Neftalí Reyes
De entrada la respuesta es No, pero tiene sus matices. Muy probablemente Lenín Moreno terminará su mandato, Bolsonaro culminará el suyo, aunque probablemente, en un futuro cercano, tendrá que hacer frente a manifestaciones similares a las que suceden en otros países latinoamericanos, Piñera –aunque ya cadáver político- cerrará su ciclo al frente de Chile (pero como político , no podrá aspirar a más de lo logrado hasta ahora), Perú se seguirá debatiendo entre lo muy malo y lo peor; y Venezuela, tratando de encauzar el futuro en medio de un brutal asedio y con un gobierno que a lo interno enfrenta serias contradicciones ideológicas e intereses de clase.
Descifrar el momento político que vive actualmente la región requeriría de un largo estudio pormenorizado que no solo evalúe la evolución histórica sino la naturaleza de las fuerzas en pugna, sin embargo, creo que podemos hacer un diagnóstico provisional y general en base a lo que ha vivido la región en los últimos años.
Latinoamerica vivió hasta hace un lustro aproximadamente un clima de estabilidad política nunca antes experimentada en la región, basada fundamentalmente en dos razones: el aumento de los ingresos nacionales producto del incremento en el consumo de materias primas y «comoditties» y una política de distribución más o menos equitativa de la riqueza generada por esta situación coyuntural, todo esto sin modificar radicalmente las estructuras económicas en cada país.
Al disminuir los ingresos nacionales debido a la baja en los productos de exportación tradicional de la región; y con ello, contraer el nivel de vida de la población, así como retroceder en importantes conquistas socio-económicas; aunado a diversos errores de carácter político estratégico en la conducción de los proyectos nacionales planteados por las fuerzas de izquierda que estaban en el poder, comenzó un rápido declive de estas vanguardias políticas como opción de poder; en esto contribuyó el escaso o nulo trabajo ideológico que las vanguardias políticas descuidaron durante su paso por el poder.
Importante lo que ha sucedido en Venezuela y que en cierta medida representa un importante bastión de resistencia ante el resto del continente (no es casual, ni por «flojera», ni falta de creatividad, que las elites cipayas y neoliberales latinoamericanas estén responsabilizando al país de las protestas populares que vienen sucediendo dentro de sus fronteras); sin embargo, el gobierno venezolano, atizado por el asedio al que viene siendo sometido, a la falta de claridad ideológica que padece su directorio y a las propias contradicciones de clase (ministros hablando de darle prioridad a una «burguesía revolucionaria» en un país donde este sector históricamente ni siquiera califica para el título de burguesía, por su naturaleza parásita, antinacional y acomodaticia; o puestos claves en la estructura económica y política del país en manos de funcionarios abiertamente identificados con la contrarrevolución), ha tomado algunas medidas (incluyendo la inacción), que no solo están favoreciendo al gran capital, sino que han puesto en peligro conquistas sociales importantes, alcanzadas en estos 20 años. Algunas podrán justificarse en virtud del complicado cuadro económico generado por el brutal bloqueo impuesto fundamentalmente por los EEUU, pero otras son producto de lacras como las mencionadas varias líneas atrás.
Ahora apartando un poco lo que sucede en el país bolivariano, centrémonos en el fenómeno que está sucediendo en países como Perú, Ecuador, Colombia y más recientemente Chile, Panamá y Costa Rica: manifestaciones populares de gran o importante magnitud en países que han sido elevados a la categoría de «Democracias ejemplares con economías estables» o como lo dijo el presidente chileno, «oasis». Qué ha pasado para que sociedades que hasta hace un par de semanas gozaban ciertamente de un clima de estabilidad social envidiable, estén ahora inmersas en un voraz incendio? Pero además, por qué la izquierda no termina de capitalizar dicho descontento y conquista el poder?
Una de las razones que puede convertirse en regla para cualquiera de los países que sufren convulsiones sociales el día de hoy es el carácter timorato, ambiguo y hasta cobarde de sus vanguardias de izquierda. En Colombia tenemos a un líder como Gustavo Petro, quien luego de lograr un importante margen electoral en las últimas elecciones presidenciales, cede ante la posibilidad de que lo mezclen con el «monstruo Venezuela» por sus críticas hacia los partidos políticos tradicionales, mientras evita señalar las causas históricas, económicas y políticas de la debacle colombiana.
