los científicos y celebrando contratos de compra de vacunas a pedido de los gobiernos aterrados por la amenaza de rebeliones populares que pueden producirse como consecuencia del pánico colectivo inoculado a las poblaciones para confinarlas, pero desmoronando al mismo tiempo el sistema económico en el que se sustenta la propia industria farmacéutica.
La humanidad se ha convertido en un ensayo clínico ramdomizado, doble ciego en tiempo real, de resultados inciertos en términos de seguridad y eficacia sumergiendo a las sociedades en un tunel de incertidumbre pocas veces visto a lo largo de la historia, que pone en vilo la propia sobrevivencia de la especie que ha quedado en manos de un virus creado y explotado diabólicamente por fuerzas oscuras farmacéuticas.