Jesús Alberto Rondón

El ciclo de gobiernos progresistas en América Latina promovió la reivindicación soberanía como un elemento clave, lo que permitió aportar a la configuración de un mundo más multipolar, por otro lado dejo como saldo una importante disminución de la desigualdad social en las sociedades en la cuales les toco desempeñarse, claro está que con índices variados, pues cada uno tuvo que enfrentar los obstáculos de su contexto.

El retorno de algunos gobiernos de derecha se hizo bajo la idea de retomar la senda del progreso. Según ellos, ahora estos pueblos elegían bien, pues habían reflexionado, rechazando el populismo, que solo trae atraso. Además venían patrocinados por el gigante del norte, que ha tenido la mano tendida para todos aquellos que rectifican y claro, un mazo para los que se resisten.

Desde la Patagonia hasta México parecía extinguirse la llama del cambio. Quedaban aislados países como Cuba, Bolivia y Venezuela, solo era cuestión de tiempo el cambio de régimen. Para ayudar a los venezolanos y venezolanas se conformó el grupo de Lima, que con un guion y financiamiento foráneo, respaldaba a la oposición venezolana en su lucha por la vuelta de la democracia, sin importar cuan violentos e ilegales podían ser sus métodos. Mediáticamente el grave asunto venezolano copó la programación de las corporaciones de comunicación durante meses, mientras se contraponía la idílica imagen de progreso en los países que los querían ayudar.

El panorama luce diferente ahora, los pueblos de nuestra América se movilizan en las calles y desnudan la realidad que experimentan en esas democracias de referencia, exponiendo el discurso hipócrita de la derecha regional. Las corporaciones mundiales de la comunicación buscan censurar la cobertura e los acontecimientos y los ministerios de información limitar el derecho a la información. Hoy en América Latina los pueblos denuncian las acciones gubernamentales que buscan minar otra vez sus condiciones de vida, es decir hacerlos más desiguales.

Es justo referirse ver la realidad en perspectiva y apuntar que primero vimos a los argentinos movilizados contra las medidas de Macri, a los brasileños contra las reformas laborales luego del golpe de Estado judicial contra Russeff. Este año asistimos a eventos casi simultáneos y de gran impacto (tanto que los medios aunque traten, no los pueden invisibilizar), en Ecuador se rechaza el recetario del FMI, que busca rebajar impuestos a los ricos y eliminar subsidios a los trabajadores y trabajadoras, así como afectar derechos laborales. Luego en Chile sus estudiantes en principio rechazan el aumento de la tarifa del Metro, ahora junto con otros y otras ponen sobre la mesas otros aspecto problemáticos para la sociedad chilena. A pesar de la represión brutal en estos dos países, mucho más en Chile que en Ecuador, se han derogado las medidas, pero los problemas estructurales continúan.

Podemos preguntarnos si estas acciones son un signo de cambio inminente y debemos ser cautelosos al respondernos, ya que las movilizaciones de calle pueden afectar gobiernos, pero es claro que para sustituirlos deben expresarse en un movimiento orgánico, que articule un proyecto y se proponga hacerlo viable. Y esto es una construcción socialmente conflictiva, de la cual no siempre se sale airoso. Además la derecha no escatimará utilizar los recursos que tenga a mano para conservar su posición y para ello cuenta con el respaldo del gobierno norteamericano.

Ahora mismo recuerdo, solo por referencia y a pesar no ser en nuestra América; las expectativas que se generaron en 2013, con los acontecimientos relacionados con el 11M en España, los cuales en su conjunto fueron una gran campanada para la clase política de centro derecha, pero que luego de un tiempo tuvo que traducirse en formulas organizativas para participar en la vida política y de estas fórmulas la más destacada ha sido Unidas Podemos hasta el momento. Hoy podemos observar sus desempeños, no exentos de contradicciones, pero en una dirección alterna al estado de cosas convenido en el Reino Español.

Volviendo a nuestro hemisferio, las movilizaciones de personas que se generan el Chile o Ecuador deben traducirse en formulas organizativas políticas que le permitan abordar los problemas estructurales que denuncian, que está claro que los actores de la sociedad política actual en ambos países, ni quieren, ni tienen condiciones para abordarlos. Así pues podemos ver lo que ocurre en la Argentina, donde las movilizaciones se han capitalizado organizativamente, lo que permite que Alberto Fernández, tenga altas posibilidades de ganarle a Macri en las próximas elecciones. Y también es necesario ver la contraparte, como en Brasil, donde el Partido de los Trabajadores no se logra recuperarse, a pesar de las movilizaciones, para convertirse en la plataforma que enfrente de manera contundente a los intereses que llevaron a Bolsonaro a la presidencia.