En Ecuador hay varios elementos que hay que considerar para comprender el difícil momento que vive esa nación: por un lado hay un componente étnico en esta lucha, principalmente aglutinado y representado en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), con una capacidad de movilización que al parecer no tienen otras organizaciones obreras, estudiantiles o de cualquier otra índole en Ecuador.
El problema está, en que a pesar de que la Conaie logró movilizar prácticamente a todo el país, terminó sentada en la mesa con Lenín Moreno, canjeando la posibilidad de derrocar un gobierno antipopular, entreguista y hambreador, por un par de medidas demagógicas, cuyos efectos a mediano o largo plazo, serán iguales o peores que las medidas contempladas en el decreto que generó la violencia en ese país. La Conaie entonces no tiene planteados grandes objetivos políticos estratégicos, o peor, parte de su dirigencia deliberadamente traicionó la posibilidad de renovar radicalmente el sistema político ecuatoriano; y accedió a negociar con Moreno, esperando acceder a instancias de poder una vez se termine de tranquilizar el país.
Pero por otro lado tenemos a Rafael Correa (responsable de haber impuesto a Moreno como candidato de la Revolución Ciudadana y con su triunfo electoral, en la presidencia, por cierto), quien al parecer sí cuenta con mayor claridad en los objetivos políticos planteados, pero se encuentra virtualmente aislado en Bélgica, aparentemente desarticulado y carente de una plataforma política como la que posee la Conaie y además enemistado con esta última.
En Ecuador, tenemos entonces, que las alternativas que tienen alguna posibilidad de sustituir a Moreno con algún grado de éxito se encuentran divididas entre ellas, pero además no se reconocen y en algunos casos están dispuestos a acceder y hacer concesiones mutuamente. Una verdadera tragedia política .
En Perú, la crisis se generó por el pulseo entre dos ramas del poder nacional que cargan con un desprestigio sin parangón: ejecutivo y legislativo; al final el fiel de la balanza se decantó por Vizcarra, quien a pesar de ser presumiblemente un gran delincuente (como buena todos sus últimos predecesores), contó con el apoyo de las FFAA y probablemente de la embajada gringa; robándole la victoria a un fujimorismo que pretendía regresar al poder apelando al control ejercido sobre el congreso. Frente a tan vergonzosa disputa el pueblo peruano reclama los terribles padecimientos que el «modelo» ha impuesto a ese país.
El último caso es Chile, hasta ahora las manifestaciones parecen ser mucho más masivas, violentas y hasta espectaculares que los casos brevemente comentados en párrafos anteriores; no obstante esto, las vanguardias políticas chilenas, compelidas a aprovechar el momento político para provocar un cambio profundo en las estructuras de poder, se han visto totalmente rebasadas, descolocadas y anodinas, frente a una represión cuya brutalidad se ha mostrado proporcional al descontento del pueblo chileno en contra de un modelo que nos habían vendido como «ejemplar».
Al momento de escribir estas líneas estaban brotando nuevos focos insurreccionales en países como Panamá y Costa Rica; sin embargo, todos estos casos están transversalizados por una condición común: la poca o nula capacidad (de movilización, de claridad ideológica, de compromiso revolucionario, etc), de las fuerzas revolucionarias locales (o lo más cercano que exista), para capitalizar el descontento y convertir las protestas en un cambio radical de las estructuras de poder locales.
No obstante, estas rebeliones (especialmente las de Chile y Ecuador), pueden ser el germen de un cambio definitivo a mediano o largo plazo. Los procesos sociales no son como las películas gringas: una línea donde hay una situación de sufrimiento, luego una lucha épica para corregir aquello y finalmente el tan anhelado «todos fueron felices para siempre», hay grandes avances, pero también grandes –y graves- retrocesos; Venezuela es un ejemplo de ello ( y sigue resistiendo).
Por cierto, no olvidemos tampoco que el Caracazo sucedió un mes de Febrero de 1989, hubo de esperar diez años, dos rebeliones militares, un gobierno provisional y otro más que creímos «izquierdoso», pero que terminó aplicando el paquete que el FMI había diseñado para el «gran viraje»; hasta que por fin llegó Chávez. Y con todo y eso, el Comandante tuvo que experimentar un grado de evolución política para llegar hasta donde alguna vez llegamos.
Las revoluciones no se construyen de la misma forma como se solicita una serie en Netflix, ni gritando «Alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina», por más fuerte que lo haga…..