Fernando Dorado

Popayán, 6 de marzo de 2020

La epidemia de coronavirus COVID-19 es real. Lo interesante de este tipo de eventos (terremotos, ciclones, pandemias, grandes meteoritos, etc.) es que de alguna manera nos igualan a los humanos y pueden ser aprovechados para hacer conciencia de nuestra corta temporalidad («vernos colectivamente frente a la muerte») y nuestra total fragilidad frente al universo y a las fuerzas de la naturaleza.

Que los operadores del capital lo utilicen como tapadera para tratar de ocultar la recesión económica de carácter sistémico es una cosa y, que, además, lo usen como motivación para hacer ejercicios de militarización de la crisis y control masivo de la población es otra, pero creo que hay que ir más allá.

En el caso de China lo que se comprueba es que el control ya era una realidad anterior y, que frente a la epidemia actual, ese poder fue aplicado y utilizado –no tanto para salvar vidas– sino para intentar contener los efectos económicos y políticos internos, y de política global (geopolítica). Tal situación puede haber desencadenado mayor pánico en China y en el mundo que si se hubiera utilizado estrategias y métodos sanitarios apoyándose en la gente (democráticos y no burocráticos) y en la ciencia (transparentes y con criterio de ciencia humana y no con sesgos nacionalistas y capitalistas).

Las noticias y rumores relacionados con el secreto con que se manejó la información, la represión sufrida por el oftalmólogo chino que alertó inicialmente sobre el problema y que después murió (Li Wenliang), y otras situaciones que llevaron a la destitución de altos dirigentes del PCCH y del Estado de la provincia de Hubei y de la ciudad de Wuhan, dejan ver que las cosas han sido mucho más complejas de lo que se observa a simple vista.

No obstante, como eso no es fácil de demostrar hasta no tener información detallada de la gente que lo sufrió y está sufriendo, puede ser presentado ante el mundo como un método de contención exitoso por el gobierno chino (cuarentena, control estricto, censura de prensa y de la red web, castigos, etc.), dado que son ellos los que sufrieron el primer brote y han logrado, más o menos, contenerlo o atenuarlo. Aunque todo eso está por verse.

Y ese ejemplo le cae de perlas a los gobiernos autoritarios de occidente (y a otros que posan de «demócratas») que están viendo cómo sus democracias «liberales» ya no les sirven para controlar a la gente y se les hace la boca agua aplaudiendo no solo el sistema de control del gobierno chino sino la actitud conforme, obediente y disciplinada del pueblo oriental, que tampoco sabemos si es real pero que sospechamos es fruto no solo del sistema político reciente y actual sino de manejos y tradiciones de poderes despóticos que tienen más de 3.5000 años de antigüedad.

Pero además, debemos abordar otro tema que ha empezado a aparecer en los análisis de quienes estudian el fenómeno de la aparición de este tipo enfermedades causadas por «nuevos virus» (coronavirus).

De acuerdo a los estudios realizados es indudable que el fenomenal y acelerado proceso de urbanización de la sociedad china y la industrialización intempestiva de su aparato productivo (que no solo ha sucedido en China sino en casi todo el sudeste asiático y Corea del Sur), tiene importantes consecuencias y está relacionado con el problema.

Ese proceso no solo ha llevado a que los seres humanos invadan abruptamente los espacios de múltiples especies de plantas y animales «salvajes» sino que millones de personas trasladen muchas de sus hábitos alimenticios basados en costumbres y creencias ancestrales (como comer órganos de animales vivos como el murciélago, pangolín, arañas, serpientes, etc.) a espacios y condiciones donde se presenta una alta y caótica concentración de población humana, lo que crean las circunstancias óptimas para que los virus «salten» y «muten» de una especie a otra hasta llegar a los seres humanos, según explican los científicos especializados en el tema.

Y no es un fenómeno que afecte a poblaciones pobres y marginales de China. La ciudad de Wuhan es la Nueva York de esa nación; el acceso a ese tipo de comidas es de gentes con alto nivel económico; y el virus inicialmente afectó a personas que viajaban en avión y cruceros de turismo. Es decir, es un resultado de la globalización planetaria de las relaciones humanas como lo viene demostrando al impactar a cerca de 95.000 personas en más de 80 países en escasamente 60 días.

Dicho fenómeno va a seguir presentándose mientras se mantenga el modelo de desarrollo que actualmente impulsa el capitalismo a nivel global.

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Ahora bien, quienes piensan que el coronavirus Covid-19 es fruto de un complot contra China o para reducir la población, o un shock (o show) mediático para distraer la opinión pública, creo que no analizan bien el fenómeno. Si fuera una arma biológica contra China los que supuestamente la habrían construido, no habrían calculado que los efectos económicos los sufre todo el mundo porque esa nación es un gran mercado, produce el 30% de la manufactura global, consume enormes cantidades de petróleo y produce gran cantidad de autopartes para otras industrias regadas por todo el planeta, y además, allá tienen inmensas inversiones los grandes capitalistas de todos los países y potencias.

Y si fuera para matar a millones de personas porque una élite ya tuviera el antídoto, primero, hubieran hecho un virus más letal y no lo habrían soltado en China que es la nación más preparada (población obediente y «disciplinada» y gobierno «fuerte» que puede imponer todo tipo de medidas de contingencia) para contener ese tipo de enfermedades. Y si solo es un shock (o show) mediático, pues les está saliendo mal porque no solo genera pánico entre la gente sino que ya tiene consecuencias económicas y políticas en muchos países y a nivel global.

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